Árbol inmóvil - Robo legislativo
En opinión de Juan Lagunas
Adentro de la 54 Legislatura todo se resume en una difidencia. Las sinuosidades de los bordes de los pasillos departen. La afrenta de 13 contra siete ya se antepuso a las responsabilidades. En suma, ninguno de los 20 hace nada. El rendimiento de cada parlamentario está ahí: en la infertilidad. El análisis habla -per se-.
La mayoría calificada va por el sendero de la nulidad. Ellos lo saben. Empero, el consenso que la justificó fue una automatización ominosa y sanguinaria (fraguada por el séquito acerbo de Alfonso Sotelo; eterno en la Mesa Directiva).
Eolo Pacheco, mi director, lo ha dicho hasta el cansancio: “Estos diputados son peores que sus antecesores; sólo que más ladrones y brutos”. Así de simple… La irracionalidad de los 20 se puede explicar, si inquirimos el momento en que emergió: el compromiso político (y lo que conlleva: avenencia; substracción; hipocresía; podredumbre y arbitrariedad).
Cada constituyente es producto de un débito y, por consiguiente, su proceso de desintegración (traducido en inmundicia, por la falta de un código de ética) es notorio: no conocen de temas coyunturales. Hablan por instinto. Asumen una doble personalidad (frente a los medios no-masivos de información). Se ensimisman sólo entre las “focas”.
La productividad es otro factor nocivo. Por lo menos, tienen, en este preciso soplo, dos trances que les van a estallar en el rostro (aciago):
- Tetela versus Hueyapan. Ya lo habíamos dicho en otros análisis. José Casas no puede. Su misoginia le impide divisar que la mesa de conciliación no sirve. El hartazgo de los habitantes de ambas comunas se desdoblará, a modo de belicismo -en diferentes planos-. Al tiempo… (y su exangüe brevedad).
- Alpuyeca. No conozco el carácter habitual de los comuneros de este pueblo. Sus aspiraciones a convertirse en una comuna indígena son legítimas. Sin embargo, tienen que enfrentar un gran obstáculo: el Congreso (y sus huéspedes indecibles). En lo que resta, nadie oirá sus petitorias.
- La incesante hostilidad por el poder. Sin duda, vendrá lo peor. Los escenarios más descarados. Las concupiscencias prominentes de la vehemencia insubordinada de “Ponchito” y compañía. Algunos querrán reelegirse; otros, una alcaldía… Y así… (El orbe es anatema).
- El hurto final. Al igual que los españoles, cuando se suscitó la llamada “Noche triste” (la derrota asestada contra los soldados de Hernán Cortés y sus aliados, a manos del ejército mexica, entre el 30 de junio y la noche del 1 de julio de 1520). Durante la huida, se aferraron al oro. Lo mismo ocurrirá con estos 20 diputados. No les importará el desprestigio ni el rechazo de la población. Su eje superlativo, para entonces, será el robo a mansalva. “Lo que se pueda”, dijera el colectivo.
El robo no significa asir objetos ajenos… y llevárselos (como en los tiempos de Hortencia Figueroa, Beatriz Vícera y Francisco Moreno). Fallarle a los habitantes es uno de los peores desfalcos. El más miserable.
DÍA DE DESOLACIÓN
Todos. Llueve. El sufrimiento se anega en las entrañas.
ZALEMAS
La melancolía no culmina acá. Sus atrocidades se desnivelan sobre el hemisferio de la amargura decisiva de la muerte (y el movimiento incontenible). En “Acabar con todo", Octavio Paz exterioriza (con la sentencia del hálito indolente):
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
La presencia entre las cúspides de la biota es imperturbable. El ansia de la sepultura se encadena en el pensamiento y, de ahí, hacia la palmaria decadencia de los besuqueos. Al fin y al cabo, el amor del mundo es una terrible confusión. El aedo reanuda…
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
La existencia se va de mí (como el polvo). Es un desierto sobre la tenebrosidad de la intemperie del alba prescindida. Nada vale:
Arde en la soledad que nos deshace (…).
La tierra se expatría (como tus labios y caricias). Estás allá, sin moverte del momento inconcluso (o de la adherencia de la apariencia). A medida que escribo, mis ojos mueren… (Hasta el siguiente jueves… El Rapto se acerca…).