Mi experiencia con la Policía Federal
En opinión de Víctor Iván Saucedo
La noche del 3 de marzo de 2014 la vida para la familia cambió, una llamada telefónica me daba la peor noticia de mi vida; mi madre había sido secuestrada.
Los segundos se vuelven eternos, el cuerpo se siente caliente, la impotencia inunda el cuerpo, las lágrimas no logran salir ante la necesidad de resolver. Nadie está preparado para algo así, no sabía que hacer.
Después de informar a mi familia y realizar una serie de llamadas, logré entrevistarme con el Comisario Sergio Licona (QEPD) de la Policía Federal.
Me recibió de inmediato, su trato fue cálido, amable, pero sobre todo muy profesional; en todo momento le dio importancia a nuestro caso, rápidamente me orientó sobre las premisas básicas que debía entender y lo que podía suceder en determinados escenarios y el manejo y cauce que yo debía darle al asunto cuando recibiera las llamadas de los secuestradores.
Posteriormente el Comisario Licona me puso en contacto con la Unidad Antisecuestros de la Policía Federal en oficinas centrales; después de preguntarme algunos detalles del caso, acordaron enviar elementos y equipo especializado que me orientaría y ayudaría en la negociación y su posterior liberación. Esa misma noche me volvieron a llamar dos veces, para dar seguimiento y monitorear si había recibido llamadas y el manejo que le estaba dando a las mismas.
A primera hora del día siguiente se presentaron dos elementos puntuales, serios, preparados, profesionales. Hablaron conmigo, con mi padre y mis hermanos, nos hicieron entender todo lo que venía, los roles que nos correspondían y las experiencias de éxito que tenían cuando se cumplía con el protocolo al pie de la letra. Dentro de todo lo que estábamos viviendo su presencia nos dio paz, su profesionalismo esperanza y su compromiso la certeza de que todo terminaría bien.
Y así fue. Después de extensas llamadas, de momentos angustiantes, de miedo, de impotencia, de sentir un temor inenarrable, de escuchar las amenazas más crudas de la vida por gente sin alma y sin escrúpulos, logramos la liberación de mi mamá; la teníamos de nuevo con nosotros sana y salva. Una vez logrado el objetivo, los oficiales recogieron su equipo, nos dieron las gracias, un abrazo y se retiraron. En nuestro júbilo por tener de vuelta a mi madre quisimos recompensarlos, no me lo permitieron; simplemente nos dijeron que el volver a juntar familias era la mejor recompensa, nos volvieron a dar un abrazo y partieron. Jamás volví a saber de ellos, aunque me hubiera gustado.
Por respeto a mi familia no entraré en más detalles, escuchamos y vivimos cosas terribles, fueron momentos altamente angustiantes, pero estoy seguro que el apoyo absoluto y comprometido de la Policía Federal fue fundamental para que ese episodio llegara a buen término.
Hoy la institución pasa por momentos difíciles, álgidos y cruciales; hoy mucha gente va a sacar a la luz sus errores, sus yerros, sus defectos o sus imperfecciones, hoy muchos querrán hacer leña de ese árbol y escarnio público de una institución que por su origen y orientación, está inmersa en una permanente dinámica de desgaste y por ello se le juzga severa e injustamente.
Mi manera de apoyar es haciendo público este pasaje, es refrendar mi gratitud a la Policía Federal y a los elementos que la integran, estoy seguro que hay mas buenos que malos, que son mexicanos de excepción que todos los días se juegan la vida por la de nosotros, que todos los días tocan vidas, salvan vidas y unen familias; y son muy poco reconocidos.
Sirva el compartir esta experiencia y estas breves líneas como la manera más humilde que encuentro de darles las gracias a nombre de toda una familia que los lleva en el corazón.