Cuando sea demasiado tarde… - El viejo viajero en el tiempo.
En opinión Gabriel Dorantes Argandar
El viejo viajero en el tiempo había hecho el viaje más largo de toda su carrera. Nunca me dijo de qué año provenía, sólo se que venía de un futuro no muy lejano. No contaba nada, no quería compartir su experiencia, por no alterar mi futuro más de lo específicamente necesario, decía. Un día de finales de octubre decidió partir, y comenzó a recorrer el tiempo. Los edificios eran su verdadera pasión, le gustaba visitar diferentes construcciones en diferentes momentos del tiempo, para poder dar testimonio a las modificaciones que el tiempo hacía sobre de ellas. En algún momento me llevó a una ermita, creo que era una ermita, en los parajes de Valladolid, en España. Decía que había visto cómo la había construido, que era una maravilla de su tiempo porque tenía una columna al centro que sostenía todo el edificio, y dicha columna había sido construida a mano, sin maquinaria ni herramientas modernas. A través del equipo que llevaba siempre sujeto al antebrazo izquierdo, me mostró el proceso de planeación, edificación, uso, abandono, recuperación, y restauración. Todavía hay más, me dijo. Al final, el tiempo se lo lleva todo, pero lo verdaderamente glorioso es ver cómo los edificios atestiguan el pasar del ser humano, cuando el ser humano permite que el tiempo se le escape, como la sangre de una herida profunda. Hay edificaciones que han visto el paso de 5, 6, 7 generaciones, antes de que el paso del tiempo también pase por encima de la construcción. El edificio atestigua al ser humano, y son pocos los seres humanos que atestiguan el pasar de un edificio.
Sin embargo, hoy no era un día de atestiguar edificios. El viejo viajero en el tiempo había llegado a mi puerta con otras intenciones en mente. Lo que ahora quiero enseñarte tiene que ver con el ser humano, no como individuo, sino como conjunto. El humano individual casi no sirve para nada: nace, crece, piensa que se reprodujo y muere. Te quiero presentar a un personaje muy especial.
Nunca supe cómo funcionaba esto del viajar en el tiempo. El viajero sólo me decía que cerrara los ojos, me tomaba de la mano, y después de una pequeña sensación de ingravidez, aparecíamos en otro lugar, otro tiempo. No te preocupes del cómo, muchacho, preocúpate del cuándo y el dónde. El año en el que tú vives está sintiendo los primeros verdaderos síntomas del cambio climático. Al principio les fue imperceptible, supongo que, en 1960, el haber tenido que mover el templo de Abu Simbel habrá servido de experiencia para comprender que cuando el hombre modifica la naturaleza, el efecto está fuera de su control. Posteriormente, la ciudad de Venecia les sirvió de gran ejemplo. La ciudad se hunde, decían los medios, los edificios se perderán bajo las aguas. Lo que nadie dijo fue que el problema no era que los edificios se hundieran, sino que era el nivel del agua el que estaba subiendo. La diferencia es sutil y pequeña, pero de grandes dimensiones en lo que se refiere a su impacto. El agua en el mar mediterráneo subió de nivel un par de metros en espacio de menos de cien años. ¿De dónde proviene esa agua, dado que todos los recursos en la Tierra son finitos? No es cosa de que haya aparecido más agua en el planeta, ¿cierto?
Pues bien, nos encontramos en un escampado, con suficiente vegetación, pero no se podía decir que fuera abundante. Hacia el norte se podían observar grandes cuerpos de agua, pero había que subir una u otra colina para verdaderamente apreciarlo, el terreno era bastante regular. ¿Dónde estamos? Un par de kilómetros hacia el este se podía ver las luces de un pequeño pueblo carretonero, la música de una pianola se podía percibir a la distancia, el pianista estaría amartillando el instrumento con sus manos para poder ser escuchado a esta distancia. Vamos, ese es nuestro destino por ahora. El viejo viajero en el tiempo apretó el paso hacia las luces del pueblo, no quedó de otra que seguir su camino. El paraje terminó y nos encontramos ante una pequeña calzada, con 10 edificios de madera de cada lado. Nos encontramos en el año de 1960, muchacho. Presta atención a lo que ocurrirá a tu alrededor.
La pianola sonaba fuertemente de el único edificio iluminado, del lado derecho. El resto del pueblo dormía plácidamente la jornada de trabajo. Una decena de caballos rumiaba plácidamente frente al abrevadero del salón, definitivamente estábamos en el viejo oeste. El viejo viajero se postró frente a las puertas batientes del establecimiento, abrió ambas con los brazos extendidos y entró en el edificio. La sala se encontraba llena de individuos cubiertos de ropa sucia y sombreros de vaquero, sus rostros escondidos tras sendos bigotes y sus armas colgadas con holgura al cinto. Nadie parecía haber tomado un baño en una semana, por lo menos. El olor a sudor, whiskey y muerte era penetrante.
Lejos del bullicio, en una esquina, había un hombre solitario en una mesa. Nadie lo acompañaba, su ropa no era la de un obrero común, más bien vestía como un oficinista, hasta llevaba un monóculo, como era costumbre en que entonces. El viajero caminó directo hacia él, sin importarle que varios clientes del establecimiento se alarmaran con su apariencia o su firmeza. Apartó una silla y se sentó en la mesa. Mr. Drake, Edwin Drake, tengo entendido que ése es su nombre. El hombre levantó la mirada y ofreció con la mano una silla en la mesa que ocupaba. ¿En qué le puedo ayudar, míster? El viejo viajero se sentó a la mesa, extrajo un pañuelo de los bolsillos interiores de su saco, y limpió su frente. Tenemos un problema muy grande, señor Drake. Debe usted de suspender sus operaciones inmediatamente. Edwin Drake mantuvo la calma, bebió un sorbo de el trago que tenía delante de él. Y, ¿cuáles son las operaciones que pretende usted que suspenda, míster forajido?
Sus operaciones al respecto del petróleo, Míster Drake. Necesitamos que las suspenda inmediatamente. Drake nos miraba detenidamente por encima del perfil de su copa, bebía un trago de whiskey a pequeños sorbos. Toda mi fortuna está basada en la extracción del petróleo, forastero. Vamos a sustituir el aceite de ballena, para las linternas, con keroseno. Es sólo cuestión de destilar o fermentar o extraer o como quiera usted llamarle, ese líquido inflamable a esa sustancia negra que sale del suelo. A penas si logro sobrevivir, este nuevo producto que he descubierto permitirá a mi familia sobrevivir el siguiente invierno, posiblemente los siguientes tres. Explíqueme la razón por la cual usted desea que yo suspenda tales actividades.
Porque en menos de 200 años la humanidad perecerá debido al consumo de esa sustancia negra que usted pretende comercializar. El sol se esconderá tras nubes de humo tóxico color gris y café. Los niños caerán enfermos, sus cerebros deformados por las sustancias que respiran del gas emanado de la combustión de dicha sustancia. El medio ambiente se verá afectado a tal grado que los mares volverán a consumir la tierra firme, el planeta entero se verá envuelto en una ruleta interminable en la que la vida humana simple y sencillamente encontrará su fin por viento, marea, o enfermedad. Si usted continúa comercializando dicha actividad, la vida humana encontrará su fin en menos de 200 años, los pocos supervivientes tendrán que vivir bajo tierra, acopiando los poquitos restos de la vida industrializada que queden. Las latas caducarán a los pocos años, las semillas también padecerán bajo las inclementicas del tiempo. La vida humana tendrá sus días contados si usted continua con la labor de extraer esa sustancia negra del suelo, le suplico deje de hacerlo.
El señor Drake nos miró a ambos por encima del borde de su vaso. Tranquilamente bebió su whiskey, y amablemente nos dio las buenas noches. Eso fue lo mejor que pude hacer por salvar tu mundo, dijo el viejo viajero en el tiempo. El ser humano ha estado condenado desde hace 200 años, y no hay manera de salvarlo.
A ver qué noticias nos trae el invierno.