Miel no es un caso aislado. Es un síntoma

En opinión de Tania Jasso Blancas

Miel no es un caso aislado. Es un síntoma

A lo largo de los años he escuchado muchas historias. Pero pocas tan dolorosas, tan silenciadas, tan brutalmente ignoradas como la violencia contra los animales. En especial, cuando esa violencia tiene nombre, rostro y mirada. Como Miel.

Miel era una perrita. Era amiga, compañera, parte de una familia. Hoy es también símbolo de un crimen que no debería necesitar más pruebas que la indignación. Fue víctima de crueldad y, presuntamente, de violencia sexual en Morelos. ¿Y el Estado? Presente en el gesto, ausente en el fondo.

Sí, hubo reuniones. Sí, la gobernadora y el alcalde salieron en la foto. Pero ningún diputado local —ninguno— ha levantado la voz con la fuerza que exige el caso. Porque claro, es más fácil firmar compromisos simbólicos que enfrentarse a una cultura que normaliza el maltrato, lo minimiza y lo justifica.

Y aquí hay que ser claros: no es un tema solo municipal. Tanto diputados locales como federales tienen en sus manos la capacidad —y la obligación— de impulsar las reformas necesarias para que esto deje de repetirse. En noviembre pasado, el Congreso de la Unión reformó los artículos 3º, 4º y 73 de la Constitución Mexicana. Se estableció que el respeto a los animales debe formar parte de la educación, se prohibió el maltrato animal a nivel constitucional y se facultó al Congreso para legislar sobre protección animal. Además, hay una propuesta de reforma al artículo 423 del Código Penal Federal para castigar con cárcel y multas a quienes cometan actos de crueldad.

¿Y en Morelos? La diputada Jazmín Solano presentó una iniciativa de reforma a la constitución local. Propuso, entre otras cosas, sensibilizar desde temprana edad y prohibir de forma expresa el maltrato animal. Suena bien. Pero suena a poco. Porque, a pesar de estas propuestas, en Morelos no existe una ley de protección animal real. Solo hay una Ley de Fauna que no castiga de forma efectiva. Estados como Jalisco, Yucatán o Michoacán ya tienen leyes más avanzadas. Morelos no. ¿Y sus diputados? Callados.

México tiene más de 23 millones de perros y gatos en hogares. Y casi la misma cantidad en las calles. No es casualidad. Es consecuencia de un sistema que enseña que quien no habla, no sufre. Que quien no vota, no importa. Que quien no puede gritar, no merece justicia.

Y aquí es donde esto se conecta con todo lo demás. Porque no se puede hablar de derechos animales sin hablar de derechos humanos. En un estado donde las mujeres siguen siendo asesinadas por ser mujeres, donde los incendios forestales arrasan y la escasez de agua no conmueve ni a los políticos ni a sus discursos, ¿qué podemos esperar para los que ni siquiera tienen voz?

Esto no va solo de Miel. Va de lo que toleramos. De lo que callamos. Va de cómo respondemos, como sociedad y como instituciones, ante el dolor del otro. Incluso si ese “otro” tiene cuatro patas y no puede contar su historia.

Pero hay quienes sí la contamos. Aunque incomode. Aunque quieran que se nos pase el coraje. Aunque esperen que se nos olvide.

No se nos va a olvidar.