Punto Kairo - Emociones y medios de comunicación

En opinión de Juan Salvador Nambo

Punto Kairo - Emociones y medios de comunicación

Crecí en una casa donde la radio y la televisión formaban parte del botiquín de primeros auxilios emocionales. Para un servidor y su familia los medios de comunicación eran recursos que nos ayudaban a gestionar las emociones en momentos difíciles. Mis abuelos tenían una consola para reproducir discos de vinil que se escuchaba en momentos memorables, no en fiestas, en momentos particulares, muy íntimos. Escuchábamos desde muy temprano la radio AM y ya por la tarde-noche las radionovelas y programas de entretenimiento como La tremenda corte, Kalimán, Chucho el roto, pero sobre todo, El ojo de vidrio.

Vivíamos en un ranchito, en Tenancingo, estado de México, rodeados de animales de granja y soldados a los que mi abuela vendía comida y lavaba y planchaba sus uniformes. Mi padre, mi tío y mi abuelo eran militares, así que teníamos que adaptarnos a su trabajo cuando iban de partida (dejaban la casa incluso por meses para trabajar en la sierra) y a no salir de casa por las reglas impuestas por las mujeres de la casa.

Los hombres de la familia llegaron con una televisión a color, luego de esperarlos por mucho tiempo de esas largas jornadas. Con muchas penas lográbamos ver el canal 2. Arreglábamos la antena de dos metros en la azotea cada vez que nuestras madres tenían que ver la novela de las 8 de la noche. A esa hora podíamos compartir silencios y diálogos, conocíamos de la vida a través de una vida que ellas comparaban con la propia y se combinaban gestos, sonrisas y sentimientos que nos hacían sentir seguros.

Pasado el tiempo nos mudamos a Cuernavaca, a mi padre lo habían cambiado de regimiento, vivíamos en una vecindad del Lienzo Charro, mi madre y yo nos acompañábamos en un pequeño cuarto: una colchoneta, una parrilla, un trastero y una televisión portátil con radio, marca Deluxe. En esa vecindad conocí a Sharat (Q.E.P.D), una compañera de niñez y del periódico, a quien recuerdo con mucho cariño.

Los programas de radio dejaron de escucharse y preferíamos ver las novelas en la tele portátil  blanco y negro para aferrarnos a los recuerdos de cuando vivíamos en tribu. En esa época también conocí los libros de texto como herramienta para conocer la realidad. Hacer la tarea era un requisito para ver las caricaturas, con mis amigos de la vecindad y mi hermano. Con ellos podía tener temas de conversación similares a los que los adultos tenían cuando veían sus programas o escuchaban las noticias.

Los años 80 eran tiempos de una narrativa dominada por Televisa, pero la resistencia era evidente en las fiestas patronales o de cumpleaños. Había posibilidad de escuchar nuevos artistas, música o programas o películas. Los militares, amigos de mi padre, regresaban de las partidas con nuevas propuestas musicales que tocaban desde sus guitarras. Desde entonces se decía que Siempre en Domingo era un programa “maleado”, corrupto, pero cuando hubo de oportunidad a ir a verlo en vivo, asistimos apresurados.

A través de las caseteras BETA y después las VHS llegó el cine y con él un mundo nuevo para nosotros como niños. Pudimos conocer parte del mundo exterior desde las historias que eran escogidas por los adultos para nosotros. Lo que pasaba en Estados Unidos, según esas películas, en poco o nada se parecía a lo que vivían nuestros parientes migrantes, quienes se aferraban a su vida en familia y patrones culturales. A esas alturas, la mayoría de mis tías, tíos y primos habían cruzado la frontera y más de una vez intercambiamos llamadas de larga distancia o cartas para hablar de cine o de música.

Con el paso del tiempo fui testigo de cómo personajes como El Santo, Rocky Balboa, Terminator o el Neo de Matrix mostraban una Ciencia Ficción que sabíamos era hecha para entretener, aunque también había películas como Rojo Amanecer, la Noche de los Lápices, Canoa o el Infierno, que mostraba que la realidad siempre superaba la ficción. Ningún aparato que nos servían para escoger nuestra propia música o cine queda con nosotros. Las historias que nos formaron y ayudaron a sobrevivir siguen llenos de publicidad en las plataformas de Streaming, mismas que veo y recomiendo a mis alumnos si es pertinente.

Hoy, a mis 44 años, ocupo un teléfono que hace la función de caja de recuerdos. Ahí viene mi botiquín de primeros auxilios emocionales. Escucho Caminos de Michoacán de mi abuela, a la Rocío Durcal de mi madre, a Donato y Estéfano a quienes vi en Siempre en Domingo. Sé de los eventos que organiza la familia en Estados Unidos, aunque la mayoría ni siquiera nos conozcamos, especialmente a la tercera generación. Pero, sobre todo, exploro entre las películas que pude coleccionar en DVD o la computadora, para disfrutar del cine con mi esposa e hijos. Y en esa mezcla de épocas, pantallas y relatos, sigo encontrando una brújula para entenderme a mí mismo y tratar de entender y convivir con los que más quiero.