El Tercer Ojo - Crónica de Medellín, Colombia II

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - Crónica de Medellín, Colombia II

Un perro camina con una cabeza humana en el hocico por las calles nocturnas de Zacatecas. Esta imagen de salvajismo absoluto que ningún escritor podría haber ideado resume con pavorosa fidelidad el estado de las cosas hoy en México.

Mauricio Montiel Figueras. @LitPerdida

Aquél que no recuerda la historia está condenado a repetirla. (Aforismo que aparece inscrito en una placa con fondo negro, en lengua polaca, en el campo de concentración nazi de Auschwitz).

Georges Santayana

A: Juan Carlos Restrepo Botero, Juan Carlos Arango Lasprilla, Sociedad Colombiana de Neuropsicología

Estimados lectores que me siguen en esta colaboración semanal; como anuncié la semana anterior, dedicaré este breve artículo al impacto, en todos los sentidos que me sea posible, de la violencia estructural que agobia, hasta ahora, a varias de nuestra hermanas naciones latinoamericanas, a través de la reflexión elicitada por mi visita a Medellín, Colombia y, muy particularmente, al hecho de mi visita —siempre apoyado por dos mujeres colegas que asistieron al mismo congreso, y que me propulsaron en la silla de ruedas— a la Comuna Sector 13.

El drama que implicó para amplios sectores de la población en la ciudad de Medellín —pero no sólo en ésta pues el país entero fue testigo y, en muchos casos actor, del conflicto armado no únicamente entre cárteles del narcotráfico, sino también entre grupos paramilitares (autonombrados Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), las fuerzas militares y policiacas del Estado y Gobiernos Colombiano, los grupos revolucionarios armados como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) o los Comandos Armados del Pueblo (CAP)— prácticamente durante toda la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI.

Como nos es dable suponer, estas fuerzas organizadas política y militarmente no contenían a toda la población de Colombia, hubo, como es sabido, amplios sectores de la sociedad que quedaron atrapados en sus lugares de residencia entre los fuegos provenientes de los diferentes grupos; es decir, quedaron “en medio”.

Como también es conocido, el “esfuerzo” del gobierno de los Estados Unidos por “apoyar” al gobierno colombiano, vendiéndole armas y brindándole “asesoría” militar no fue ajeno a este drama.

Bajo estas circunstancias, la Comuna Sector 13, puede ser la unidad de análisis representativa de las circunstancias y condiciones que se afrontaron en todo Colombia.

Los subniveles de análisis del nivel de análisis “violencia estructural de guerra” pueden ser enunciados de este modo: 1) El secuestro extorsivo o con fines de obtención de recursos económicos, 2) El secuestro con fines políticos e ideológicos, 3) El secuestro con fines de ejecución o “desaparición forzada”, 4) Actos terroristas diversos (“carros bomba” o “cadáveres bomba” y artefactos explosivos caseros), 5) Desplazamientos de población masiva y forzada, 6) Muertes o heridos por “balas perdidas”, 7) huérfanos, viudas o viudos, familias incompletas dejadas por la violencia, 8) Niños y menores integrados (voluntaria o involuntariamente) al conflicto como milicianos, halcones, correos humanos u objetos de consumo sexual, 9) Abandono de la educación escolarizada por inexistencia de condiciones propicias para el estudio, 10) Consecuencias de naturaleza psicológica dentro de los ámbitos de la salud mental y la vida emocional o afectiva, 11) Miedo, ansiedad, angustia, sentimientos de indefensión aprendida e inseguridad como perspectiva psicosocial, 12) Stress postraumático,13) “Duelo ambiguo o incompleto), etcétera.

Si bien es cierto que lo recién enunciado es apenas un esbozo de lo ocurrido en Colombia, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú, Guatemala, El Salvador y, faltaba más con algunas variantes en las formas de expresión de esta realidad violenta, en México, desde mediados del Siglo XX, no nos es dable asumir que debemos cerrar todas las fronteras que separan esta realidad de nuestra interioridad psíquica y, específicamente, de nuestra conciencia, para insensibilizarnos y no buscar opciones o alternativas que nos permitan ofrecer a nuestras jóvenes generaciones un mundo lleno de esperanza y sustentabilidad.

No podemos, como dícese que hace el avestruz, ocultar la cabeza bajo la tierra para no mirar o darse cuenta de la realidad y, luego, afirmar o sentenciar que tal estado de cosas no es real sino producto de la imaginación o la propaganda adversa de quienes dicen gobernar nuestras naciones pero las deshacen entre sus manos.

Pero no puedo olvidar un fenómeno que acompaña la violencia estructural representada por las acciones terroristas mediante las modalidades de “guerra psicológica” que busca imponer el terror paralizante en la población y los grupos antagónicos.

Refiero aquí la muestra sanguinaria de los actos criminales, con lujo de violencia innecesario que expone cuerpos desnudos, desollados, mutilados, mancillados, torturados, acompañados de mensajes amenazantes y, con ello, propiciando las condiciones favorables para que la rapiña muestre lo que hemos podido ver en las redes.

Narraciones de diversa índole, pero siempre dramáticas, podremos hallar en muchas publicaciones, sin embargo la esencia del problema se encuentra más allá de éstas y se trata de comprender, explicar y transformar las condiciones que han hecho posible esta situación y que no pueden afrontarse jurídica o militarmente, como únicas opciones.