El Tercero Ojo - ¿Para qué escribir?

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara.

El Tercero Ojo - ¿Para qué escribir?

“Para no desvanecerme, / para no vagar ingrávido y etéreo, / cual fantasma en el vacío, / escribo / (...) Para no perderme entre las sombras y penumbras / de una larga noche, / nadando sobre nubes de una amnesia, / canto. / (...) Escribo, / porque las palabras dichas tienen un destino. / (...) Escribo, porque de no hacerlo, / sin legado alguno, desamparado, / sin topial in tlahtolli, / cual paria en la orfandad, / harapiento y miserable, / vagaría mi hijo por el mundo, / implorando un poco de caridad. / Para no blasfemar o maldecirme, / para caminar ligero, sin culpa alguna, / escribo. /  (...) Escribo para salmodiar loas a la vida. / Escribo para entonar hosannas al amor. / Escribo, porque de no hacerlo, / marcharía el camino recto hacia mi propio funeral.”

 

J. Enrique Alvarez Alcántara. Fragmentos del Poema Exordio.

 

Apreciados lectores que siguen con regularidad nuestra colaboración semanal en el diario El Regional del Sur, El Tercer Ojo; esta semana quiero atraer su atención e interés sobre la cuestión relativa al acto de escribir y las motivaciones que le subyacen, así como también a los usos que se hacen  de una “profesión”, que no lo es, pero que se presume como carnet de identidad. Lo antedicho obedece al hecho de qmuy recienteme.se tuvo una discusión, en el mejor de los sentidos, sobre el valor comparativo de la novela La chica que jugaba ajedrez en Auswitch y Gambito de dama (tanto la novela como la serie de televisión).

 

Entre los comentarios se expresó que la primera parecía un copia mala de la segunda (sin precisar si se refería en el caso de Gambito de dama a la novela o a la serie de televisión); otro de los comentarios señaló que la segunda era “mucho mejor” que la primera, sin más, descalificando a la segunda (sin precisar si se refería en el caso de Gambito de dama a la novela o a la serie de televisión). Debo resaltar el hecho de lisa y llanamente deieran leerse las obras en cuestión y luego emitir su opinión.

 

Ante ello la persona que expresó la segunda opinión comentó que sí había leído ambas obra por ello consideraba que era pertinente su juicio. Nuevamente comenté que sería muy prudente argumentar por qué emitįa tales juicios y argumentara más que calificar y descalificar. Ante ello preguntó si le sugería exponer una “cátedra” y le respondí que no, simplemente le pedia que argumentará. Para cerrar esta breve escaramuza me respondió, palabras más, palabras menos “soy escritor de novelas y eso es suficiente para que tenga la razón ¿Algún problema?”. Cerré la breve confrontación con un “ninguno”.

 

¿A qué viene esta narración? Podrán interrogarse y preguntarme, considero que la última parte de la escaramuza contada me dió pie para intitular esta  colaboración, para elegir el epígrafe con el que determinado iniciar la redacción de mis ideas, algunos fragmentos de un extenso poema que escribí hace unos pocos años, no más de un lustro, y para exponer la idea esencial del pequeño ensayo.

 

Diferencio clara y explícitamente lo que es el acto de escribir y sus motivos y propósitos; asimismo, distingo una “profesión” que strictu sensu no lo es, sino que es una determinación de intereses y definición de las actividades que se prefieren como primordiales en el quehacer humano y, finalmente, los usos que se pretenden imponer a tal actividad y quehacer.

 

Desde luego que más allá de los motivos subyacentes al acto de escribir, más allá de los estilos literarios elegidos, de los destinatarios a los cuales se dirigen los textos, nunca son para erigirse en demiurgos de la verdad absoluta, irrefutable e incontrovertible y colocarse como eidolas adoratorias del saber humano.

 

Itero y reitero para que no quepa duda: sin que sea poseedor de la verdad y del saber, y siendo discutible lo que escribo, “(...) Escribo para salmodiar loas a la vida. / Escribo para entonar hosannas al amor. / Escribo, porque de no hacerlo, / marcharía el camino recto hacia mi propio funeral.”

 

De no hacerlo así, sería presa de fantasmas y demonios que taladrarían mi cráneo y el encéfalo, marcándolos con el sino de la muerte eterna, para escuchar a perpetuidad las voces interiores de la ansiedad, angustia, desesperación y culpa, sin escapatoria alguna.

 

No escribo para ser “escritor” todopoderoso o algún prestidigitador, un agorero de la historia o nigromante que de la manga o el sombrero saca sus anatemas o filípicas inamovibles; en fin “Para no desvanecerme, / para no vagar ingrávido y etéreo, / cual fantasma en el vacío, escribo”.