Covid y angustia; desierto y lágrimas

Covid y angustia; desierto y lágrimas

La muerte está “enfrente de mí; la intuyo…”. La hora “grave” (a la que hacía referencia Rilke) llegó en un momento inusitado, cuando Óscar “N” respiraba por medio de un tubo…

El mediodía estaba oscuro. La luz tenue tendió un manto oscuro en la habitación de la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (en la avenida Plan de Ayala). La nada era la mácula de la indolencia. Los galenos, agitados, iban y venían…

Él siguió ensimismado dentro del virus, que le impedía abrir los ojos. Lloraba (ataviado de angustia, porque su madre tenía los mismos síntomas). En su derredor, las tinieblas de la intempestiva impaciencia del confinamiento.

El llanto no acaba. Es como una amargura de agua. La lluvia de este sábado humedeció el ambiente y, a la vez, trajo más soledad en las paredes (que envenenan de expiración).

Cerca de las 21:00 se levantó. Fue al baño. Mareado, inclinó su faz. El espejo reflejó desolación y senderos de sufrimiento.

Día cinco: el hambre es monótona. Cavafis retorna:

 

A un día monótono, después

le sigue otro monótono, inmutable. Pasarán

las mismas cosas, que suceden otra vez.

Momentos similares nos encuentran y se van.

 

No sabe si habrá de salir de ahí (de la ínsula abandonada de cadáveres vivos). Se acerca a la puerta y cae. La enfermera (ensoberbecida por el desprecio. La misma de ayer) preparaba una jeringa. Miguel de Unamuno está cerca del perentorio altozano de desunión.

No existe la “sana distancia”. La proxémica es una quimera. Él se sumerge en las vánovas contaminadas (quizá). Se subleva el recuerdo de la desesperanza: (tal vez) abuso de una menor, altivez, agresiones verbales, sometimiento, alcoholismo, mentiras…

Helo ahí. En el destierro. El coronavirus lo hace insurgente. Un caudillo de pandemia. Abre el libro -justo- en Eclesiastés. Divisa que todo es “vanidad”. El médico interrumpe el recorrido de los ojos. Las letras se cierran en el parpadeo de la inopia.

No podía hablar. Las palabras le eran ajenas. Las comisuras de sus labios fueron polvo y olvido; antipatía y cielo.

El heleno insiste:

 

Un nuevo mes trae el mes que ha transcurrido.

Se puede fácilmente adivinar qué nos espera:

igual que ayer será, lo mismo de aburrido.

Y así el mañana es como si mañana ya no fuera.

 

La bata se agita con el viento inexistente. Sigue dentro de la desmoralización. Alguien de atrás, de la aparente gayola, lo llama. “Acuéstese”, le dice. No hace caso. Es un león en medio del ponto proceloso.

Estornuda. Abre los ojos. Vomita. Escribe y comparte esas palabras mal escritas. Nadie le oye. El galeno se bifurca. La clínica era una especie de babel bajo un mismo idioma.

El aire no es suficiente, según. Éste encierra una lasca de la inmundicia deletérea del orbe (como cuando por sobre el hombro te llama una palmada). Símil a un montículo de desprecio: “no te quiero”.

Sigue adentro. Se va y no avanza. La guadaña se aleja (por ahora). La siega continúa; es una suma de unidades diversas. No hay frutos.

Óscar guarda silencio y se encierra en su casa.