Cuando sea demasiado tarde... - Pedagogía Canina
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
A mí siempre me ha gustado estar en casa. Esto del home office es, para su servidor, la gloria de la productividad y la eficiencia. Tengo dos o tres juntas de hasta dos o tres horas en un solo día, y tengo tiempo de revisar todo mi correo, revisar un par de tesis, y trabajar en mi libro. Durante las últimas 5 o 6 semanas he producido 6 artículos científicos, terminé ya el segundo número del Manual de Supervivencia Vial (ahora hay que esperar a que se vuelva a activar todo para registrar la obra, pero oficialmente cantamos “un, dos, tres, por mí, y por todos los autores de capítulo”). Sigo coordinando la Maestría en Psicología, estamos ofreciendo asesoría psicológica en línea (usuario de Skype: gdorantesa), y seguimos entregándoles esta columna que al parecer no ha sido de demasiado desagrado para demasiados lectores.
Sin embargo, una cosa he podido hacer, que no había tenido suficiente tiempo: jugar con mi perro. El Loko llegó a nuestras vidas por ahí de septiembre del año pasado. Me lo entregó una muchacha a la orilla de la carretera, por donde empieza la libre a Acapulco. Nos dijimos “hola”, me lo extendió, me subí al coche y conduje a casa. Creo que ni él, ni yo sabíamos la gran aventura que íbamos a comenzar. Ya va a ser su primer cumpleaños, y falta poco para nuestro primer aniversario, pero les puedo decir que el Loko me ha enseñado cosas que sólo un perro puede enseñarte.
La primera de ellas es el amor. No sé cómo explicarlo, pero el Loko me mira a mí como no mira a nadie más. Empieza a llevarse demasiado bien con mi novia, pero hay una mirada que sólo me hace a mí. Lo he descubierto mirándome en silencio a las 5 o 6 de la mañana, como si sólo estuviera esperando a que yo despertara. Hay algo en tanto amor tan transparente que sólo un perro es capaz de comunicar. El ser humano difícilmente tiene la capacidad de expresar tanto sentimiento tan abiertamente y, especialmente, sin la más mínima preocupación de lo que pueda significar. No creo que tenga la capacidad de cuestionarse si puedo ver cuánto me ama, o siquiera si le importa que yo lo sepa. Él sólo me ama, y ya.
Otro aprendizaje importante es el compromiso. Uno no puede hacerse ciego a tanto amor tan libremente expresado. Un amor tan contundente debe de ser valorado, respetado, y fortalecido. ¿Cómo podría uno faltarle a un amor de esta naturaleza? Además ha sido muy placentero aprender a comunicarnos. Me preocupa que con este calor se me deshidrate, pero me encanta su manera de pedir agua paseando el traste por toda la casa y haciendo la mayor cantidad de ruido posible. Desde hace tiempo que ya no pongo el despertador del teléfono porque tengo toda la confianza de que a las 8 am alguien moverá cielo, mar, y tierra, con tal de que me ponga de pie y le llene el plato de comida. La vida de un perro es mucho muy sencilla, y se basa primero en el amor, y luego en la satisfacción de las necesidades primarias.
Siempre he pensado que en mi siguiente vida quiero ser perro, y preferentemente un perro de playa. Sin embargo, ha sido una experiencia muy enriquecedora poder pasar tanto tiempo cerca de mi Loko. Creo que he aprendido a dejar de preocuparme por las preocupaciones, dejar ir un poco de lado las cosas que no nos benefician. He aprendido a quedarme con las cosas que me hacen bien, que me significan más amor, y no tener que estarme comiendo la cabeza con los corajes y las dificultades. El tiempo es demasiado precioso como para andarlo desperdiciando en lo negativo, y, por el contrario, tengo que reaprender a ponerle tiempo no sólo a lo que me enriquece, sino a aquellos seres que verdaderamente me llenan de luz y de amor.
Creo que eso es lo que he aprendido del Loko. A ver qué más cosas me enseña.