Cuando sea demasiado tarde... - A todo volumen.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Una cosa me ha quedado clara, y es que la cuarentena no se ha respetado por la mitad de la población de la ciudad, cuando mucho. Llevo cinco meses encerrado, lo más lejos que he ido ha sido a los tacos de aquí de la esquina, y estuve una semana con el miedo apretado entre la garganta y el estómago. Sin embargo, desde hace un par de semanas, ocurre algo muy preocupante en mi colonia que tiene dos aristas que discutiremos a continuación: la música.
Van cuatro fines de semanas que ocurre. Llega el jueves, y los vecinos tienen una fiesta. No son muchos, estimo que unas diez personas, terminan relativamente temprano. Llega el viernes, otro vecino hace una albercada. Hasta la casa de ustedes llega el olor a calnita asada, la música empieza a las 5 de la tarde, termina sobre las 2 de la mañana. El aforo se calcula sobre las 20 personas. Llega el domingo, desde temprano dos iglesias suenan sus campanas desde las 7 de la mañana, ofician tres misas. A las 5 de la tarde suena un mariachi, con todos sus integrantes, alegrando una fiesta por espacio de dos o tres horas. La música sigue y terminan cerrando las actividades por ahí de las once de la noche. Si la cuarentena se respeta entre semana, también se va de paseo cuando se acerca el fin de semana. Familiares míos han estado hospitalizados por el virus, varios compañeros de trabajo han perdido la vida, diario llegan esquelas de la Universidad anunciando la partida de otro miembro de la comunidad. Esta cosa mata.
Debo de admitir que yo también estoy más que asqueado de la pandemia, por el estar encerrado y pasar tanto tiempo sin ver a mis papás y a mis familiares. Yo también ya siento deseos de regresar a mi vida normal (aunque a veces se me pasen, eh). Sin embargo. Esta situación me ha permitido reflexionar sobre otro tema paralelo, muy sobre la línea de los vecinos (para aquellos amables lectores que leen mi columna cada sábado, muchas gracias), y este tema es la música. La música es arte, aunque muchos consideremos que algunos géneros de música no lo son. Una definición liberal del arte debe de incluir a todas las formas de expresión que el ser humano sea capaz de realizar, siempre y cuando no lesione los derechos humanos de otro individuo o individuos en el transcurso de tal expresión, ¿cierto?
Entonces me pregunto: ¿por qué mis vecinos piensan que yo deseo escuchar su música por horas y horas? El olor a calnita asada tampoco es tan desagradable, pero tres horas de Enrique Bunbury son más de lo que un ser humano cuerdo es capaz de soportar. Me tuve que cambiar de casa porque en mi domicilio anterior había un vecino que escuchaba tres veces seguidas el mismo disco de Joan Sebastián todos los domingos. Trato mucho de respetar los gustos musicales de mis vecinos, pero ¿por qué piensan que yo quiero disfrutar de su música? ¿Por qué la gente necesita de hacer a sus vecinos disfrutar de sus gustos musicales por la fuerza? ¿Cómo puedes sentarte a disfrutar de una amena fiesta, sabiendo que estás obligando a tus vecinos a ser partícipe en ella? ¿No piensan que a la gente no le gusta enterarse de las fiestas de sus vecinos?
No me interesa que la gente aprenda de música clásica o que refinen sus gustos, o que si le quitas la música a una canción de reggaetón sólo te quedas con un hombre acosando en público a todas las mujeres. Yo lo que de verdad me pregunto es ¿por qué piensa mi vecino que yo quiero escuchar su música? ¿Por qué debo de ser partícipe en su propia necesidad de no respetar la cuarentena, exponer a sus seres queridos, y además destruirse el cerebro y los oídos con su música a todo volumen? ¿Será que simple y sencillamente los vecinos no somos de prioridad los fines de semana?
¿Qué clase de vecinos queremos ser? ¿Qué clase de vecino desea ser usted, amable lector?