El Tercer Ojo - ¿Detectives de la Conciencia?
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
A la Dra. Yvonne Flores Medina
Deseo comenzar esta colaboración/recensión, amables lectores que siguen El Tercer Ojo, agradeciendo a la Dra. Yvonne Flores Medina por haber escrito y publicado un artículo cuyo título da nombre a esta colaboración; a saber: Detective de la Conciencia (Revista de la Universidad de México, Conciencia / Dossier /Febrero 2021, https://www.revistadelauniversidad.mx/releases/e11ff0ad-89be-497b-a5e3-1b8801f14a83/conciencia).
La tradición en boga de la escritura y publicación de artículos de naturaleza académico/científica, sobremanera clínica y médica, para revistas arbitradas, se encuentra hoy subyugada por las cadenas de los criterios de citación, argumentación impersonal, ausencia de personajes reales y carente de la narrativa que la tradición clínica, originariamente, tuvo.
Los “Santos óleos” de la escritura “arbitrada” imponen una serie de criterios que, sin poder evitarlo, obligan a quienes se encuentran trabajando en las Instituciones de Educación Superior Públicas (IESP), a quienes aspiran a pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) o a quienes pretenden un reconocimiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) a sujetarse a los mismos; o son ungidos por dicho triunvirato para formar parte de la cofradía, muy selecta por cierto, de los “científicos”, o serán expulsados del grupo paradisíaco de las “comunidades científicas” y se mantendrán en la esfera del anonimato.
Dicha aspiración legítima, desde luego, se ha visto encadenada, todavía más, por los grilletes de la vinculación directa de la pertenencia a tales “grupos selectos” con los criterios de “evaluación” y, consecuentemente, la percepción de estímulos económicos que se hallan fuera de las condiciones salariales y que, una vez salidos o expulsados de tales grupos, también se pierden.
El interés económico, desde luego legítimo, seduce y atrae magnéticamente las miradas y las intenciones de quienes escriben y publican, y desean ser citados por otros que también escriben y publican y quieren ser citados. Todo esto es importante para recibir una “evaluación” favorable y lograr con ella ser considerados candidatos o miembros de estos sistemas y escalar dentro de los diferentes niveles con resultados favorables para incrementar los “estímulos” económicos.
En fin, lo que resulta de esta labor de escritura y publicaciones es un encierro dentro de un grupo de lectores, muchas de las veces solipsista, más pequeño que el círculo de lectores de otro tipo de escritos, que se leen entre ellos y se citan y se felicitan; empero, brinda satisfacciones atractivas.
Pero se preguntarán, amables lectores que me siguen, ¿a qué viene esta perorata?
Ya decía en otros artículos escritos y publicados fuera de estos cenáculos que, particularmente, en la práctica clínica psiquiátrica, neurológica, psicológica o neuropsicológica, desde sus orígenes, hay una tradición que se encuentra fuera de estos espacios y que ha mostrado una riqueza narrativa que nos permite conocer, comprender e interpretar a seres humanos reales que enfrentan no solo enfermedades, estados o procesos patológicos, sino que luchan constantemente por permanecer con una calidad de vida y afrontar exitosamente las calamidades de los problemas de salud y, sobremanera, con dignidad.
Pues bien, la Dra. Yvonne Flores Medina, lejos de la tradición que denuncio, junto con otros grandes clínicos, nos muestra que a pesar de los pesares es posible mantener una narrativa viva y clara, humana, generosa, y seductora. Con este estilo nos invita a leerla, pero, sobre todo, a esperar la aparición de nuevos escritos elaborados bajo estas premisas.
Y, ¡Faltaba más! Me ha provocado a necesidad de escribir esta colaboración para invitarlos a leer su artículo Detective de la Conciencia.
Mostraré enseguida a ustedes las cartas-credenciales que dan fe de ello.
El escrito en cuestión comienza con una descripción, nunca descarnada, de una entrevista clínica con una persona (del sexo femenino) que sufre y muestra signos claros de miedo, sentimientos de persecución, angustia, tristeza y, también, un deseo de lucha por seguir viviendo con buena calidad y, naturalmente, con dignidad.
No es un monólogo de quien realiza la entrevista, es, en verdad, un diálogo con una persona que se encuentra frente a ella.
No comienza, a la manera de los “Santos óleos”, con una expresión del tipo: “Sujeto femenino. ID, esquizofrenia paranoide, delirante, con componentes depresivos”.
Empieza con un diálogo, una relación entre seres humanos, que conduce, imperceptiblemente, a que los lectores comprendamos que dos seres humanos, colocados en roles diferentes por las circunstancias, compartan saberes y emociones, hacia una búsqueda de causas, vivencia y condiciones que han hecho posible que una de ellas, la paciente, acuda a buscar ayuda para vivir mejor.
Luego, en algunos lugares del artículo, casi como sin querer, deja escapar unas ideas para precisar profesionalmente lo que se propone: “Yo creo que el trabajo clínico, especialmente en el campo de la salud mental, se parece mucho a una labor detectivesca. Generalmente las evaluaciones que hacemos buscan responder preguntas sobre el mecanismo: ¿qué es?, ¿cómo funciona?, ¿cómo se acomodan las piezas para que esto pase?”
La narración prosigue la lógica de Sir Sherlock Holmes, la de un detective que obsesivamente sigue y persigue una verdad, un trayecto, unas circunstancias y un hilo narrativo que es la trama y, desde luego, un resultado.
Personaje (s), circunstancias, tiempo, relaciones, vivencias, intenciones, actividades, sentimientos, pensamientos, deseos o emociones son la esencia misma de la narración.
A pesar de que el propósito de la entrevistadora, uno de los personajes, consiste en comprender y explicar qué, cómo y cuándo de lo que le muestra el otro personaje y, además, pretende acercarse a su cerebro para intentar, tan solo ello, comprender y explicar causalmente el problema de naturaleza clínica, tenemos mediante la narración un ser humano vivo, un personaje que bien, como sugería Konstantin Stanislavski, podemos construir con la ayuda de la Dra. Yvonne.
Es destacable el hecho de que esta narrativa trasciende la descripción pura y llana; asegura con otros elementos, una coda para reflexionar. Veamos ello:
“¿Qué le pasa al cerebro que pierde la función de la familiaridad? De acuerdo con Ryan Darby y Simon Laganiere, encontrar al impostor en el cerebro requiere comprender que existen caminos hechos de sustancia blanca que nos permiten reaccionar con congruencia afectiva a las personas que forman parte de nuestra historia. Para que esto pase se necesita tener abiertas dos “aduanas” fundamentales: la corteza retroesplenial izquierda y la corteza frontal-ventral derecha. La primera permite reconocer que conocemos a alguien y que ese alguien corresponde con nuestra historia; y la segunda permite que, ante el desconcierto, no expliquemos nuestra realidad de manera delirante. Es decir que, cuando se violan nuestras expectativas sobre lo que observamos, logremos aterrizar explicaciones objetivas a este hecho”.
Y, en efecto, cierra con una coda sobre el trabajo de un profesional de la neuropsicología, sobre un fenómeno que para muchos es desconocido y misterioso; la alteración de la capacidad de reconocer a ciertas personas como familiares ¿Qué es eso de la familiaridad en el cerebro humano y para la persona?
“La labor cotidiana de un neuropsicólogo requiere de la observación del comportamiento y de la traducción de éste a sus componentes mínimos; también es nuestra función ofrecer hipótesis a los médicos sobre cómo los fenotipos de conducta, que por momentos parecen desorganizados, tienen sentido cuando se explican desde los patrones de conectividad o desconexión de los circuitos cerebrales y su inevitable relación con el medio. Sin embargo, ofrecer explicaciones sobre eslabones perdidos en la cognición no implica una afirmación fría o insensible de los pacientes”.