Educar en el machismo.
En opinión de Aura Hernández
[Las mujeres]... esas que no pudieron atreverse a tomar sus propias decisiones [...] que pasaron directamente de la tutela de sus padres a la de sus maridos, que perdieron la libertad en la que habían vivido sus madres, para llegar tarde a la libertad en la que hemos vivido sus hijas”.
Almudena Grandes
La mayoría de las mujeres de la generación a la que pertenezco (último tercio del siglo XX), fuimos indudablemente educadas en la cultura del machismo. Pudimos haber sido hijas de una madre liberal en lo religioso y hasta en lo político, pero en su mayoría recibimos una crianza fuertemente marcada por la preeminencia de la idea del padre proveedor, la madre cuidadora y la de que el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos era equiparable al pecado.
Muchas mujeres de esa generación tuvimos la fortuna de contar con una progenitora, que a la luz del discurso feminista podría considerarse una de ellas, pues al contribuir con los ingresos familiares y disputarle al varón proveedor la toma de decisiones dentro de las familias, contradecían en los hechos lo socialmente correcto. Y era, precisamente, su autonomía económica el origen de su arrojo.
No obstante eso, muchas de nuestras madres reprodujeron a pie juntillas los patrones de la cultura machista y atendieron, más que a su impetú de feminismo inconsciente, a la educación sentimental y hasta ética, impartida en las películas de Pedro Infante y radionovelas como Angelitos Negros o El derecho de nacer que entonces trasmitía el naciente emporio de lo que después se convertiría en Televisa.
Así, la segunda mitad del siglo XX se convirtió en la época del apogeo de los estereotipos de lo que una buena mujer debe ser, y sus hijas nos legaron la monumental tarea de desmontar esa tradición cultural que tanto potenció las violencias contra las mujeres hasta la actualidad.
Sin duda, como decía Almudena Grandes, el feminismo ha sido uno de los movimientos sociales más potentes a nivel global de los últimos años del siglo pasado y los que van del presente. Sin embargo, no ha habido simetría frente a la desaparición de la violencia contra las mujeres, simple y sencillamente porque los patrones de género están fuertemente imbricados en nuestra cultura, en nuestro “utillaje mental”, por eso es tan difícil desterrarla y por ello es tan importante la educación.
No haré aquí una génesis de los orígenes del machismo en México y en el mundo, pues quienes lo reconocemos como un fenómeno funesto para el desarrollo de las sociedades en igualdad, estamos conscientes de su larga data. La retrospectiva que hago aquí busca, sobre todo, explicar el pasado más inmediato y mostrar, por un lado la persistencia de un patrón cultural que normaliza la violencia contra las mujeres, y por otro, las legítimas luchas de las nuevas generaciones para enfrentar y proscribir al machismo.
A pesar de los avances, todavía no ha sido suficiente. De acuerdo con datos estadísticos presentados por el INEGI con motivo del Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, en este año, el 20 por ciento de mujeres de más de 18 años reportó al ser encuestada, una percepción de inseguridad en su propio hogar.
El año pasado más del 10 por ciento de los delitos cometidos contra las mujeres fueron de tipo sexual y, en ese mismo año, casi la cuarta parte de las defunciones de mujeres ocurrieron dentro de su casa. Y según la Organización de las Naciones Unidas, el confinamiento obligado por la pandemia y las crisis económicas han generado mayor violencia al interior de los hogares, por si algo faltara.
Estas cifras nos muestran que, aún con el éxito del movimiento y la visibilización de las desigualdades y las asimetrías que ha logrado, la igualdad de género está muy lejos de conseguirse, pues mientras prevalezcan techos de cristal, feminicidios, abusos machistas dentro del hogar, pero sobre todo mientras se siga educando en el machismo, las mujeres tenemos que seguir siendo, como ya lo advertí la escritora Almudena Grandes, “policías de sí mismas”.