El Tercer Ojo - Homenaje a Alejandro Martínez Ray

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - Homenaje a Alejandro Martínez Ray

Después de haber “disfrutado” un receso en esta columna semanal me apresto, nuevamente, este año 2024, a reiniciar la presentación de mis colaboraciones semanales para compartir con ustedes, amables lectores que me siguen, un sentido y vívido homenaje a mi compadre, amigo, hermano y camarada Alejandro Martínez Ray, a propósito de su cumpleaños, no recuerdo cuántos son, esta semana de enero.

Debo confesar a ustedes que nos “Nos criamos desde chicos”, hubiera escrito y cantado y declamado, “El Temucano”, chileno, Tito Fernández, en su célebre cueca “Ahí’ ta la madre del cordero”. Yo, estaba internado en el Centro de Recuperación Infantil, en la Ciudad de México, en la Colonia San Ángel, entre los años de 1960 a 1970, y él viviendo en la calle de Victoria, en Copilco “El Bajo”, frente a la escuela primaria “21 de Agosto de 1944”, escuela a la cual me llevaban a cursar los primeros grados de la educación escolar primaria.

Frente a la escuela referida se hallaba la casa de los Martínez Ray, en ésta había un molino de nixtamal, en el cual “El Piña” y Alejandro, y sus hermanos Carlos, a la postre “Don Marra” y Gustavo, se encargaban de trabajarlo y atenderlo; a un lado, se encontraba la tienda del tío (“El Giro”) de los hermanos Martínez Ray, quien atendía la tienda eran “El Giro” y “El Perico”, Pedro, hijo del “Giro” y primo de los hermanos Martínez Ray.

Primero hice amistad con “El Perico”, con quien al salir de la escuela iba por dulces y, luego, iba al molino con los hermanos Martínez Ray, con quienes charlaba y estrechaba la amistad.

A la vuelta de los años la relación se hizo tan estrecha con Alejandro que él y sus hermanos, o me llevaban al internado de regreso, o me visitaban en el mismo algunos fines de semana.

Al “ser dado de alta” del internado, en el año de 1970, fui a vivir con mi familia a la colonia el Olivar del Conde, no muy cerca de San Ángel; sin embargo, bastantes fines de semana iba de visita a la casa de Alejandro y, como la Peña “El Cóndor Pasa” lo mismo que la Ciudad Universitaria se hallaban muy cerca, fuimos, aún más, estrechando la relación. Íbamos a las peñas, tanto en San Ángel como en Coyoacán y así fue que Alejandro, por ciertas circunstancia se hizo músico de la música que se interpretaba en las peñas (milongas, candombes, zambas, yaravíes, etcétera) y de esta manera se relacionó con Gabino Palomares, Roberto González, Amparo Ochoa, Emilia Almazán, Jaime López, José de Molina, Alfredo Zitarrosa, entre otros más y, a través suyo, establecí relación con ellos.

Siendo aún bastante joven le picó la mosca de la composición y creó, entre otras canciones conocidas y difundidas “Por mi Compañera”, “Gotita de Licor”, además de un corrido al General Emiliano Zapata. Debo decir que el buen Alfredo Zitarrosa también grabó “Gotita de Licor”.

Desde esas décadas, 1960, 1970 y 1980 fuimos asiduos militantes de las peñas y del alcohol en cantinas, tinacales, pulquerías y otros centros de “recreación”, además de nuestros propios hogares y, desde luego, de la bohemia con guitarra en mano, bombos, quenas y charangos, además de las zambas, las milongas y más estilos y ritmos musicales latinoamericanos.

Desde esa era acordamos hacernos compadres cuando cualquiera de los dos tuviese un hijo; fue él quien primero realizó la tarea y nos hermanamos aún más.

A la vuelta de más de seis decenios todavía compartimos la bohemia, la amistad imperecedera, la estima y una relación que trasciende tiempo, lugar y coyunturas.

Ya no compartimos el mezcal, ni las cervezas, no el tequila o vodka; pero, pese a ello, seguimos la bohemia, la amistad, la memoria, la historia y una familia enorme que se llena también de tango y corridos.

Cumplir años, aún después y a pesar de la violencia estructural que cercena vidas, de una epidemia y pandemia recientes, de la muerte que acecha sin que sepamos cuándo, dónde y cómo nos alcanzará, no es tarea sencilla; sin embargo, Alejandro ha seguido, con la frente en alto y la mirada al horizonte, dejando huella y surcando rumbos.

Vaya pues, como un reconocimiento a su vida, trayectoria y amistad este homenaje.

Para acompañar el mismo de su obra, coloco el enlace a una interpretación hecha por él mismo de su canción “Gotita de Licor”.

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