Cuando sea demasiado tarde… La muerte de la originalidad.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Esta semana fui a ver la película Joker, estelarizada por Joaquín Phoenix. Si usted no lo sabe, el buen Joaquín es hermano de River Phoenix, quien muriera trágicamente a principios de los 90s por una dosis letal de varios fármacos de índole ilegal. Joaquín aparece en el espectro cinematográfico de su servidor en el año 2000, cuando aparece como el Emperador Cómodo en la película Gladiador, estelarizada por Russell Crowe. He de opinar que fue muy entretenido ver cómo un actor podía dar forma a un personaje patético, irritante y temerario (AM I NOT MERCIFUL?????), y poco tiempo después a un adulto joven a quien un niño de 10 años convence de proteger sus ideas con un sombrero de papel aluminio, y quien salva a su familia de una invasión alienígena por medio de un bate de béisbol y una colección de vasos de agua. Cosa curiosa, el niño de 10 años del que estoy hablando es personificado por Rory Culkin, hermano menor de Macaulay, otro niño actor víctima de su propio estrellato. También encuentro entretenido que Corazón Valiente se estrena escasos 5 años antes, donde Mel Gibson da vida a otro personaje histórico de moderadamente la misma envergadura que Decimus Maximus Meridius, comandante del ejército del norte, general de las legiones Fenix (¿Phoenix?), leal servidor etc., etc., etc. Ya desde entonces me empezaba a aficionar en encontrar patrones, y desde entonces pensé para mí mismo: “Aquí hay algo”.
Pues bien, he de confesar que no sabía que Joaquín había padecido escoliosis de niño (que en retrospectiva, era poco pensable), aunque la cicatriz en su rostro hace pensar que padeció labio leporino, o alguna afectación similar. No me eran necesarios dichos detalles para considerar a este actor un sujeto digno de mi admiración, pero me sirvo de ellos para construir el argumento que pretendo hacer en esta columna. Joaquín Phoenix es un actor excepcional, y su trabajo en el Joker (no le voy a decir “el Bromas”, porque no me da la gana) está no sólo a la altura de mis expectativas, sino que las excede por mucho. Su trabajo le da forma a un individuo que padece lo que denominamos un “Trastorno Antisocial de la Personalidad”, por si gusta usted, apreciable lector, consultar los criterios diagnósticos del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su 4ª y 5ª edición (pues son prácticamente los mismos). Resalta el momento en el que Arthur Fleck le confiesa a la persona que guarda el expediente de su madre que ha hecho cosas muy malas, y que simplemente no sintió remordimiento alguno por ello. Ése detalle me parece que le entrega al Joker la humanidad que no se le había dado al personaje.
Sin embargo, la película me ha dejado con un amargo sabor de boca. El Joker, en las historietas, es un personaje estereotípico, en sí mismo no es una persona verdadera. Bruce Wayne, a través de Batman, es la personificación del hombre que busca superar sus miedos y su pasado por medio de la proyección de sus deseos de justicia. Un personaje de tal estatura, necesitaba un archienemigo que personificara lo más inquietante del ser humano, un villano que no sólo fuera capaz de cometer los actos más atroces e inimaginables (como desprender su propio rostro y usarlo nuevamente como una máscara), sino que los cometería por el puro placer de hacerlo, y encontrar la más horrenda hilaridad en ellos. El Joker personifica lo impensable de la violencia: la diversión y el humor negro detrás del sufrimiento humano. La grandeza de Batman necesitaba de un personaje capaz de cometer tales atrocidades para poder darle forma a su grandiosidad como súper-héroe.
Esta última película fracasa precisamente en eso. Presenta a un Joker humano, un enfermo mental que podemos entender y comprender, nos lo acerca como alguien con el cual podemos incluso llegar a ser empáticos. Casi que hubiera preferido que de verdad hubiera sido Thomas Wayne el que utiliza su poder como empresario y hombre de gran poder para librarse de las consecuencias de una “pequeña aventurilla”, que lo viene a atormentar un par de decenas de años después. Tal cosa hubiera mantenido al Joker en lo incomprensible, en lo inimaginable. El Joker siempre ha sido el enigma de un ser humano que es capaz de encontrar humor ante tales atrocidades, y no es un niño pedante que se lamenta porque su héroe de la comedia se mofa de él en cadena nacional. El tratar de humanizar un personaje cuyo fin era darle forma a lo más inimaginable del ser humano, es, desde el punto de vista de su servidor, la razón por la que esta película se saca un generoso 8. No tiene que ver con la actuación, la fotografía, la música, y demás menesteres.
El Joker fracasa porque es el enésimo intento de sorprender a un público que ya ha visto al mismo personaje con 7 u 8 otros diferentes rostros, y que desde un punto de vista personal, ya había tocado su cúspide con el trabajo de HeathLedger. ¿Cuál es la necesidad, querido lector, de hacernos consumir lo mismo, y lo mismo, y lo mismo, tratando de convencernos de que la siguiente versión será la mejor? ¿No tiene Batman más enemigos?
Después de 7 Jokers, me atrevo a declarar que la originalidad ha muerto, pues nosotros la hemos matado.
*Facultad de Psicología
Universidad Autónoma del Estado de Morelo