Repaso - El Profesor de grupo y la evaluación
En opinión de Carlos Gallardo Sánchez
En una investigación realizada hace algunos años, se seleccionó a un profesor de grupo con perfil de desempeño normal, ni autócrata, ni condescendiente en extremo. Le solicitaron que asignara, de acuerdo con su criterio, una calificación a cada uno de sus alumnos, correspondiente a una unidad programática. Así lo hizo el profesor.
Complementariamente, el grupo investigador aplicó un examen de conocimientos a esos mismos alumnos y de la misma unidad programática. Luego, mediante un procedimiento estadístico, interpretaron los resultados y asignaron calificaciones
Más adelante, compararon las notas numéricas que el profesor asignó, con las que cada alumno obtuvo y comprobaron, entre otras cosas, lo siguiente:
- Se registró un nivel confiable de congruencia. Esto es, que la calificación alta que el profesor otorgó a ciertos alumnos, coincidían con la calificación que obtuvieron esos alumnos en el examen. Si uno de ellos sacó 9 en el examen, el profesor pudo haberle puesto 10. Igual circunstancia se dio con los de calificación media, digamos siete. En la prueba alumnos con esa apreciación numérica por parte de su maestro, pudieron obtener un ocho, un siete o un seis. Las variaciones no fueron radicales. Es decir, en ningún caso a un alumno que el profesor le puso nueve o 10, en el examen obtuvo cinco o seis. O, al contrario, si el profesor asignó nota reprobatoria, el alumno así calificado no sacó nueve o 10 en el examen.
- Por todo lo anterior, una de las conclusiones de esa investigación fue que un maestro con proceder docente ecuánime y juicio mesurado, como presuntamente fue quien participó en esa experiencia, asigna calificaciones confiables y, por ello, apegadas al rendimiento cotidiano de los integrantes de su grupo.
- Maestros de grupo como el arriba referido, podrían desplazar, como algunos ya lo hacen, a las pruebas llamadas pedagógicas y quitarles el monopolio de la medición de los alumnos. Desplazar no significa eliminar, aclaro. Esos profesores, incluso, estarían más atentos a los procesos formativos de sus alumnos y hasta podrían no entregar calificaciones, si se los permitieran, pero emitiendo juicios de valor sobre el aprovechamiento de los estudiantes.
¿Sería posible no entregar notas numéricas, olvidarnos de los promedios y de la clasificación de alumnos en buenos, regulares y malos, a partir de los resultados de un examen? ¿Podría tenérsele confianza a un profesor que pueda emitir apreciaciones cualitativas que sean referentes para aprobar o no aprobar a los alumnos? ¿O a fuerza tendría que hacer uso de los numeritos, porque así nos han condicionado desde hace muchos años, es decir, porque supuestamente somos y valemos como seres humanos dependiendo de las mediciones que nos hagan?
Infortunadamente veo que, producto de inferencias pasadas de simples, hoy se cuestiona que en los criterios de evaluación derivados del Acuerdo 11/03/19, referente a “las normas generales para la evaluación del aprendizaje, acreditación, promoción, regularización y certificación de la educación básica”, esté decidido que los alumnos de primero y segundo de primaria transiten por esos grados sin la sombra siempre frustrante de la reprobación. En las redes, por ejemplo, leo que pedagogos o profesores con experiencia, lamentan esa decisión de la SEP, y la ven como el apocalipsis escolar, porque “si de por sí no aprenden, ahora si se aprueba a todos, las cosas serán peores y se estarán produciendo alumnos sin los conocimientos y sin las habilidades necesarias para cursar los grados siguientes”. ¿Tan grave serían las cosas si en esos primeros grados de la primaria se promoviera a los alumnos para continuar con sus procesos formativos, con la seguridad de que llegarán a los grados subsecuentes con las posibilidades de obtener resultados positivos? Yo pienso que no. Pero también pienso que eso debe someterse a debate, a la discusión propositiva en los planteles escolares, a la reflexión entre directivos y especialistas, a la puesta en común de autoridades educativas con sus cuadros de apoyo, para saber a conciencia de lo que se trata y de lo que debe promoverse. O, al final de cuentas, para estar en condiciones de proponer a la instancia federal un punto de vista crítico sobre los pros y contras de esa medida.
Y lo mismo debería hacerse con cualquier otro tema controversial relacionado con la evaluación, como lo que se determinó para los clubes de autonomía curricular. Ese será un tema que abordaré en otros comentarios.
A todo lo anterior, ¿quiénes en Morelos estarán en condiciones y disposición para fomentar este tipo de análisis, de interpretaciones, de comprensiones? En la parte oficial, veo muy difícil que ello se promueva, por desinterés, por modorra o por ignorancia. Tanto en el IEBEM de Eliacín Salgado de la Paz, como en la secretaría de educación del estado, de Luis Arturo Cornejo Alatorre, se observa un desierto en eso de entrarle a pensar y repensar las políticas educativas, preocupados por reproducir automáticamente lo que les llega de la federación.
Para acabarla de amolar, vemos que, en el ámbito de la representación sindical, mucho se dice de estar a la vanguardia acompañando la actualización y capacitación de los profesores, pero con el mismo tufo reproduccionista de los de enfrente, es decir, de los funcionarios de sector educativo. Es necesario seguir insistiendo al respecto, aunque se corra el riesgo de predicar en el desierto.
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