De voz en voz - La generación que se atreve

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En opinión de Tania Jasso Blancas

De voz en voz - La generación que se atreve

Hace poco supe de un grupo de jóvenes que decidió crear su propia antología de arte y literatura. No esperaron permiso, tampoco esperaron apoyo institucional. Se reunieron, organizaron, editarán ellos mismos. Lo hicieron con los recursos que tenían a la mano, con horas robadas al trabajo, al estudio, al cansancio. Y al conocer este proyecto, sentí algo que se ha vuelto raro en Morelos: esperanza.

La generación Z carga con muchos juicios baratos. Se les acusa de vivir pegados a las pantallas, de distraerse con cualquier cosa, de no comprometerse con nada. Sin embargo, cuando uno mira de cerca, descubre algo muy distinto. Descubre disciplina, sensibilidad, oficio en crecimiento y una voluntad genuina de expresarse. Estos jóvenes están buscando su voz y, lo más valioso, buscan hacerlo juntos.

El problema es que se están formando en un estado donde la cultura ha sido tratada como moneda de cambio. Donde los apoyos públicos destinados a artistas y creadores no son accesibles para quienes no se alinean con el partido en turno. Donde los fondos disminuyen cada año, donde las becas se entregan a los mismos nombres y donde las convocatorias suelen premiar la cercanía política antes que el talento. Para quienes crean de forma independiente, Morelos se ha vuelto un campo minado.

Ese clima los obliga a entender demasiado pronto que el sistema no está hecho para ellos. Los invita a competir en dinámicas absurdas donde importan más los números de seguidores que la solidez de la obra. Los empuja a aceptar que la cultura, para muchos, no es un espacio de libertad, sino un escenario controlado por grupos que han confundido el servicio público con un beneficio privado.

Aun así, ellos crean. Y eso basta para entender el tamaño de su valentía.

Crear en un entorno hostil es un acto político. Crear sin respaldo es un acto de resistencia. Crear sin garantías, sin becas, sin espacios, sin apoyos, es una decisión que nace del carácter y del deseo de decir algo que importa. Estos jóvenes no solo producen arte; producen identidad. Generan pensamiento crítico. Desarrollan sensibilidad y empatía. Sostienen conversaciones que incomodan. Construyen comunidad, que es algo que el estado, con toda su estructura, hace años dejó de intentar.

Y esto no solo es valioso para ellos. Tiene un impacto directo en la sociedad. La participación cultural está ligada a la disminución de la delincuencia. Un joven que encuentra un espacio para expresarse difícilmente buscará reconocimiento en la violencia. Un joven que escribe, pinta, actúa u organiza talleres está construyendo herramientas para comprender su mundo. Está fortaleciendo su capacidad de diálogo, su autoestima, su visión del otro. No se trata de pensar que el arte resuelve todo, pero sí de reconocer que la falta de acceso a la cultura deja un vacío donde muchas veces crece el riesgo.

Por eso esta generación importa tanto. Porque, sin proponérselo, está reparando lo que las instituciones han descuidado. Están levantando espacios nuevos allí donde los viejos fueron abandonados. Están sosteniendo conversaciones que parecían perdidas. Están apostando por la colaboración en un tiempo que insiste en la competencia. Están creando sin pedir permiso y sin pedir perdón.

Y lo hacen en un Morelos que no se los facilita. Un Morelos donde los foros públicos escasean, donde la infraestructura cultural languidece, donde la clase política se toma fotos en eventos que no financia, donde el presupuesto para cultura se reduce en cada administración, donde el arte se usa como adorno, pero no se reconoce como necesidad.

Frente a eso, estos jóvenes no solo merecen admiración. Merecen respeto y, sobre todo, apoyo real. Apoyo que no dependa de simpatías partidistas. Apoyo que no exija sumisión. Apoyo que entienda que la cultura no es un lujo y que invertir en ella no es un capricho, sino una forma de proteger el tejido social.

Es fácil romantizar la independencia creativa, pero no olvidemos que muchas veces no es una elección. Es la única salida. Y, aun así, la abrazan con una fuerza que desarma. Sacan publicaciones con tirajes pequeños pero llenas de verdad. Organizan lecturas en cafés porque los recintos oficiales no los consideran. Construyen redes sin esperar que el estado despierte. Cada proyecto que sacan adelante, por pequeño que parezca, es una forma de decirle al mundo que no se van a rendir.

Son ellos quienes están manteniendo viva la chispa cultural de Morelos. No quienes presumen cargos ni quienes reparten apoyos a conveniencia. Son estos jóvenes que escriben, que ilustran, que componen, que filman, que actúan, que diseñan, que imaginan. Jóvenes que no solo quieren contar historias, sino cambiar la manera en que las contamos.

A quienes crecimos en generaciones anteriores nos toca ser honestos. No fuimos capaces de defender la cultura como debimos. Permitimos recortes, permitimos favoritismos, permitimos que el sistema se deteriorara. Pero aún estamos a tiempo de corregir. La responsabilidad no es de ellos; es nuestra. A ellos les toca crear. A nosotros, allanar el camino.

En un Morelos que parece empeñado en olvidar a sus creadores, la juventud que decide crear es un acto de luz. Son ellos quienes resisten al silencio y a la indiferencia. Son ellos quienes levantan la cultura sin pedir permiso. En un estado que solo apoya a quienes se alinean, estos jóvenes trabajan por convicción, no por conveniencia. Por eso urge apoyarlos. Porque mientras el mundo se vuelve más materialista, ellos siguen apostando por la imaginación. Y en esa apuesta está la única posibilidad de salvar lo que queda.