LA CRISIS DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

En opinión de Jaime Juárez López

LA CRISIS DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

“Hay un enemigo común, muy humano, que el hombre político debe vencer cada día y a cada hora: la vanidad. 

Es el enemigo mortal de toda devoción a una causa, el enemigo del recogimiento y, en este caso, del retraimiento de sí mismo”.  (Max Weber) 

 

Como agentes del proceso democrático, los partidos políticos se encuentran en el epicentro de la llamada crisis representativa, provocándole un desgaste natural. El descontento de los electores pone a prueba la legitimidad del sistema político, haciendo eco de las voces antisistema, que exigen la depuración del modelo actual, sin saber cómo y de qué manera debería ser remplazado, dado que no existen espacios vacíos de poder. Pero, no olvidemos que en las democracias, la ocupación del poder sólo puede darse con respeto al estado de derecho, las minorías y la pluralidad de pensamiento.

 

En efecto, a lo largo de la historia, los partidos políticos habían sido la banda de transmisión entre votante y electos; sin embargo, rompiendo la relación directa que antes existía entre representantes y representados, surgieron otras dos relaciones: una, entre votantes y partido, y una segunda, entre partido y electos.

 

La intermediación operada por las asociaciones simplificó el sistema de representación, contrariamente a lo que pensaban sus críticos. También  cambió, y vale la pena señalarlo, la relación partido-electos, que ahora  se caracteriza cada vez menos por el mandato libre, en la misma medida en que se fue fortaleciendo la disciplina partidaria y se abolió el voto secreto. 

 

De ahí surge lo que se denomia “Partidocracia”, cuyo término debe entenderse sin el tono peyorativo que suele asociarse con él. Es producto de la democracia de masas (entendida como la resultante del sufragio universal). Aun así, los partidos  tienen la soberanía limitada por la voluntad del elector.

 

Mucho se habla de la crisis de los partidos políticos, en particular del desfase entre las prácticas políticas y la voluntad de los representados. Mauro Volpi detalla que esta crisis es de triple naturaleza: funcional, ideal y estructural. 

 

La primera, se caracteriza por la disminución de su capacidad de cumplir la función de representar los intereses ciudadanos. La segunda derivada de que es innegable que los partidos se han resignado al abandono de sus ideales, reduciéndose a un simple instrumento de gestión del poder (perpetuación de su presencia en el Gobierno) y finalmente, la crisis estructural frente a un aparato oligárquico y profesional que toma decisiones al margen de los procedimientos y controles democráticos. Estos son factores que explican el fenómeno de la corrupción y, en casos más severos, la llegada a la política de personas que consideran al partido un instrumento de autoafirmación o de enriquecimiento privado.

 

La práctica revela poco compromiso con los asuntos públicos, en la medida en que otros criterios (sanguíneos, de afinidad, en fin, oligárquicos) son los establecidos para las elecciones de los nuevos líderes.

 

Por otra parte, existe una amplia gama de cambios ocurridos en los partidos políticos, sentidos como la pérdida de afiliados y participación, disminución de la identidad partidaria y aumento de la volatilidad electoral: Crisis del sistema de mediación política, en el que  los partidos tradicionales fueron protagonistas, pero que comienzan a competir con nuevos actores (grupos de interés y movimientos sociales).

 

Otra de las causas que está en el origen de la crisis de representatividad de los partidos es la apropiación de éstos para fines privados, sustrayendo el interés público, a pesar de la vieja advertencia, en el sentido de que las partes o intereses de grupo o personales,  nunca deben prevalecer sobre el interés del Estado.

 

La ausencia de democracia interna en los partidos políticos,  conduce también al descrédito de estos, especialmente en relación con los afiliados que no pueden superar los bloqueos impuestos y, por lo tanto, están sujetos a decisiones tomadas, a menudo, de forma arbitraria y cupular

 

De esta forma, se pueden enumerar un sinnúmero  de causas de la crisis de los partidos políticos: casos de corrupción; gestión patrimonial; el mandato como instrumento de ascensión social; falta de transparencia de los actos administrativos, lo que genera poco o ningún control por parte de la sociedad civil; falta de democracia interna; personificación o magnificación de políticos en detrimento de los programas partidistas; énfasis mediático sobre la criminalización de la política y distorsión de  la opinión pública (absorbe y genera consenso – poder de las redes sociales).

 

Pero no se puede hacer esta  lectura sin la necesaria visión bidireccional. Según Ferrajoli, también se produce un desmoronamiento del sentido cívico, en tanto sentimientos de desconfianza hacia las instituciones, desvalorización de la cosa pública, el miedo, el racismo y el egoísmo van en aumento. Tales problemas están relacionados con los causados por la propia clase política. Así, se rompe la identidad colectiva, lo que, combinado con el vacío representativo, conduce a la regresión de la subjetividad individual y la desagregación social.

 

Tantos problemas y tan graves sus raíces no pueden pasar desapercibidos. Las consecuencias de un sistema político que lucha por su legitimidad entre los ciudadanos son muchas, y es posible mencionar las siguientes: 

 

Enajenación de votantes, falta de interés para  participar efectivamente en la política; supervisión cada vez menos efectiva por parte de ciudadanos, quienes delegan estas tareas solo en órganos oficiales de control, no obstante la era de las redes sociales y la aparición del  activista virtual; altas tasas de abstención.

 

Ferrajoli también señala otra consecuencia de lo que domina el colapso de la representación política, que es precisamente la Crisis del Estado Social y, por tanto, de la dimensión sustancial de la democracia constitucional consistente en el vínculo impuesto al estado como garante de los derechos sociales, es decir, constituye un cáncer contra la estabilidad constitucional.

 

Por tanto, sin el Estado Democrático de Derecho, no existe la posibilidad de ejercer el poder sin el respeto a las instituciones políticas de la democracia (elecciones libres y periódicas, existencia de partidos políticos, separación de poderes, para contener abusos), es misión de todos preservarlo, pero con las necesarias y urgentes correcciones, a fin de evitar la ruptura institucional capaz de poner en peligro el tejido social, la garantía y la consolidación de los derechos.