Victoria, Floyd, violencia policial y solidaridad de clase.
En opinión de Aura Hernández
La vida no vale nada cuando otros se están matando y yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada.
La vida no vale nada si escucho un grito mortal y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga
Canción, Pablo Milanés.
Cuando Cristopher Martin, el joven cajero de 19 años de un centro comercial de Minnesota, llamó al 911 en para denunciar, aquel fatídico 25 de mayo del 2020 a George Floyd de quien sospechó que pagaría con un billete falso, no le pasó por la cabeza ni por un momento, la sacudida que ese acto ocasionará en su país, Estados Unidos.
Mucho menos vislumbró, el joven y marginal Martín -igual que Floyd-, que en pleno siglo XXI, en el mundo entero, ratificaríamos lo que de suyo ya sabemos: el terrible racismo que envenena a una gran parte de la población del país norteamericano, donde los prejuicios raciales definen muchas cosas.
Con lágrimas en los ojos Martín, quien fue llamado como testigo en el juicio a Derek Chauvín, el policía que provocó la muerte de Floyd al presionar con su rodilla el cuello de éste durante nueve minutos, dijo al juez “si simplemente no hubiera aceptado el billete, esto podría haberse evitado”.
En el juicio que siguen por televisión millones de norteamericanos también comparecieron, testigos que han expresado el mismo sentimiento de culpa por no haber hecho algo más por George Floyd a quien simplemente vieron morir.
Tal es el caso de Donald Williams un luchador profesional que pidió atención médica para Floyd y de Darnella Frasier quien grabó el video de la muerte del afroamericano que le dió la vuelta al mundo, pero que en el momento de los hechos omitieron realizar alguna acción más contundente, que hubiera podido salvar la vida de Floyd. Ese es el gran dilema de las redes sociales, ¿hasta cuánto nos sirven para evitar situaciones como la que aquí narramos?
No obstante, las redes sociales sirvieron para darnos cuenta de una verdad innegable: en el uso excesivo e innecesario de la fuerza policial al realizar la detención de un civil pacífico “sospechoso” como Floyd, prevalecieron indudablemente los prejuicios étnicos y los estereotipos que del delincuente se han construido y afianzado en nuestra cultura, algo a lo que en mucho contribuyen las redes sociales. Es una gran paradoja.
En México, un país pluricultural en donde la gran mayoría de su población tiene orígenes étnicos, indígenas, afros, mestizas y una parte español, prevalecen, por increíble que parezca, los prejuicios étnicos y raciales y solemos ver en otros el color obscuro de la piel y no en la nuestra. Somos una sociedad racista, discriminatoria y prejuiciosa frente al que consideramos diferente. Mucho de eso explica el asesinato de Victoria Salazar en Tulúm Quintana Roo.
Victoria fue abordada por elementos de la policía municipal de la ciudad turística de Tulum por, supuestamente, alterar el orden; y ya sometida, fue paralizada por una robusta mujer uniformada quien colocó su rodilla en las frágiles vértebras 1 y 2 de su columna. Lo que originó su fallecimiento, según lo determinaron los resultados de la autopsia que se difundió.
La agresión a Victoria, igual que Floyd fue videograbada por alguién que solo la vió morir y después difundió el video que indignó al país y al mundo y que servirá como prueba en el juicio que se seguirá a la mujer que la asesinó y a sus cómplices uniformados. Es la paradoja. ¿Acaso no sería mejor que Victoria siguiera viva? ¿que los transeúntes indiferentes que la estigmatizaron y revictimizaron durante los minutos que duró su detención hubieran hecho algo por evitar su muerte inutil?
Igual que el caso Floyd, en el caso de Victoria pesó su origen étnico, su condición de género, su circunstancia de migrante frente a un aparato policial que históricamente se ha caracterizado por el uso de la fuerza excesiva, por la brutalidad en sus operativos, por sus prejuicios de raza y también su misoginia.
No estoy segura de que la mujer cuya rodilla fracturó las vértebras de Victoria, al igual que en el caso de Floyd, tenga sentimientos de culpa por el resultado de su brutal actuación. Pero lo que sí sé, pues creo que no hace falta ser antropóloga para apreciarlo es que seguramente es una mujer, que al igual que Victoria tiene muchas condiciones de vulnerabilidad.
Diré sólo algunas: es mujer, seguro no es de clase pudiente, es de piel morena, con seguridad es una trabajadora precarizada y muy posiblemente al igual que Victoria, vivía en una colonia marginal del municipio de Tulum. Sin embargo eso no influyó para que se pusiera en los zapatos de esa otra mujer “sospechosa”, pobre, morena, precarizada, migrante….
En México, también son históricos los incidentes graves de agresiones policiales a personas que por su circunstancia pertenecen a grupos en situación de vulnerabilidad, como mujeres, indígenas, jóvenes, pobres, personas de piel oscura por citar algunas y también es histórica la impunidad que ha caracterizado a los casos.Un ejemplo de esta brutalidad ha sido el caso Atenco, en donde un grupo de mujeres sufrió en el 2006, no solo agresiones físicas sino también violencia sexual con tal impunidad que el caso debió llevarse a instancias internacionales.
En el 2018 la Corte Interamericana de Derechos Humanos, emitió una sentencia condenatoria contra el Estado mexicano, entre otras cosas por “la actuación de sus autoridades de seguridad hicieron uso excesivo e indiscriminado de la fuerza contra un grupo de mujeres” ...que protestaban en forma pacífica.
Ahí se señaló que el uso de la fuerza por parte de los policías no fue ni legítimo ni necesario “pero además fue excesivo e inaceptable por la naturaleza sexual y discriminatoria” que la caracterizó. La sentencia condenó la ausencia de una regulación adecuada de las fuerzas policiales, la falta de capacitación de los agentes, la ineficiente supervisión y monitoreo de los operativos y “una concepción errada de que la violencia de algunos justificaba el uso de la violencia contra todos”.
Es obvio que el Estado mexicano no ha cumplido. El caso de Victoria Salazar es un ejemplo entre muchos.