El Covid-19 y nuestra América.
En opinión de Carlos Morales Cuevas
Ya son trece los países en América Latina los que han declarado toques de queda que, significan cuarentenas totales y obligatorias, mientras que otras siete naciones, México entre ellas, se han limitado a hacer llamados a la población, instándola a quedarse en casa; sin que estas medidas sean (aún) obligatorias. El Covid-19 continua su camino, contando con al menos diez mil casos confirmados en nuestra América y, 225 muertos.
La guerra no es sólo contra el virus, sino también contra la ignorancia, la desigualdad, algunas ideologías; la falta de credibilidad de gran parte de la población hacía los representantes gubernamentales y hacía los medios de difusión masiva. Por las calles aún hay quien afirma que, esto (la pandemia), no es más que “una cortina de humo que el gobierno ha soltado para distraernos” ¿De qué? Parece que nadie lo tiene claro; pero, esta idea se repite y se va haciendo viral de boca en boca.
Por otro lado, las malas noticias nos bombardean a cada instante, empero; esto no es nuevo, desde1980, aproximadamente, el 80% de la información de los noticieros, es de contenido que tiene que ver con crímenes, violencia, delitos… que causan un efecto de angustia y terror en la sociedad. La batalla ideológica es estratégica. Los grandes medios, igual que las redes sociales, son usados como transmisores para propagar el pánico. Estados Unidos ha lanzado sus ejércitos mediáticos para no perder la batalla de la hegemonía política frente a China y; muchos medios, quizás sin darse cuenta, se han convertido en armas serviles a este propósito.
Escuchamos como constantemente los Mass media lamentan “las irreparables pérdidas bursátiles”, olvidando que eso, poco o nada importa a las víctimas de esta sociedad de consumo, a los marginados, a los condenados de la tierra; dejando de lado, en realidad, que éstos existen. El mercado manda y, el Covid-19 ha evidenciado, una vez más, los altos niveles de desigualdad, pobreza económica, habitacional y energética, que existen. Son aproximadamente 190 millones de latinoamericanos los que sobreviven en la pobreza y, 65 millones los que padecen pobreza extrema.
En América latina habitan más de 5 millones de niños con desnutrición crónica; aproximadamente el 40% de los hogares no cuentan con agua corriente y potable, lo cual, si esto es considerado, vuelve casi una burla aquel mensaje de: “lavarse las manos constantemente”. Parece que al decir: “quédate en casa”, no se ha pensado en miles de familias que habitan unos pocos metros cuadrados en los que duermen, cocinan, se bañan… si consiguen traer el agua, claro está; en aquellas personas para las que salir a las calles es su única posibilidad de supervivencia.
Por cierto, México figura como uno de los países más desiguales del mundo. Para poner un ejemplo “diferente”, pensemos en lo mucho que se ha hablado o escrito sobre la desigualdad salarial, pero lo poco que se ha dicho sobre la desigualdad económica, esa que incluye o excluye a unos y a otros de los servicios que ofrece un banco ¿Cuántas personas pueden cumplir con los requisitos que exige un banco para aprobar un crédito? O, ¿Cuántas no pueden cumplir con el pago de intereses por algún crédito? Estas dos situaciones, entre muchas otras, son problemáticas visibles todos los días en las sucursales bancarias de este país. Entre más bajo es el salario de una persona, más complicado es el acceso a un préstamo. El crédito es un arma de doble filo que, por un lado, permite compensar la baja remuneración, pudiendo adquirir bienes que, para muchos, sin él, serían imposibles de comprar, o; en casos más extremos, simplemente completar para el gasto diario de la alimentación y; por el otro lado, es condenar, mes con mes, una parte del ingreso salarial al banco; a esto último se le conoce como expropiación financiera y es, lamentablemente, un fenómeno global.
Pongo como ejemplo lo anterior ya que, la desigualdad económica es tan importante como la brecha salarial existente o como casi cualquier otro tipo de desigualdad. En México, los más pobres son los que menos posibilidades tienen de acceder a un crédito y, por obvias razones, los que más necesidad tendrían de él. Y, los pocos que logran adquirir un préstamo, sujetos a la expropiación financiera, se verán obligados a pagar altísimos intereses. Luego entonces, hacer altos pagos por intereses con un bajo salario…
La economía latinoamericana, después de la pandemia, se paralizará casi irremediablemente y, el planeta en su conjunto estará en recesión económica. Intentar detener el virus ha significado detener el capital. La recesión que nos viene no la podrá combatir un país de manera aislada. La pandemia ha demostrado que se puede “detener al mundo” en unas pocas semanas, sino por la toma de conciencia de una sociedad muerta de miedo, sí imponiendo un estado de excepción que, excusa la militarización de los países por cuestiones de “seguridad y salud”. Todo esto tendrá que servir para repensar la vida que, no volverá a ser igual a como la conocíamos. La salud pública tiene que ser una prioridad, por encima, por ejemplo, del pago de cualquier deuda externa. Estamos de frente a la decadencia de un sistema que amplifica las diferencias que hay entre unos y otros habitantes de este mundo, que ha marginado a muchos y; por ende, los ha vuelto mucho más vulnerables ante situaciones como la que hoy padecemos.
En los últimos tiempos, Washington ha hecho un gran esfuerzo por sepultar al Mercosur, Unasur y la Celac; es momento de que América Latina tome el control de la producción y distribución de sus bienes esenciales, que frene la especulación de precios y garantice la provisión de gas, electricidad y medicamentos. Recientemente el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en la reunión extraordinaria del Grupo de los 20, pidió “una tregua económica” a los representantes de las grandes potencias económicas, con el fin de estabilizar los mercados financieros afectados por la pandemia del Covid-19. Planteó que sean las Naciones Unidas las que controlen el mercado de medicamentos, que no haya cierre de fronteras por políticas arancelarias, que no prevalezcan los monopolios comerciales y que no se utilice el precio del petróleo para afectar la economía de los pueblos. Es momento de arriesgarse e implementar políticas novedosas. El sentido común que, como decía Eduardo Galeano, “es el menos común de los sentidos”, está cambiando y, la realidad va superando a toda (des)información.
La mano que mueve el mercado no es invisible, al contrario, es sumamente visible y debemos amputarla si queremos sobrevivir. Las elucubraciones del futuro próximo, son múltiples; hay quien afirma que, cuando esto haya pasado, se podrá ver una sociedad cooperativa y solidaria, con bases en la confianza hacia las demás personas y hacia la ciencia. Aunque también hay quien presagia la agudización del individualismo y el aislamiento, lo cual, terminaría siendo tierra fértil para el moribundo sistema capitalista. Los que sí es seguro, es que, con la paralización de las centrales eléctricas por carbón y, con la disminución del uso del transporte tanto aéreo como terrestre, las emisiones de CO2 disminuyeron considerablemente y eso ha permitido que, en algunos lugares, después de mucho tiempo, vuelva a ser visible el cielo.
En fin, estamos viviendo una especie de ensayo que, seguramente, repetiremos en ocasiones venideras.