El Tercer Ojo - Sobre la violencia y nuestra deshumanización (Quinta y última parte)
En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara
“Quia nihil estverumnisi participando veritatem; et ideo veri veritas in ipso vero est, res vero enuntiata non est in enuntiatione vera. Unde non eius veritas, sed causa veritatiseiusdicendaest. Quapropter non nisi ipsa oratio qua erenda mihi detureius veritas”. “Porque nada es verdadero si no participa de la verdad. De este modo, la verdad de lo verdadero está en lo verdadero mismo; en cambio, la cosa enunciada no está en el enunciado verdadero. Por eso debemos decir que aquélla (la cosa enunciada) no es la verdad de éste (del enunciado verdadero), sino la causa de su verdad. Por eso me parece que la verdad de éste (del enunciado verdadero) debe ser buscada solamente en el leguaje mismo”.
Anselmo de Canterbury
Estimados lectores que me siguen a través de esta colaboración semanal –el Tercer Ojo--; esta ocasión me propongo cerrar la serie de artículos dedicada a las cuestiones relativas a la violencia estructural, desenfrenada, traumática, desenfrenada, desmedida y aparentemente enfermiza que afrontamos como sociedad, como familias y como seres humanos, tanto en nuestra nación como en nuestra entidad federativa.,
En las colaboraciones precedentes hube expuesto una serie de premisas que considero axiomáticas para sustentar nuestra postura ideológica, política y fenomenológica sobre esta cuestión.
He sostenido, por principio de cuentas que:
El comportamiento violento que se observa hoy en nuestro entorno no obedece a nuestra “naturaleza biológica u originaria” o a mecanismos de transmisión genética desde nuestros ancestros filogenéticos.
El fenómeno que hoy observamos y padecemos encuentra sus raíces en el conjunto de condiciones histórico-sociales y culturales que hemos construido a lo largo de nuestra existencia como especie. Es decir, que esta fenomenología encuentra su fundamento en la estructura social que nos hemos dado.
Ergo, la única manera de afrontar satisfactoriamente esta cuestión se halla en el diseño, confección y operación de un programa de acción que busque y se proponga transformar radicalmente –de raíz—el conjunto de condiciones materiales e ideales de existencia de este Modo de Producir y Reproducir tales Condiciones de Existencia ha propiciado las condiciones favorables para perpetuar esta violencia criminal.
La verdad de lo afirmado no obedece a la creencia que Anselmo de Canterbury expresa y que en el epígrafe de esta colaboración se muestra; la verdad no es intrínseca al lenguaje escrito que utilizo por “participar de la verdad”; la verdad de lo afirmado, como he mostrado a lo largo de las colaboraciones precedentes, salta a la vista si –como demostraron Frans de Wall y Jane Goodall—asumimos que el comportamiento violento, de conflictos y de competencia no es la esencia biológica de los primates. Si reconocemos que, además, el comportamiento solidario, colaborativo y de empatía forman parte de la “naturaleza psicológica” de los mismos primates, estaremos en la posición de que la violencia es un fenómeno sociopolítico y, como tal, debe afrontarse sociopolíticamente.
En este sentido, la responsabilidad política de la sociedad es inocultable; sin embargo, más allá de este aserto, sin duda verosímil, debemos comprender y asumir que el Estado y los Gobiernos que lo encarnan son las estructuras de la sociedad que deben asumir la responsabilidad de eliminar ésta como rasgo distintivo contemporáneo de nuestra existencia socio-política.
La impunidad, la corrupción, la declinación de los gobiernos para afrontar esta calamidad con determinación y, no es innecesario decirlo y reconocerlo, la irresponsabilidad de nosotros como ciudadanos al favorecer estos estilos de vida política, socio-cultural e histórica, que perpetúa esperanzas en caudillos o gobernantes, o partidos políticos, o los Dioses, o profetas, o magos y prestidigitadores, desplazando en “los otros”, los “otros” que no son “yo”, la responsabilidad de la resolución de las calamidades que no han salido de una Caja de Pandora, ni de Jinetes Apocalípticos, empero que los “Heraldos Negros” a diario nos muestran como un rostro de Medusa la miseria que estamos dejando como “Herencia Maldita” a nuestros hijos y a nuestras jóvenes generaciones. Y, aún más, los hijos que, como nosotros, estamos dejando en este mundo.
La verdad de lo escrito no está en las palabras. Se halla en los hechos.