Repaso - ¿QUIÉNES SON LOS MEJORES MAESTROS?

En opinión de Carlos Gallardo Sánchez

Repaso - ¿QUIÉNES SON LOS MEJORES MAESTROS?

Desconozco si hay investigaciones sobre la responsabilidad y sensibilidad del docente en activo. Ello implicaría indagar las características de su desempeño en relación, sobre todo, con los alumnos que atiende. No sé si alguien ha estudiado cómo cumplen con esa labor los egresados de escuelas normales o de otras instituciones de educación superior; o si les interesó saber en dónde hicieron sus estudios profesionales, ya sea en instituciones públicas o particulares.

Lo que sí sé, después de casi 40 años de andar por aquí y por allá, compartiendo realidades con profesores de grupo, o relacionándome con otros muchos más gracias a las comisiones que tuve de carácter técnico – pedagógico, es que su origen profesional era lo menos determinante en los hechos, pie a tierra, en su práctica cotidiana.

No percibí significativamente “superioridad” alguna de nadie, por la simple circunstancia de haber cursado sus estudios en una u otra institución, sostenida por el Estado o sufragada por las colegiaturas de los padres en colegios privados.

Allí, en cada escuela, primero, sin andar pidiendo la exhibición de algún título o de cualquier otro documento “meritocrático”, SE SABE O NO de docentes cumplidores, preparados, con disposición para comprender a los estudiantes, con una idea formativa de la disciplina, con solvencia moral; en fin, con una concepción humanística de lo que significa formar a las nuevas generaciones.

¿Por qué entonces en estos días rebrota, cual coronavirus antidialógico, el debate sobre quiénes son más “chichos”, si los egresados de escuelas Normales o de Universidades e instituciones similares? Me parece que tal polémica distrae un problema aún critico en México: la contratación de docentes de nuevo ingreso, ante la excesiva demanda y, en contrario, la magra oferta en cuanto a plazas accesibles, lo mismo que la falta de oportunidades de empleo de quienes, en primera instancia, no concibieron dedicarse al ejercicio magisterial.

Uno de los efectos de esa “competencia” para ver quién es aceptado y quién no, es la descalificación entre iguales. Incluso reducen su análisis a los resultados de un examen, considerados en automático como “infalibles” para catalogar a lo que son capaces o incapaces, aptos o no aptos, idóneos o no idóneos. Ese fanatismo por la cultura medicionista también tiene sus grandes vacíos. Por ejemplo, hasta donde estoy enterado, los resultados aprobatorios de un examen de admisión para ingresar a una institución de nivel superior, no confirman por sí mismos que los elegidos serán, todos, buenos estudiantes. Ya cursando la carrera, el espectro de rendimiento es diverso, desde aquéllos que obtienen pésimos resultados, hasta los que oscilan en situaciones promedio o los que resultan excelentes prospectos para darle lustre a la profesión que cursaron. La validez prospectiva de esos exámenes queda en entredicho. Y sin embargo mantienen su jettatura hasta nuestros días.

Pero no tanto, si entra en juego la “discrecionalidad” legal en los concursos de oposición para ingresar al servicio docente. Y entonces los resultados obtenidos se sujetan a criterios ajenos a ellos. Eso ocurre, claro que sí, cuando las autoridades convocantes determinan la elaboración de dos listas. En el grupo 1 aparecen quienes son egresados de instituciones oficiales como las Normales públicas y la UPN. El grupo 2 lo integrarían los egresados de escuelas particulares, si bien cursaron los mismos planes y programas de estudio, con la misma orientación filosófica y pedagógica, e incluso con catedráticos que en distinto horario se desempeñan también en centros escolares sostenidos por el Estado mexicano. Lo único en que se diferencian ni siquiera es su origen socioeconómico. En ambas opciones lo común es que esos estudiantes procedan, en su mayoría, de hogares con niveles de clase media baja y, muchos infortunadamente, en situación de lamentable marginación. Lo único en que se diferencian, insisto, es que unos pagan su formación docente con las consabidas colegiaturas y otros no.

Bueno, pues divididos así esos resultados, se puede dar el injusto caso de que en el grupo 1 alguien obtenga, por decir algo, 45 puntos y con ellos obtener algún nombramiento, mientras que en el grupo 2 otro aspirante pudo haber obtenido 75 puntos y no recibir nada. El tema es amplio. Lo continuaré en mi próxima entrega.

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