Serpientes y escaleras - De mi bragueta para adentro
En opinión de Eolo Pacheco
Lo que empezó como una frivolidad personal terminó como una tragedia para el estado.
De mi bragueta para adentro
La captura de Agustín Montiel López fue un duro golpe para la administración de Sergio Estrada Cajigal, pero no contuvo la llegada de grupos criminales. Fue ese jefe de la policía ministerial quien abrió la puerta del estado al narcotráfico y permitió el ingreso de criminales a las instituciones; ahí nació el narcogobierno. Para entender el origen del grave problema delictivo y de violencia que se vive actualmente en la entidad hay que remitirnos a esa fecha: hay un Morelos antes y uno después de “El Sincler”.
La vida de Sergio Alberto Estrada Cajigal ha girado siempre en torno a sus amigos; antes de ingresar a la vida pública pocos sabían de su existencia, era el menor de los hermanos de una familia tradicional de Cuernavaca, el que menos brillaba de los tres. Desde muy temprana edad lo suyo eran las mujeres, el desmadre, la fiesta y los “bisnes”. Nadie lo tomaba en serio, ni siquiera en su familia.
La personalidad del joven mecánico se reflejó en su gobierno, desde sus extravagancias hasta sus amigos, fueron tiempos donde prevaleció el culto al ego; la primera acción que tomó como jefe del ejecutivo fue aumentarse el sueldo y aumentárselo a sus colaboradores de primer nivel, luego adquirió lujosas camionetas para todos, teléfonos celulares e impulsó el reemplacamiento vehicular con la imagen de un Emiliano Zapata al que los diseñadores le pusieron facciones similares a las suyas. La administración estradista inició el primer día del mes de octubre, pero dos meses después el gobernador autorizó un aguinaldo de tres meses de suelto más un “bono de productividad” para él y todos los secretarios. Los “sergiobonos” costaron al estado más de 15 millones de pesos.
En ese sexenio los caprichos eran la norma y fueron subiendo de tono conforme el novel gobernante entendía los alcances de su poder; Estrada Cajigal gobernaba con sus compañeros de parranda, hizo a un lado al partido que lo llevó a la gubernatura y despreció a todas las fuerzas sociales, políticas y partidistas de la entidad. No necesitaba a nadie que le hiciera sombra ni le dijera como hacer las cosas, su círculo cercano eran sus cuates y algunas mujeres que por temporadas se convertían en figuras influyentes en él.
Su gabinete era de distinto a todo lo que antes se había visto: el secretario de gobierno era Eduardo Becerra, un rubicundo personaje que nunca había participado en la administración pública con una formación académica que no le permitía saber ni distinguir cuáles eran o en qué consistían los tres poderes del estado y los tres niveles de gobierno. También incorporaron a Luis Javier Camargo, un empresario de Hot Lines, Alfonso Pedroza, propietario de una casa de apuestas, Jesús Limonchi, su dentista y unos meses más tarde a Agustín Montiel como jefe de la policía ministerial.
Las travesuras del gobernador eran públicas y nadie en el gobierno se preocupaba por ocultarlas; “es un conquistador, un garañón, un macho mexicano… así le gusta a la gente” señalaban sus colaboradores al festejar cada ocurrencia, conquista o acto de represión de su jefe.
Para los estradistas el sexenio fue una fiesta permanente en la que se obviaron los procedimientos administrativos y legales; un día al mandatario se le ocurrió arrendar un helicóptero y lo hizo sin licitar; la aeronave que oficialmente fue adquirida para tareas de seguridad era cotidianamente utilizada por el gobernador para visitar a sus novias, de ahí el mote del “Helicóptero del amor”. Valga decir que al principio Sergio Estrada no sabía manejar este tipo de artefactos, pero aprendió en la aeronave oficial, aunque en el proceso tuvo algunos accidentes menores que, empero, costaron al estado varios millones de pesos en reparaciones.
Las historias de esa administración pasaban de lo público a lo privado de un día a otro: de la misma manera como se conocían las conquistas del gobernador, explotaba un conflicto social que era rápidamente contenido con el uso de la fuerza y la intervención directa de la policía a cargo de Agustín Montiel López.
Pero mientras el gobernador se divertía paseando, conquistando mujeres y reprimiendo personas, frente a él se gestaba un problema mayor con la llegada de grupos criminales y el ingreso de delincuentes a las filas de la policía. El jefe de la ministerial era mucho más inteligente que su amigo el gobernador, le daba por su lado, lo consentía, lo hacía sentir poderoso y le acercaba todas las cosas que le entretenían; al tenerlo contento Agustín Montiel tenía carta abierta para hacer cualquier cosa, para pactar con quien quisiera y ofrecer al gobierno estatal como garantía. Después del gobernador, la figura más poderosa del gabinete era El Sincler.
Mientras Sergio Estrada se recreaba, Montiel López operaba, movía sus piezas y transformaba a la entidad en un narcoestado; en ese momento las cosas comenzaron a cambiar severamente: Morelos dejó de ser un lugar pacífico, una tierra de paz y de descanso con una alta calidad de vida; con la llegada del narcotráfico el estado se volvió violento y empezó la disputa por la plaza. Cuando el gobierno federal detuvo a Agustín Montiel por brindar protección a grupos del narcotráfico se confirmó un secreto a voces: la administración de Sergio Estrada Cajigal estaba coludida con cárteles de la droga.
En medio de tantas historias hubo algunas que quedaron sin confirmar, pero se volvieron leyendas urbanas, como la supuesta relación que habría tenido Sergio Estrada Cajigal con la hija del poderoso líder de un cártel del narcotráfico o los encuentros con líderes criminales en la residencia oficial; en ese plano se quedaron también los comentarios que referían el cotidiano aterrizaje de avionetas cargadas de droga en el aeropuerto Mariano Matamoros, remodelado a un costo de 32 millones de pesos y administrado por el suegro del gobernador o el hecho de que las patrullas de la policía ministerial se utilizaban para el traslado de maletas repletas de dólares y droga; algunas de ellas, decían, se entregaban en la casa de gobierno y en la oficina de Eduardo Becerra.
En un gobierno sin orden ni límites todo sucedía: lo que en otros tiempos y en otros lugares eran temas de cuidado, en Morelos se convirtieron en asuntos de todos los días; aquí las manifestaciones ciudadanas se disolvían con la policía, los bloqueos se rompían por la fuerza y a los críticos se les callaba con amenazas y utilizando todo el aparato del estado. Ahí volvía a intervenir Agustín Montiel: aquel que se atreviera a cuestionar al gobernador era inmediatamente visitado por el jefe de la policía ministerial y en algunas ocasiones encarcelado, como ocurrió con los opositores a la construcción de un Costco en el Casino de la Selva o a la mega tienda de Soriana en la zona norte de la ciudad, a un costado del libramiento.
La segunda mitad del sexenio de Sergio Estrada Cajigal fue una tragedia desde todos los ángulos: después de la captura de Agustín Montiel las cosas cambiaron en el gobierno, pero la situación no mejoró en lo social. El gobernador fue acorralado por su partido, pero ni así lograron controlar sus impulsos y su frivolidad; algunos amigos del mecánico fueron expulsados del gabinete, pero siguieron operando y haciendo negocios desde afuera. Lo peor: los grupos delictivos ya estaban fijos en el estado y presentes en el gobierno. Llegaron para quedarse.
También la vida personal del ejecutivo tuvo un viraje en ese sexenio: Sergio Estrada Cajigal se divorció a la mitad de su mandato en medio de un escándalo que refería agresiones a su primera esposa y severas críticas por irse 17 días de luna de miel. El jefe del ejecutivo fue sometido a juicio político en el congreso y obligado a comparecer ante el pleno, pero el tema no avanzó porque desde México lo cobijaron y localmente la diputada priísta Maricela Sánchez (lo platican algunos diputados de esa legislatura) negoció por 5 millones el voto de su compañero Gustavo Rebolledo, sin el cual el juicio no procedió.
En la recta final del sexenio ya no quedaba nada de aquel popular joven que ganó la gubernatura entre aplausos y festejos populares; el último año ya era un gobernante repudiado, un hombre cuestionado por su estilo de vida, un funcionario público acusado de múltiples actos de corrupción y un político al que se le atribuían fuertes lazos con el narcotráfico.
En ese momento todo mundo llamaba ya irresponsable a Sergio Estrada, se había acabado el respeto, la fama y el cariño popular; el gobernador apechugaba con la crítica generalizada y en confianza lloraba con sus amigos al tenor de una melancólica canción de Marco Antonio Solís que ponían cuando la nostalgia lo agobiaba.
Otra de sus tantas torpezas ocurrió durante la visita al estado del gabinete federal en un foro denominado “Cómo vamos a la mitad del camino”; la organización del evento estuvo a cargo del secretario de economía Felipe Calderón, quien a la postre se convertiría en candidato del PAN y presidente de México. Se trataba de un evento federal para lucir las acciones de Vicente Fox; el gobernador era anfitrión e invitado, pero no el personaje central del acto.
Cuidando que las cosas salieran bien los asesores de Sergio Estrada le escribieron un discurso serio, discreto, congruente con el momento, cuidadoso de no robarle cámaras al precandidato presidencial. Todo iba bien hasta que, al término de la lectura, fuera del programa, Sergio Estrada Cajigal se envalentonó y aprovechó el micrófono para increpar a sus críticos: "Ya basta de estar preocupados de lo que hago de la bragueta para dentro, señores legisladores: preocúpense por el estado, los morelenses están esperando ese compromiso, esa responsabilidad y madurez política".
Esa declaración le robó cámaras al evento federal y fue la nota del día, a nadie interesó lo que dijo Felipe Calderón, ni tampoco el balance del trabajo del gabinete presidencial: todas las miradas se centraron en la expresión de un gobernador frívolo, cuestionado, enjuiciado y muy mal visto en todos lados.
En ese momento Sergio Estrada Cajigal cavó su tumba política y quedó relegado de la alineación del PAN.
El daño causado a Morelos ya estaba hecho.
- posdata
Pase lo que pase en las contiendas municipales de Morelos, lo que parece inminente es que la próxima legislatura estará en manos de la oposición. Y no hablamos de cualquier oposición ni de un momento cualquiera, se trata de la segunda mitad del sexenio y de un congreso en el que veremos a figuras con intereses políticos puestos en el 2024 y rencores personales en contra de Cuauhtémoc Blanco.
Insisto: la agenda de los partidos y la del gobierno estatal no puede ser la misma, aunque se compartan intereses o sentimientos; al jefe del ejecutivo le urge trazar un camino para tener una buena relación con los futuros legisladores sin importar las siglas que representen, para que la agenda parlamentaria sea institucional y no en torno a un procedimiento legal contra el gobernador.
Es obvio que la oficina política del ejecutivo estatal ya se dio cuenta que las cosas no serán sencillas durante la segunda mitad del sexenio. La pregunta es ¿Qué están haciendo al respecto?
- nota
Los últimos días las redes sociales y los teléfonos se han convertido en receptores de cualquier cantidad de basura política; hay publicidad que nadie lee, mensajes que surgen desde el anonimato y ofensas de todos contra todos.
Después de las campañas será interesante hacer una valoración de los resultados de unas campañas que caminaron mayoritariamente a través de las redes sociales; todo mundo se lanzó ahí y al final casi nadie trascendió.
A pesar de que a la que transcurre se le llama “la mayor elección de la historia”, personalmente creo es la contienda que menos se ha sentido entre los ciudadanos.
- post it
Una característica tiene el proceso electoral que estamos viendo hoy en México: es el más violento de la historia; nunca se habían registrado tantas amenazas y agresiones contra contendientes de todos los partidos; tristemente hasta los asesinatos de candidatos se han convertido en algo común.
- redes sociales
¿Ya se decidieron por quien votar?
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