Secreto a voces - De Yacotzin a Sheinbaum (42)
En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz
Claudia Sheinbaum llegó a la presidencia por el triunfo electoral contundente del 2 de junio de 2024. Sin embargo, esa historia está vinculada a un conjunto de sucesos históricos en donde la mujer fue abriéndose paso poco a poco en la lucha política y luego electoral del país. Expresándose y actuando contra la creencia de que la mujer estaba sujeta a los caprichos y violencia del hombre, se manifestó contra invasión española, en la independencia y contra la invasión francesa, durante la revolución mexicana y más tarde frente a la defensa de los presos políticos de un régimen unipartidista. Es tan importante la presencia de las mujeres que apenas existen espacios textuales que han logrado rescatar esa importante veta histórica de la acción de las mujeres en la historia de México. Aquí, rescataremos algunos ejemplos y el interés se centra en subrayar la vinculación de esa acción con la justicia social, la defensa de la patria, los derechos de la mujer y en contra la violencia doméstica.
Yacotzin, fue madre de Ixtlixóchitl (hijo Nezahualpilli). Este último, estuvo del lado del invasor Hernán Cortés. Un día, Yacotzin, alarmada, llamó sin juicio a su hijo que, de manera súbita, la dejó sorprendida con respecto a la actitud de su hijo quien aceptó la religión católica de los conquistadores, a los que calificó de “barbaros” por los métodos violentos mediante los cuales lograron imponer su cultura sobre los pueblos mesoamericanos, de acuerdo León Portilla y su Visión de los vencidos. Yacotzin, es una de las voces que aparecen en la historia general de la conquista y de la historia general de México. Al final, por presiones de su propio hijo quien quemó su casa, aceptó a la religión que trajeron los invasores.
Durante la colonia, cuando la mujer estaba condenada a ser madre o ir al convento, Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), brilla por su talento, humildad y mirada hacia los pobres y los enfermos. Sor Juna fue en el siglo XVII una figura a la que acudían personalidades con el fin de escuchar su opinión sobre temas filosóficos y teológicos, temas en los que fue una autoridad, además de su obra poética conocida y apreciada en todo el mundo, en Hispanoamérica. Nacida en Nepantla, hoy estado de México, ascendió de archivista y contadora de convento al palacio virreinal, inicialmente como asistente Leonor Carreto, marquesa de Mancera, siendo virrey Antonio Sebastián Toledo, a quienes impresionó por su talento a la edad de 15 años, antes de dedicar su vida espiritual que consumó arte y ciencia en una misma personalidad sin acudir a la escuela (Herón Pérez y Felipe Ávila).
En aquella época, las mujeres venidas del continente africano se les vendía como esclavas. Tantos estas últimas como las que vivieron la conquista, fueron ocupadas en las casas de las familias de los españoles y criollos. En el mejor de los casos, algunas de ellas lograron alcanzar su libertad cuando venía la muerte de quien era su amo. Los hijos de los amos a quienes ellas llegaron a atender y ver crecer, en respuesta les otorgaron su libertad. La mayoría de ellas vivieron y murieron siendo esclavas en las fincas de las élites de la Nueva España (Historia del pueblo mexicano). Las mujeres indígenas igualmente vivieron y murieron siguiendo las reglas patriarcales, cultivando el maíz, desgranándolo, haciendo la masa y las tortillas, cocinando, dotando de leña al fogón, alimentando a los pequeños, abasteciendo de agua a las familias, al cuidado de la ropa incluida su confección (María de J. Rodríguez Guerrero).
Todas y todos recordamos a Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Mariana del Toro, Gertrudis Bocanegra, pero las olvidadas por la historia o casi nada se ha sabido de ellas. Aquí una de las acciones menos conocidas pero ofrecida en el texto de Rodríguez Guerrero, quien cita a Gerardo Silva: “… durante el sitio de Tlacotepec cuando el hambre era angustiante para los insurgentes ante el general Nicolás Bravo se presentaron Antonia Nava y su amiga Catalina González al frente de un grupo de mujeres, diciendo: “No podemos pelear pero podemos servir de alimento para que sea repartido como ración entre los soldados”, y Antonia intentó herirse con un puñal. Todos impidieron la acción y el desaliento despareció de los soldados, entonces las mujeres se armaron de machetes y garrotes y salieron a pelear con el enemigo”.
María Herrera quemó su hacienda antes de que sirviera a los realistas; Altagracia Mercado, era tan brava que hasta los jefes militares españoles que la habían capturado le perdonaron la vida. María Soto la Marina, sorteando el peligro proporcionó agua del río a los soldados del general Mina. Mariana Rodríguez del Toro, arengando a los amigos con quien celebraba un convivio para liberar a Miguel Hidalgo, que había caído en manos de los realistas, indicando que eso podría ser posible apoderándose del Virrey y ahorcándolo. Manuela Medina, la Capitana, quien participó directamente en acciones de la guerra de Independencia y murió como resultado de las heridas que sufrió, no sin antes conocer a Morelos. María Fermina Rivera, murió al lado de Vicente Guerrero, quien luchó con la misma tenacidad que la equiparaban con los militares insurgentes más experimentados. Luisa Martínez, en Eronguarícuaro, sirvió a los insurgentes de informante hasta que fue descubierta y fusilada. María Petra Teurel de Velasco, protectora de insurgentes. Las hermanas González, en Pénjamo, quienes sacrificaron su fortuna para unirse a la causa; Francisca y Magdalena Godos, en Coscomatepec, dedicadas a cuidar heridos y fabricar cartuchos. Son muchísimos los ejemplos, pero por razones de espacio subrayamos estas experiencias de mujeres.
De la reforma, destaca Margarita Maza de Juárez, que merece un espacio dedicado a ella de manera especial, entre otras mujeres valerosas que hicieron su aporte a la llegada de una mujer a la presidencia. Lo destacado de la participación de las mujeres durante este periodo es la defensa del país en contra de la invasión francesa. De manera particular, la defensa de la ciudad de Puebla, en donde apoyando al ejército nacional se veía a aproximadamente mil 500 mujeres que, cargando a sus hijos, iban y venían ayudando en todo a los defensores de la ciudad. Después de los primeros enfrentamientos vino la defensa y luego nuevos intentos de los franceses por tomar de nueva cuenta la ciudad. Nuevos llamados a integrar el ejército defensor vino acompañado por la llegada de mujeres para integrarse al ejército, sobre todo jóvenes. De la misma manera, se integraron en Puebla y en otros lugares a los hospitales para ayudar a los heridos y conseguir donadores de sangre para restablecer la salud de los soldados (Raúl González Lezama).
Adela Velarde Pérez, nacida en Ciudad Juárez, fue quien inspiró el corrido de la adelita. Antonio del Río Armenta, soldado que fue atendido por Adela Velarde, le compuso ese corrido. Otra versión señala a Altagracia Martínez, una mujer de la clase media que se unió a la causa revolucionaria, nombrada como “Adelita” por Villa y el general Fierro. Fue, según parece, asesinada por órdenes de Pascual Orozco. “Tomasa García, soldadera mexicana de la Revolución Mexicana en una entrevista concedida a la revista mexicana FEM en 1979, decía: A todas nos decían “Adelitas” porque éramos revolucionarias, éramos de tropa, pero la mera Adelita era de Ciudad Juárez. La mera Adelita, esa decía: ¡Órale, todos a entrar y el que tenga miedo que se quede a cocer frijoles! Y balazos y balazos y al que no obedecía, lo mataba ella misma” (Daniel G. Grilli). Algunos nombres de adelitas: Carmen Parra de Alanís, La Coronela; Ramona R. Flores, La Tigresa; Valentina Ramírez, en quien se inspiró la canción La Valentina; Clara de la Rocha, comandante guerrillera; Carmen Vélez, La Generala.
Durante 500 años se ha normalizado la violencia conyugal, “permisible” de hombres contra mujeres. Las reformas liberales posicionaron al individuo y lo privado, lo que significó un reforzamiento del ciudadano hombre frente la mujer y al interior de la familia y sin defensa ante la violencia doméstica porque era un asunto de particulares, que prevaleció hasta 1975. Durante este periodo, desde el siglo XVIII se incrementaron las demandas de divorcio por violencia hasta el siglo XX, porque la revolución mexicana fue omisa en el delicado tema de la violencia conyugal. De fondo no ha cambiado el tema de la violencia, a pesar de conquistar el derecho al voto en 1953 y las reformas al Código Civil de 1954. Durante la segunda mitad del siglo XX el movimiento feminista ha logrado que lo privado sea público y se castigue la violencia contra la mujer, pero la violencia persiste (Ana Lidia García Peña).
Aquí, en cuanto a la violencia conyugal, es pertinente una revolución de las conciencias, de carácter social, preventivo, tal vez se encuentre en la educación escolarizada.