Cuando sea demasiado tarde… - El valor del trabajo.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Tendría yo unos 17 o 18 años. Imagino que sería agosto o septiembre porque estaba lloviendo a cántaros. ¿Recuerdan que antes podía llover sin parar por varios días en la gloriosa ciudad de Cuernavaca? Hoy en día la gente me pregunta por qué camino bajo la lluvia sin protección hidrofóbica, y lo hago porque simplemente te mojas tantito y ya. Desde hace mucho que no cae una tormenta que verdaderamente imposibilite el tránsito y la gente tenga que dejar de conducir porque simple y sencillamente tal labor se vuelve imposible. Caía un chaparrón de aquellos, había llovido toda la noche y para las 6 de la mañana para nada parecía que dejaría de llover en las siguientes horas. Todavía era de noche y su servidor tenía un catarro que se me había combinado con la alergia al polvo que apenas podía respirar, ya deje usted dormir. Decidí no ir a clase, creo que era de inglés. Las clases de inglés eran muy aburridas porque en los niveles más altos en realidad enseñan literatura, más que el “grammar” y el “speaking.” En aquellos tiempos, su servidor se devoraba las novelas policiacas que mis papás compraban como podían en dos días. En el fondo, sí aprendí mucho de dichos cursos, conocí la diferencia entre un cuento corto y una novela, y que lo verdaderamente importante de un cuento es la manera en la que se cuenta. ¿Quién diría? Tal vez, algún día me convierta en escritor.
Pues bien, corría el reloj y su servidor ya había rotundamente decidido no asistir a la clase de inglés. Tenía catarro y estaba lloviendo. Mi papá entró a la habitación, enfundado en camisa, traje y corbata, plenamente listo para entrar en acción. ¿No piensas ir a la escuela? A lo cual prontamente le expliqué a tal individuo que su servidor tenía catarro y hasta donde tenía entendido aquel entonces (ahora sé que no es así), tal malestar y la lluvia no son uno mismo. Tal comentario provocó una extensa (y muy aburrida) letanía al respecto del valor de la educación y el esfuerzo que mis padres hacían por darme una educación en las circunstancias posteriores a la crisis económica de 1994. Para aquel entonces, su servidor ya comenzaba a mostrar intención de evaluar la consecuencia de los actos propios antes de realizarlos, por lo que tuve que decidir entre: (1) peleas con papá y haces todo el esfuerzo por poder mantenerte en la cama y después de varias discusiones te levantas y te vas a la escuela, o (2) te levantas y te vas a la escuela. Son pocos los días en los que su servidor es iluminado por el de allá arriba y hasta parece que a momentos tiene una cosa que se llama “criterio,” que no me acaba de quedar claro qué demonios es, pero sirve para que uno se ahorre muchos problemas. Me levanté, y sin bañarme me vestí, agarré mis ingaderas y me fui a la escuela con un paraguas. La escuela estaba a 500 metros de lo que era en aquel entonces casa de mis padres.
Cuando llegué a clase, descubrí una cosa bastante impresionante: todos estaban ahí. Nadie había faltado. La profesora había llegado puntualmente y estaba preparando su material para dar la clase. No recuerdo su nombre, pero era norteamericana y se enojaba mucho de que yo tuviera afición por las novelas policiacas, porque sostenía que tendría que leer a los grandes de la literatura. Al día de hoy estoy consciente de que no se equivocaba, pero a mí me gustan las novelas policiacas. Una de las razones por las cuales su servidor es Psicólogo es por una novela policiaca que uno de mis hermanos compró en un aeropuerto, llamada “Along Came a Spider,” escrita por un tal Thomas Patterson. Al final habré leído 6 o 7 libros de ese señor, pero ése fue el libro que le pegó al clavo. Un detective de policía que tenía doctorado en Psicología y con ello se valía para resolver crímenes en la ciudad de Washington D.C.
Pues bien, su servidor está muy hasta la progenitora de las elecciones. Mis estudiantes me han preguntado por quién votaría en las próximas elecciones, y la respuesta sigue siendo: no poseo ni la más prostituta idea de por quién voy a votar. ¡Siento que tengo que elegir entre Guatepeor y Guateayseven! El problema grande es que lo más probable es que las elecciones gringas las gane otra vez Don Trompas, y tener un presidente supremacista blanco, abiertamente racista y misógino, con el cual tenga que lidiar un presidente mujer y mexicana, no va a ser nada fácil. No le auguro buenas expectativas a ninguna de las dos. Sin embargo, esta semana, Claudia Cheimbaum declaró en uno de esos eventos inocentes que no dejan de hacer y que no me queda muy claro para qué sirven, que “ya no será cierto que, si no se trabaja, entonces no se puede tener un buen nivel de vida.” Yo lo lamento mucho, pero a mí mis padres me enseñaron que, por encima de todo, está el trabajo. A ese nivel ha llegado el populismo. Insisto en que aquellos que no pagan sus impuestos son los que deciden cómo es que se gasta el dinero de los impuestos.
Porque el futuro no ha muerto, pero el siguiente sexenio va a ser muy, muy difícil. Como dice mi viejo: pague usted sus deudas lo antes posible y póngase a ahorrar, porque como siempre, parafraseando a Pancho Villa: el futuro no será más fácil que el presente.