Nulidad del voto, sanción a políticos.
En opinión de Dagoberto Santos Trigo
¿Abolir el sufragio significa un desencanto con la democracia? La respuesta es: “No”. En este caso, el ciudadano ejerce su derecho; empero, ninguna oferta política lo satisfizo en el éter de la disyuntiva (ante la urna silenciosa). Complexidad o no, es un escaño que entra en la estadística de nulidad.
Desde mi perspectiva (teórica), la consigna de invalidar el sufragio no es una decepción, sino una sanción hacia la clase política y los discursos demagógicos, que sólo diezman la libertad y el pensamiento censor.
Antes que todo, debemos aclarar -con sustancialidad sociológica y empírica- qué se entiende por “nulo”. Significa un sufragio en el que los escrutadores no pueden determinar la elección por diversos factores, como: establecer marcas sobre los logotipos de distintos partidos políticos, boleta en blanco o desconocimiento, entre otros.
La fundamentación desencantada de la democracia, a la que hizo alusión Max Weber, se refiere a un anacronismo; una aproximación sociológica a los fenómenos del poder. Es decir, no es tal. No tiene que ver con la supresión de las variantes de la papeleta electoral.
¿Votar y derogar o sufragar sin evaluar? He ahí el dilema (parafraseando al bardo de Avon: William Shakespeare). La oligarquía sigue actuando bajo la influencia de la manipulación, a fin de contribuir a la conformación de una sociedad endeble e impasible a los asuntos públicos.
La pluralidad, que es una característica de la multiplicidad ideológica y progresiva, no ha resuelto las demandas prioritarias; sobremanera, se han subestimado los derechos de los grupos vulnerables: personas de la diversidad sexual, pueblos y comunidades ancestrales, afromexicanos y otros.
En ciclos comiciales la propaganda adquiere un acento dominante. En específico, las actitudes populistas pretenden acceder al poder (sin cortapisas), para dejar su impronta: los paliativos; es decir, las soluciones instantáneas, que es una característica común de los regímenes que asumen medidas contrarias al Estado republicano.
De ahí la importancia de construir una ciudadanía crítica y participativa, como lo hace el Instituto Nacional Electoral antes, durante y después de las contiendas cívicas.
Ahora bien, la incógnita es: ¿Resulta de utilidad anular el voto? Ante la narrativa superficial que emerge del grueso de la clase política en el país, la contestación es: SÍ. No obstante, no es lo ideal en un esquema antropológico evolutivo. Pero, las falsas promesas (y la inapetencia partidista) han abonado al crecimiento de la mentira, la desigualdad, la discriminación y la inseguridad.
En contraste, no es posible evadir la calidad del sufragio; sobre todo, cuando éste es sometido a compra, coacción o transacción asimétrica a cambio de servicios públicos, protección o favores. La concupiscencia de un sector político no tiene límites. Es la cultura del hedonismo (del control).
Aclaro: no estamos cohabitando en un mundo de insondable incomodidad democrática (como lo expone José Saramago en Ensayo de la lucidez). Los porcentajes de nulidad no son desorbitantes -ahora-. Mi reflexión es sólo una advertencia… Un escenario tangible que debe conducirnos a corregir el camino andado (o desandado).
Por eso, es necesario fortalecer los mecanismos de participación ciudadana, a fin de exigir a los entes obligados a rendir cuentas con transparencia y precisión. Basta de la supremacía elitista. La voluntad ciudadana no está en juego; es soberana: una “indestructible arma”, citando a Juárez.