Observador político - Cuauhtémoc Blanco: el rostro vulgar y cínico de un político
En opinión de Gerardo Suárez Dorantes

Durante casi una década, Morelos padeció la farsa de un gobierno encabezado por un hombre que nunca entendió el significado de la palabra “pueblo”. Cuauhtémoc Blanco Bravo, ídolo americanista convertido en caricatura política, hizo de la administración pública una cancha privada donde reinó la frivolidad, el despilfarro y el desprecio por la gente trabajadora. Tres años como alcalde y seis como gobernador bastaron para hundir al estado en la corrupción, el abandono y la inseguridad.
NO APRENDIÓ, EL CUAUH.- A la distancia, su paso por el poder dejó una estela de escándalos que hoy siguen resonando: desvíos multimillonarios, nepotismo descarado, uso patrimonialista del presupuesto y, sobre todo, una profunda descomposición institucional que degradó la vida pública de Morelos. Mientras la violencia se apoderaba del territorio, Blanco Bravo jugaba cascaritas, viajaba o se encerraba en fiestas privadas. El pueblo, una vez más, fue espectador de la impunidad.
Pero el ciclo no se cerró con su salida del Palacio de Gobierno, ya que en la lógica del sistema político mexicano —donde el oportunismo es más rentable que la coherencia—, el exfutbolista fue premiado con una diputación federal bajo las siglas de Morena y siempre, respaldado por Andrés Manuel López Obrador. Así, quien fue símbolo del desgobierno morelense hoy ocupa una curul en el Congreso, repitiendo el guion del ausentismo, la ignorancia y la simulación.
La escena ocurrida el pasado 20 de octubre, durante la sesión de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública, lo retrata de cuerpo entero: se conectó a la reunión virtual solo para pedir que se registrara su asistencia. No emitió voto, no intervino, no debatió. Los ruidos de fondo parecían venir de una cancha de pádel. En lugar de atender el análisis de la Ley General de Aguas —una de las más importantes en materia de soberanía y justicia ambiental—, Blanco jugaba. Así, mientras los pueblos de México siguen luchando por el acceso equitativo al agua, el diputado que vive del erario se entretiene golpeando pelotas.
Esa anécdota es más que una burla; es el retrato del vacío político que ha dejado el modelo de representación dominante y Cuauhtémoc Blanco no es una anomalía, sino la consecuencia lógica de un sistema que premia la popularidad por encima de la conciencia social. Sobre todo porque su ascenso fue posible porque los partidos —todos— han convertido la política en espectáculo, y al pueblo en público.
El pueblo de Morelos conoce bien las consecuencias. Más, cuando Margarita González Saravia heredó un estado devastado en lo financiero, en lo moral y en lo institucional y mientras, la Auditoría Superior de la Federación sigue señalando desvíos millonarios, los responsables disfrutan de inmunidad política.
La impunidad de Cuauhtémoc Blanco —blindado por el poder federal, exonerado por la UIF y protegido por el cinismo, por lo que no habrá un cambio verdadero mientras personajes como el tepiteño sigan viviendo del presupuesto público.
EL PADEL DE LA IMPUNIDAD.- Cierto es que Cuauhtémoc Blanco, ese héroe nacional del balón convertido en caricatura del poder, volvió a demostrar que el ejercicio que más domina no es el físico, sino el de la desfachatez, cuando fue captado jugando pádel mientras participaba “semipresencialmente” en una sesión de la Comisión de Presupuesto, el diputado de Morena reaccionó con la serenidad del que sabe que no habrá consecuencia alguna.
Sonriente, con la misma frescura con la que antes fingía caídas en el área, aseguró que necesita “hacer ejercicio porque su corazón lo pide” y, de paso, que si lo multan, pues que lo multen. Total, el salario corre igual.
La escena no es anecdótica: es el retrato perfecto del tipo de clase política que se ha naturalizado en México, incluso —y sobre todo— dentro del partido que prometió no parecerse a los de antes. Morena se llenó de figuras recicladas, exfutbolistas, cantantes, ex priistas y oportunistas de toda índole que encontraron en la “Cuarta Transformación” un uniforme nuevo para seguir jugando el mismo partido: el del desprecio por lo público.
SEGURIDAD PARA POCOS; MIEDO PARA TODOS EN CUAUTLA.- La dos veces heroica se ahoga en la violencia y es que las cifras delictivas la han colocado entre las ciudades más inseguras del país, y la respuesta de los distintos niveles de gobierno ha sido, como siempre, desigual e injusta. Por lo que mientras las colonias padecen la ausencia de patrullas y la ciudadanía vive con miedo, algunos políticos disfrutan de escoltas federales que deberían proteger al pueblo, no a los poderosos.
La Guardia Nacional, desplegada con la promesa de devolver la paz al oriente de Morelos, hoy sirve también para resguardar intereses particulares, un ejemplo de ello, el de las hermanas Guerra —Juanita Guerra Mena, senadora y dirigente estatal del Partido Verde Ecologista, y su hermana Anita Sánchez Guerra, regidora del Ayuntamiento de Cuautla— exhibe con crudeza la contradicción de un Estado que se dice garante de la seguridad pública, pero que en la práctica actúa como escolta privada de la élite política.
Tres camionetas de la Guardia Nacional asignadas a su protección contrastan con las calles vacías de patrullas, con los barrios donde los vecinos se organizan para vigilarse entre sí porque el Estado ya no llega: la misma Guardia Nacional que justifica su presencia en Cuautla por la ola de violencia, desvía elementos para cuidar a dos funcionarias que, paradójicamente, deberían rendir cuentas a la ciudadanía.
Al respecto, el comandante Raúl Meneses Castrejón aseguró que la medida responde a una instrucción del Ministerio Público Federal y en efecto, aunque esto fuera sí, cabe preguntar, ¿cuántas mujeres, cuántos comerciantes, cuántos jóvenes asesinados o desaparecidos han tenido el mismo privilegio de protección? Ninguno. En Morelos, como en todo el país, algunos políticos tienen escoltas, aunque el pueblo no.
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