El tercer ojo - A propósito de la noción de ¨independencia¨ en estas fechas
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Estimados lectores que siguen El tercer ojo; esta ocasión, con motivo del 212 aniversario de la convocatoria a la Guerra para lograr la Independencia con respecto a la Corona Española y dejar de ser una colonia adherida a España, me propongo compartir con ustedes unas reflexiones –considero necesarias— sobre la idea que subyace al término “independencia”.
Como nos es dable asumir, como punto de partida, desde la conquista, primero militar y luego ideológica, política, económica y cultural, por parte de la Península Ibérica de toda una enorme extensión geográfica de América –dentro de ésta lo que entonces se denominaba “Nueva España”— transcurrieron tres siglos de subordinación –de 1521 a 1821— con respecto a la Corona Española. Tres largos siglos de una relación de dominio/subordinación mediante la cual, tanto en sentido político/económico como en los ámbitos culturales –lingüísticos, religiosos, psicosociológicos, etc.—, con una serie de consecuencias en término de identidad, sentido de pertenencia y, sobremanera, de proyecto propio de nación a largo plazo.
De tanto haberlo leído, escuchado e interiorizado como evento social de nuestra historia nacional, sabedores somos de que el día 16 de septiembre de 1810, en un lugar llamado Dolores, el Cura Don Miguel Hidalgo y Costilla convocó a quienes tuvieran corazón para escucharlo y seguirlo, a integrarse en una Revolución de Independencia con respecto a la Corona Española. También sabemos que varios criollos y pobladores de nuestra entonces colonia se adhirieron a tal llamado en una guerra que, por poco más de una década, enfrentaron a las fuerzas de la Corona y, finalmente, en el año de 1821, declararon formalmente la independencia y el nacimiento de un México Independiente. Es decir, que después de trescientos años de vida colonial, aparecía una luz al final del túnel para proyectar una nueva nación.
Asimismo, es sabido por nosotros que, entre los años de 1821 y 1910, poco menos de un siglo, no logró cuajarse un proyecto de nación independiente y soberana. Pugnas de diversa índole marcaron un centenario de luchas entre conservadores y liberales, entre monárquicos y republicanos, entre centralistas y federalistas y culminaron con la Dictadura del General Porfirio Díaz, habiendo atravesado por la del General, también, Antonio López de Santa Ana y, desde luego, la Monarquía de Maximiliano de Habsburgo y su derrocamiento por los liberales y republicanos al mando de Benito Juárez, con quien se instituye un Estado Laico.
La Dictadura del General Porfirio Díaz concluye con la Revolución Mexicana de 1910-1917 y, nuevamente, al término de la fase militar –en 1917—, con sus secuelas de muerte, orfandad, miseria, hambre y luchas intestinas por estabilizar una nación que no había nacido como un Estado Nacional Independiente ni, mucho menos, había proyectado la resolución de raíz de los enormes problemas de naturaleza política, económica, ideológica, cultural y de identidad.
Otro decenio más de batallas, traiciones, ejecuciones, asesinatos políticos, y pugnas por el poder político y económico, una Guerra Cristera, entre otros sucesos, terminan con el logrado “Maximato” del General Plutarco Elías Calles –quien hubiera fundado el Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente claro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), partido que aseguró la gobernabilidad por 70 años (a sangre y fuego, corrupción e impunidad) y lo que el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa definió como la “Dictadura Perfecta”— y, a partir de aquí, un siglo XX sin haber logrado la independencia política, ideológica y económica, con respecto a las nuevas “potencias” imperialistas.
Hasta aquí, considero, de manera sucinta he trazado una trayectoria carente de previsión y perspectiva nacional e independiente.
La “historia oficial”, cargada de narraciones secuenciales en una dimensión temporal y de elegías a personajes que por sí mismos poseyeron los valores y principios que se ensalzan recurrentemente, no contempla, desde luego, que hubo un conjunto de condiciones que hicieron posible que tales eventos se dieran y que tales personajes fuesen los representantes de los sucesos conmemorados.
Antes de los hechos que se festejan y que se asumen como los que nos dieron patria, identidad y proyección nacional, hubo otros que sembraron el terreno para que florecieran los que aparecen como los más “trascendentes”; rebeliones sin éxito, asesinatos de líderes desconocidos o innombrados, sentimientos de resistencia mostrados por los conquistados hacia los conquistadores. Estos no aparecen en las narrativas oficiales y, en su lugar, se colocan únicamente las efemérides que concuerdan con sus proyectos de poder político y económico de lo que ahora aparece como “Democracia de Baja Intensidad”.
Una historiografía hecha a modo para mantener un conjunto de “representaciones sociales” que configuran ideológicamente una idea de “mexicanidad” que no logramos demarcar, clara y nítidamente, como nación o Estado independiente y soberano en sentido amplio.