El Tercer Ojo - Nuevamente sobre las vacunas
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Nuevamente me apresto a compartir con ustedes, amables lectores que me siguen, una breve reflexión sobre la necesidad de admitir que es de suma importancia acudir a las campañas de vacunación contra una serie de enfermedades que aún nos agobian.
Sabedor soy de que existe un conjunto de mitos y creencias que devalúan, en el mejor de los casos, el valor de las vacunas como herramientas útiles en las estrategias de prevención y disminución de la prevalencia de ciertas enfermedades más o menos letales, pero sin duda con un impacto negativo sobre la calidad de vida de las personas y, desde luego, con consecuencias económicas desfavorables para los gobiernos y Estados o naciones que muy frecuentemente se ven superados por la demanda de atención en el ámbito de la salud. Se afirma, por ejemplo y sin rubor alguno, que las vacunas son inocuas o no sirven para lo que se dice que son útiles, adicionando una sentencia que resulta casi imposible de refutar, y con ello se pretende sostener como verdadera la idea de la inutilidad en salud, pese a no tener relación alguna una premisa con respecto a la otra; a saber: que la industria químico-farmacéutica las produce y distribuye con propósitos meramente mercantiles y lejos de los intereses legítimos en los ámbitos de la salud.
Asimismo, y en el peor de los casos, se propalan especies que atribuyen a las vacunas —en ciertas ocasiones y particularmente a algunas de ellas— consecuencias desastrosas para quienes se las aplican; tenemos, por ejemplo, la creencia de que el conjunto de trastornos del espectro autista u otros trastornos de origen teratógeno derivan del hecho de haberse aplicado algunas vacunas. Ello, desde luego, con base en los conocimientos científico-médicos actuales puede sostenerse que es falso.
Finalmente, para alimentar cierta dosis de “paranoia colectiva” se esparcen las afirmaciones que sustentan las tesis de que éstas son una herramienta que se utiliza con fines de “control psicosocial” e ideológico-político al introducir dentro de nuestros organismos una especie de microchips con los cuales nos vigilan. En fin.
Pues bien, el día de ayer por la mañana escuchaba el noticiero que produce la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y que conducen nuestros amigos Mónica González y Julio Román, en un segmento del mismo entrevistaron a un médico, representante del Sector Salud en Morelos, quien invitaba a la audiencia a proceder a vacunarse, ademas de contra las enfermedades endémicas de la temporada invernal —influenza y, ahora, el COVID— y, muy particularmente, contra el sarampión, que parece repuntar en algunas naciones del orbe.
Recordé entonces algo que por la edad que tuve durante los sucesos que enseguida narraré no tengo grabados claramente en mi memoria. Lo que contaré me fue transmitido, cara a cara, por mi madre y una tía de nombre Mauricia.
Como ya he narrado algunas otras ocasiones nací el mes de abril de 1957, el mismo día en que murió en un accidente nuestro insigne actor y cantante Pedro Infante; mi nacimiento fue inducido en una casa pobre por una partera empírica; todo parecía ir bien, incluso por el hecho de haber sobrevivido al “Terremoto del 57”, sin embargo, para fines de año fui “atacado” simultáneamente por los virus de la Poliomielitis y del Sarampión. Como también es sabido, esa época fue presa de una epidemia de tales calamidades que, por lo demás, fueron sumamente letales —70 de cada cien afectado, murieron y, los que sobrevivimos lo hicimos adoleciendo secuelas diversas—. Como puede comprenderse, en ese tiempo el acceso a las vacunas era sumamente limitado y, naturalmente, no fui vacunado, ni mis hermanas —en ese entonces dos—. Pese a ello mis hermanas no fueron objeto de tales enfermedades. Sin embargo, a una de ellas, la inmediatamente mayor a mí y menor a mi otra hermana le invadió una enfermedad de vías altas que culminó en un cuadro de neumonía; mi madre me contó que desesperada y sin saber qué hacer acudió a la Basílica de Guadalupe y le suplicó a ella que si debía morir uno de sus hijos salvara a la niña y se llevara al niño porque nunca estaría bien. El resultado pueden imaginarlo: murió la niña y el niño escribe este artículo.
Años después, otras dos de mis hermanas enfermaron de difteria y desafortunadamente también perecieron a consecuencia de ello.
Hoy, existen las vacunas contra la polio, el sarampión, la difteria, tosferina, tétanos, tuberculosis, influenza, COVID y otras más; si años atrás hubiera este abanico de vacunas, sin duda, la prevalencia y letalidad de estas enfermedades hubiese sido menor.