TERCERO INTERESADO - Cuando soso y fosfo se convierten en sinónimo

En opinión de Carlos Tercero

TERCERO INTERESADO - Cuando soso y fosfo se convierten en sinónimo

El ideal de cualquier partido político de convertirse en puente para que la ciudadanía acceda a espacios de poder público y representación popular, conlleva la bondad de considerar a personas con vocación de servicio e interés por lo colectivo, sin la restricción de contar con una carrera previa en la política, en el gobierno, aunque sí en muchas de las veces en trabajo desde la sociedad civil organizada, ya sea en colegios de profesionistas, cámaras empresariales, asociaciones civiles, colectivos, etc. Sin embargo, conlleva también la oportunidad para que personajes sin otra virtud, más que ser “simpáticos” soportados por influencers, se tornen en un fenómeno de rentabilidad electoral a sabiendas de que, ni su experiencia ni capacidad, son consistentes con la formalidad y requisitos mínimos que permitan aspirar a un buen gobierno, o a una eficiente y productiva labor legislativa.

Ser popular en las redes sociales no es sinónimo de capacidad para gobernar y, a pesar de ello, sorprende como el electorado se deja seducir por la frivolidad de personajes que se sirven del poder y aspiran a gobernar para seguir cultivando el culto a su personalidad, incrementar sus likes y seguidores, continuar cautivando a las masas irreflexivas que asumen que la responsabilidad cívica de votar es equiparable a dar un like, cuando en realidad lo que sucede, es que le están concediendo poder público a un personaje que no aspira más que al empoderamiento, al enriquecimiento personal. De ahí la insistencia en la necesidad de comprender que se requiere de buenos gobernantes y no solo de buenos candidatos; hacerse el chistoso y hacerse responsable difícilmente van de la mano, ¿cómo es posible que a un tipo soso se le considere para dirigir todo un país cuando su frase de identidad es fosfo fosfo?

La dinámica productiva y de crecimiento de los estados más prósperos del norte del país, se debe en buena medida a la fortaleza de su cúpula industrial y empresarial, y nada tiene que ver con la gestión de los fenómenos electorales con los que juegan al titiritero; por ello, no se puede pensar que, el exportar al títere a nivel nacional, vaya a resultar en una prosperidad y desarrollo económico que termine con la pobreza lacerante que padecen millones y millones de mexicanos.

La libertad de la que gozamos constitucionalmente, permite que cada quien, de manera personal, cometa las estulticias que considere para cobrar fama en TikTok, lo que no se tiene permitido, es pretender gobernar bajo este mismo supuesto, pues lo que está en juego es el destino de casi ciento treinta millones de personas que tienen derecho a un buen gobierno, a un mejor país y para ello, se requiere, es indispensable, un buen gobernante que conduzca a la Nación al sitio que de manera natural le corresponde y que trágica y reiteradamente la historia le ha negado.

Como negocio electoral, es indudable que los “candidatos disruptivos” son una excelente apuesta, su popularidad es garantía de votos y el incremento en la votación se traduce pronto en el aumento de prerrogativas, es decir, en el dinero público que se asigna a los partidos políticos proporcionalmente al nivel de votación obtenida. El humor social en México ya no aguanta mucho, por ello es importante priorizar el bien colectivo, principalmente a favor de quienes menos tienen, de quienes más necesitan, es decir, anteponer el proyecto social por encima del negocio político.

Frecuentemente, desde que Churchill hizo referencia al pensamiento de Bismarck, escuchamos en los discursos políticos la sentencia: “es momento de pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”, pero el precepto ha quedado solo ahí, en el discurso. Cómo creerle a un político que aseguró, en entrevista grabada, que no se iba a distraer con la idea de la candidatura presidencial y cumpliría con los seis años de trabajo para los que fue electo en su estado; con ello, no hace más que convertirse en uno más de los “impresentables” de los que supuestamente quiso apartarse y que obliga a cuestionar si México necesita o le sirve un soso fosfo de Presidente.

Carlos Tercero

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