El Tercer Ojo - A propósito de la poesía palestina.

En opinión de J. Enrique Alvarez A.

El Tercer Ojo  - A propósito de la poesía palestina.

De los países y pueblos árabes, de la cultura, lengua y tradiciones de los pueblos árabes tenemos, más que conocimientos fundamentados y sólidos, una serie de creencias y prejuicios que, como un manto, cubren nuestros ojos.

 

Cuando fuimos jóvenes de secundaria o bachillerato, más jóvenes de lo que somos ahora, a través de las asignaturas correspondientes, tuvimos acceso a una serie de cuentos que se conoce como Las mil y una noches y, tal vez, a una novela de Mika Waltari, Sinuhé el egipcio; más allá de cualquiera de estas dos referencias, de carácter escolar, resulta bastante asombroso encontrar, en las mismas fuentes escolares, alguna otra obra que hable de los pueblos árabes y sus costumbres.

 

Una de las creencias que mayor difusión ha tenido en nuestro México, es que los libaneses que migraron hacia nuestro continente son “los árabes", a través de ellos hemos conocido a quien quizás mayor difusión ha alcanzado entre nosotros, me refiero aquí a Gibran Khalil Gibran y sus obras más conocidas, El loco y El profeta. Fuera de lo que he citado, considero, no quedarán más referencias a “los árabes” en nuestra vida cotidiana. Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, refieren el juego de “Guerritas entre árabes y judíos”, que pudieran ser consideradas las guerras reales en esta región como la fuente del título de este clásico texto.

 

Probablemente tengamos fragmentos de realidad relacionados con ello a través de las noticias, casi siempre aderezadas con recursos ideológicos de quienes las propalan y con ello tergiversan aún más las circunstancias socioculturales, políticas, económicas, militares y geoestratégicas que poseemos.

 

Quizás algunos de los interesados en el tema se hayan topado con otros trabajos más; por ejemplo: El collar de la paloma del poeta de Córdoba (época de Al Ándalus) Ibn Hazm, editado por Alianza Editorial, colección de Bolsillo, en Madrid; o la Antología de poesía árabe contemporánea, edición a cargo de Martínez Martín, por Espasa-Calpe, Colección Austral, también en Madrid; asimismo, pudiérase adicionar el trabajo de la antropóloga y poetisa siria, Ikram Antaki, La cultura de los árabes, editado por siglo XXI en México; o, marginalmente, las antologías de poesía palestina, editadas por la representación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en México. Sin embargo, ello no permite agotar la cuestión.

 

Quisiera comenzar con un agradecimiento al psicólogo Felipe Flores Morales, por ser quien abriera mis expectativas hacia el oriente y, de la misma manera, al historiador Raúl Rocha y Alvarado, pues fue este último quien me involucró en el estudio, serio y profesional, del movimiento palestino y su causa libertaria, justa y antirracista (antisionista). Cuando era estudiante de bachillerato, Felipe Flores, en ese entonces mi maestro de psicología, nos sugirió la lectura del libro de George Sarton, Oriente y Occidente en la vida de la ciencia; en dicho trabajo el autor nos señala que la gran mayoría de las historias de la ciencia comenzaban su exposición con las actividades desarrolladas en Europa Occidental y, particularmente con los griegos y los romanos. Señala Sarton que una historia que comienza en los siglos XV o XVI –tratándose del nacimiento de la ciencia— no es solo incompleta, sino fundamentalmente falsa. También afirma que los resultados más asombrosos se han obtenido en los tiempos más recientes simplemente porque fueron los últimos, pero tales resultados fueron posibles gracias a todos los esfuerzos anteriores, sin los cuales hubieran sido totalmente imposibles. Las historias de la filosofía, la medicina, o la experiencia escrita, generalmente comienzan con los griegos, siguen con los romanos y terminan con el presente.

 

En tratándose de la poesía no es diferente la cuestión y, todavía más, tratándose de la poesía palestina más elocuente se muestra esta invisibilidad.

 

Por ello me propongo, aquí y ahora, presentar a ustedes algunos poetas, poetisas y poesía palestina. Poesía de la resistencia, que no de la resiliencia. Poesía de la identidad y de un sentido de pertenencia.

 

Palestina… Un nombre… Una historia… Un pueblo… Un sueño…

 

Pero ¿por qué escribir poesía bajo las circunstancias que vivencian?

 

Mahmud responde:

 

¿Por qué escribió Mahmoud? En una entrevista le preguntaron, y Darwish respondió:

 

“¿Por qué cantas? Esta es la brutal pregunta que el inquisidor dirige al cantor en uno de mis poemas. La respuesta es también brutal: porque canto. Evidentemente, la pregunta que se me hace no tiene nada en común con la que el inquisidor dirige al prisionero cantor. No puedo, pues, responder de la misma manera: porque escribo. Creo que nuestro objetivo es procurar un diálogo para suprimir en parte el velo de ambigüedad que envuelve a la escritura. No sé por qué escribo. Tal vez porque estoy implicado en un proceso desde hace bastante, a un ritmo que no me ha dejado tiempo para interrogarme sobre la utilidad de un hobby que se ha convertido en profesión, ni sobre la posibilidad de sustituirlo por otra actividad (…) Escribo poesía y escribo prosa, y mis motivaciones, ciertamente, no son las mismas. Cuando escribo prosa, soy consciente de que dirijo un mensaje al lector con el fin de provocar su reacción o de suscitar en él determinados sentimientos. Cuando escribo mis poemas no siento la misma necesidad, pues establezco un diálogo conmigo mismo. De hecho, escribo para mí mismo, para comprenderme mejor o incluso para liberarme de un peso que me agobia. (…) Cuando miro hacia atrás esa poesía que ha dejado de ser un secreto personal, pero que se ha convertido -si me atrevo a decirlo- en un producto estético que se extiende hacia el dominio de lo público, constato que mi verdadera motivación no era otra que el deseo del poeta hacia su Andalucía... si no, ¿cómo explicar la melancolía de la poesía, su brote en dos direcciones antinómicas: el pasado y el futuro? La poesía no es otra cosa que la búsqueda de una Andalucía posible, una Andalucía que renace en el espíritu y en el corazón. De ahí emerge esa alegría secreta del poeta, alegría que no proviene de lo real sino de la creación, alegría de ver que las palabras captan lo imposible.
Pero la pregunta persiste: ¿por qué escribo? Quizá no tengo ya otra identidad, otro amor, otra libertad, otra patria, u otra razón, para aceptar el proyecto de vida que heredé sin haber sido consultado. No puedo asentir ciegamente ante este destino. Quiero dar forma a mi destino, determinar su sentido, y es la escritura, la que en su fondo y en su forma, alimenta esta voluntad. ¿Puede tener un escritor el coraje, después de un largo camino, tras la experiencia del fracaso, de plantearse la elección siguiente: la escritura o el suicidio? Se trataba con toda probabilidad de compensar una pérdida a través de la poesía. Cuando el amor, la patria, el tiempo o la belleza se me escapan, es a través de la escritura como los reencuentro... como restablezco la unión con las paredes del mundo que se derrumban en mi interior. ¿Seré el poeta de los derrumbamientos, que pasa su vida reconstruyendo lo que se derrumba dentro de sí mismo y a su alrededor por medio de la escritura? Probablemente. Yo no lo he querido, pero soy el producto de mi historia y de mi pasado personal. Jamás quise, ni pretendí, edificar en la poesía, o construir en la lengua, una patria para los palestinos. Pero ¿consciente o inconscientemente, no es lo que hago?”.

 

Veamos esta identidad, este sueño y esta resistencia contra la invisibilización en las bellas palabras poéticas de Ikram Antaki:

 

Que caigan encima de mis hombros las cimas del Hermón y del Galileo reunidos si no fuiste la más amada. Te recreé desafiando las mentiras del mundo. Existes porque me hiciste existir. Caminando por el río Jordán, llegando hasta el mar Muerto, supieron los humanos por fin que cada gota de tu agua es sangre nuestra. Por ella quedó como es. Pesa ira y revuelta. Pesa aceite de olivo y vino quebrado. En el mar de tu asesinato no sobreviven los peces ligeros. Por allí cruzamos hacia la otra orilla. Caminé por el desierto de Gaza y probé tu existencia. Nadé de Yafa a Haifa contra las malas mareas y probé tu existencia. Palestina hasta las raíces del tomillo, hasta el fondo de mi conciencia. Filastín porque no ignoro ningún grano de tu tierra. Sé nombrar los pájaros. Y las plantas. Sé cómo salvaguardar la memoria y cómo crear la historia de tus días siguientes”.

 

Tal vez por ello Fadwa Tuqan nos enrostra estas palabras:

 

El comando y la tierra

 

I

 

Me siento a escribir... Mas, ¿qué puedo escribir?

¿De qué vale decir

“patria mía”..., “gente mía”..., “pueblo mío?”

¿Protegeré a mi gente con palabras?

¿Salvaré con palabras a mi pueblo?

¿No es absolutamente despreciable

sentarse a escribir hoy?

Hoy, todas las palabras

son sal, no echan ramas ni flores

esta noche.

 

II

 

En medio del sopor y de la ausencia,

un divino candil le alumbró los rincones del alma,

encendiendo en sus ojos el ardor de dos brasas.

Cerró la agenda,

y Mazin, el doncel valeroso,

se dispuso a llevar la carga de su amor,

las inquietudes de su tierra y su pueblo,

los restos de deseos diseminados.

 

-Me voy, madre;

voy con mis camaradas,

donde debo.

Contento con mi suerte,

como roca que el cuello me atenaza.

Arranco desde aquí,

y todo lo que tengo:

pulsos, amores, gustos

y servidumbres,

lo entrego por su causa,

en dote por la tierra.

No hay nada más querido

que tú, salvo la tierra.

-(¡Hijo mío!)

 

(¡Corazón!)

 

-El alegre desfile,

madre, no llegó aún,

pero ha de llegar;

la gloria arrea sus pasos.

 

-(¡Hijo mío!)

(¡Mi...!)

 

-No te apenes si caigo antes que llegue.

Nuestro camino es largo,

penosísimo,

y se pierde a lo lejos,

sin saber en qué punto quedará.

Cruzamos, alumbrados por sangrientas antorchas,

las infernales playas de la noche,

para que la alegría llegue tras nosotros.

Porque ha de llegar esa alegría,

coger en la medida que se da.

 

-(¡Hijo mío!)

(¡Corazón!)

 

(Bendíjole con dos

azoras del Corán)

¡Vete!

(Pidió el Señor por él)

Mazin era su príncipe, su mozo,

señor de los jinetes.

Mazin era su orgullo y su grandeza,

su dádiva a la patria.

 

En la infinita tienda de la noche,

al aire abierto,

la madre se levantó para rezar.

Y alzó su rostro al cielo,

desbordante de estrellas

y de enigmas.

 

¡Oh, día en que a la vida le entregó,

cual trocito de masa perfumada,

con la fragancia toda de la tierra!

¡Oh, día en que le puso el pecho fértil,

abrazó su embriaguez,

y descubrió el sentido de la vida

en la gota de leche!

¡Hijo mío!

¡Corazón!...

 

Por ese solo día,

por ése, te parí.

Por él te di a mamar.

Por él te di mi sangre,

te di todos mis pulsos,

y todo lo que pueden dar las madres.

¡Hijo mío!

¡Planta noble arrancada de su tierra!

¡Vete!...

No hay nada más querido que tú,

salvo la tierra.

 

III

 

Tubás, tras de los cerros:

Orejas que se tensan en las sobras;

ojos a los que el sueño abandonó.

El viento, tras los bordes del silencio,

retumba por los cerros;

va jadeando en pos del aliento perdido;

corre dentro del círculo mortal.

 

¡Mil! “¡hojas!” a la muerte!

Y la estrella caída se abrasó,

atravesó los cerros

como un rayo de vos enardecida;

sembrando por los cerros un vivo resplandor.

En una tierra que nunca derrotará la muerte,

que nunca podrá la muerte derrotar.

 

Mahmud Darwish por su lado, otra vez nos dice:

 

Muhammad

 

Muhammad,

acurrucado en brazos de su padre, es un pájaro temeroso

del infierno del cielo: papá, protégeme,

que salgo volando, y mis alas son

demasiado pequeñas para el viento… y está oscuro.

 

Muhammad,

quiere volver a casa, no tiene

bicicleta, tampoco una camisa nueva.

Quiere irse a hacer los deberes

del cuaderno de conjugación y gramática: llévame

a casa, papá, que quiero preparar la lección

y cumplir años uno a uno…

en la playa, bajo la palmera…

Que no se aleje todo, que no se aleje…

Muhammad,

se enfrenta a un ejército, sin piedras ni

metralla, no escribe en el muro: «Mi libertad

no morirá» –aún no tiene libertad

que defender, ni un horizonte para la paloma

de Picasso. Nace eternamente el niño

con su nombre maldito.

¿Cuántas veces renacerá, criatura

sin país… sin tiempo para ser niño?

¿Dónde soñará si se queda dormido…

si la tierra es llaga… y templo?

 

Muhammad,

ve su muerte viniendo ineluctable, pero

se acuerda de una pantera que vio en la tele,

una gran pantera con una cría de gacela acorralada; mas

al oler de cerca la leche

no se abalanza,

como si la leche domara a la fiera de la estepa.

«Entonces –dice el chico– me voy a salvar».

Y se echa a llorar: «Mi vida es un escondite

en la alacena de mi madre, me voy a salvar… yo daré fe».

 

Muhammad,

ángel pobre a escasa distancia del fusil

de un cazador de sangre fría. Uno

a uno la cámara acecha los movimientos del niño,

que se funde con su imagen:

su rostro, como la mañana, está claro,

claro su corazón como una manzana,

claros sus diez dedos como cirios,

claro el rocío en sus pantalones.

Su cazador debería haberlo pensado

dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear

esa Palestina suya sin equivocarse…

me lo guardo en prenda

y ya le mataré mañana, ¡cuando se subleve!

 

Muhammad,

un jesusito duerme y sueña

en el corazón de un icono

fabricado de cobre,

de madera de olivo,

y del espíritu de un pueblo renovado.

Muhammad,

hay más sangre de la que precisan los noticieros

y a ellos les gusta: súbete ya

al séptimo cielo,

Muhammad.

 

¿Quién soy yo, sin exilio?

 

Extraño como el río al borde del río...El agua

me ata a tu nombre. Nada me retorna de mi lejanía

a mi palmera: ni la paz ni la guerra.

Nada me incorpora a los Evangelios.

Nada... nada relumbra desde la costa del flujo

y el reflujo entre el Tigris y el Nilo.

Nada me desembarca de los navíos del faraón.

Nada me porta o me hace portar una idea: ni la nostalgia

ni la promesa. ¿Qué hacer? ¿Qué

hacer sin exilio y sin una larga noche

que escrute el agua?

 

El agua

me ata

a tu nombre.

Nada me lleva de las mariposas de mi sueño

a mi realidad: ni la tierra ni el fuego. ¿Qué

hacer sin las rosas de Samarcanda? ¿Qué

hacer en un lugar que pule los cantos con sus piedras

lunares? Ambos somos ligeros, como nuestras casas,

en los vientos lejanos. Somos amigos de los seres

extraños entre las nubes... dos restos de

la gravitación de la tierra de identidad. ¿Qué haremos? ¿Qué

haremos sin exilio y sin una larga noche

que escrute el agua?

 

El agua

me ata

a tu nombre.

No queda de mí más que tú, y no queda de ti

más que yo, un extraño que acaricia el muslo de su extraña.

¡Oh,

extraña! ¿Qué haremos con la tranquilidad que

nos queda y con una siesta entre dos mitos?

 

Nada nos lleva: ni el camino ni la casa.

¿Este camino ha sido siempre igual,

o nuestros sueños lo han cambiado

tras hallar, entre los mongoles, un caballo

en la colina?

¿Qué haremos?

¿Qué

haremos

sin

exilio?

 

Tengo la sabiduría del condenado a muerte

 

Tengo la sabiduría del condenado a muerte:

No tengo cosas que me posean.

He escrito mi testamento con mi sangre:

“¡Confiad en el agua, moradores de mis canciones!”.

He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...

He soñado que el corazón de la tierra era mayor que

su mapa

Y más claro que sus espejos y mi cadalso.

He creído que una nube blanca me

ascendía,

Como si yo fuera una abubilla con el viento por alas.

Y al alba, la llamada del sereno

me despierta de mi sueño y de mi lenguaje:

Vivirás en otro cadáver.

Modifica tu último testamento.

Se ha retrasado la fecha de la segunda ejecución.

¿Hasta cuándo?, pregunto.

Esperaré a que mueras más.

No tengo cosas que me posean, respondo,

he escrito mi testamento con mi sangre:

“¡Confiad en el agua,

moradores de mis canciones!”

Y yo, aunque fuera el último,

encontraría las palabras suficientes...

Cada poema es un cuadro.

Pintaré ahora para las golondrinas

el mapa de la primavera,

para los que pasan por la acera, el azufaifo

y para las mujeres el lapislázuli...

El camino me llevará

y yo le llevaré a hombros

hasta que las cosas recobren su imagen

verdadera,

Luego oiré lo genuino:

Cada poema es una madre

que busca a su hijo en las nubes,

cerca del pozo de agua.

“Hijo, te daré el relevo.

Estoy encinta”.

Cada poema es un sueño.

He soñado que soñaba.

Me llevará y le llevaré

hasta que escriba la última línea

en el mármol de la tumba:

“Me he dormido para volar”.

Y llevaré al Mesías zapatos de invierno

para que camine como los demás

desde lo alto de la montaña hasta el lago.

 

Cerraré esta presentación con este poema de Samih Al Qassim.

 

TE QUIERO COMO AMA LA MUERTE

 

Más pesado,

Más bajo,

Cargo con mi experiencia y me marcho.

Mientras seas la cima del mundo,

Mientras la superficie de la tierra sea convexa,

Descenderé y me alejaré,

Descenderé y me alejaré.

Un día las arenas movedizas me engullirán,

Me hundiré poco a poco

En la oscura eternidad de tu amor,

Perderé el conocimiento,

Me esconderé de las miradas,

Las masas asistirán a la celebración de mi muerte,

Los aventureros y los poetas me envidiarán

Y tú

Arrojarás una nueva joya

Al cofre de tus mártires.

 

Te quiero,

No te arrepientas,

No tiendas la mano para socorrerme,

Permíteme quererte

Como ama la muerte.

Te quiero como ama la muerte.