Cuando sea demasiado tarde… - Axochiapan
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Yo no necesito que me lo cuenten, yo estuve ahí. El 19 de septiembre de 2017 cayó, cabalísticamente, el segundo terremoto más fuerte que haya sentido este pueblo. Yo estaba en casa, trabajando en la computadora, muy probablemente haciéndole la guerra a los gracobots del Twitter. Quién lo hubiera dicho, pero dos nerds (gracias Rodrigo!) y 3 o 4 mil pesos pudieron contra el ejército de bots que costó al erario millones de pesos en infraestructura y manpower. Estábamos peleando por que dejaran crecer a nuestra Universidad, cuando ¡zaz! Cayó un 7.1 a 12 kilómetros de… ¿de dónde? DE AXOCHIAPAN. Esa tarde la dediqué a asegurar a mis familiares y a seguir las noticias. Al poco rato corrió como reguero de pólvora que la UAEM se estaba organizando, y cada quien corrió a poner de su parte.
También fue el mes que el desgobierno del parásito de Graco Ramírez (el pequeño) empezó a retener el presupuesto de la Universidad, dejando asfixiadas económicamente a unas 10,000 familias. Claro, es más importante imponer la voluntad del desgobernador, que respetar las necesidades de su pueblo. A poco estuvimos que empezaran a cobrar impuestos por el número de puertas y ventanas que tiene la vivienda de uno. Llegaron las donaciones en especie, la UAEM instaló un centro de acopio, y muchos acudimos a prestar nuestra ayuda. El año antepasado vendí esa camioneta, pero en ella recorrimos gran parte del estado, entregando despensa y llevando asistencia psicológica a quien lo necesitara. Cuando Morelos estuvo de rodillas, cuando el mismo gobierno se robaba las despensas, cuando usábamos las donaciones en dinero para pagar la gasolina y las casetas de los traslados, el pueblo sacó adelante a los poblados más afectados, empezando por Axochiapan.
No hace falta que me lo cuenten, yo lo vi con mis propios ojos. Había un mar de coches y camionetas buscando los centros de acopio para hacer llegar alimento y medicamento. La escena era hasta pintoresca: ambulancias de Michoacán, patrullas del estado de México, camiones de pasajeros de empresas que no había visto nunca repletas de personas y víveres. Dado que siempre llevaba un chaleco con escudos de la Universidad, no faltaba la persona que me detuviera para preguntarme dónde estaban los centros de acopio, o dónde se necesitaban enfermeras, o dónde había gente que necesitara ayuda en general. No sólo tengo los recuerdos vivos en la memoria, también tengo un registro fotográfico y de video de cómo el país entero se volcó para ayudar a las zonas más afectadas.
Desconozco cuál fue la coyuntura política de utilizar la clínica de Axochiapan para los pacientes del covid19, o si en verdad se tuvo esa intención. Lo que de verdad no me explico, es cómo un pueblo que ha sido tan generosamente auxiliado, no esté dispuesto a ofrecer su ayuda, a ser generoso con un pueblo que ha sido generoso con él. Vamos, que amenazar con incendiar un hospital (que paradójicamente es de concreto), es la marca de quiénes somos como pueblo y como comunidad. Entiendo que la gente esté muy asustada, y nadie se quiera contagiar, pero de verdad, ¿eso es quiénes somos?
La generosidad ha muerto, y fuimos nosotros los que le prendimos fuego.