Las dimensiones de la justicia cotidiana

En opinión de Aura Hernández

Las dimensiones de la justicia cotidiana

Para Diana Díaz, porque como Zapata en el Plan de Ayala, ella sabía la diferencia entre la  Ley y la Justicia.

 

Cuando le exponía a Diana, después de mis lecturas teóricas (y autodidactas) la solución de un hipotético caso legal, ella sutilmente pero incisiva, me decía que mi planteamiento era inviable en términos procesales, yo, indignada le reviraba: “entonces, ¿dónde está la justicia!?” Con la misma paciencia, ella me explicaba diversas formas de hacer realidad mis aspiraciones justicieras y nos poníamos a trabajar en ello.

Diana Díaz, la abogada de quien les hablo era, para quienes la conocimos un símbolo de la justicia cotidiana, muchas veces la vi y otras tantas me enteré de esa forma particular en la que ella se comprometía con la justicia del día a día, sobre todo  de personas “irrelevantes”.

Subir  en su auto para llevar al doctor en Cuernavaca a una persona indígena desde su comunidad, estar ahí para evitar una detención arbitraria de algún joven descarriado, hacer las gestiones para que un derechohabiente del Issste recibiera un trato digno en la atención a su salud.

Empeñarse en evitar un despido injustificado de algún compañero de trabajo, apoyar económicamente a algún joven practicante, asesorar sin retribución a quien se lo pidiera para resolver problemas de divorcio o de pensión alimenticia, mediar en una comunidad apartada para evitar un conflicto comunitario… en fin que la lista es larga, pero sin duda lo más valioso que Diana nos dio, fue su tiempo.

Diana, fue lo que el historiador Carlo Ginzburg, denomina una persona “excepcional normal”: no ocupó cargos relevantes en la burocracia judicial en la que trabajó por más de veinte años, ni fue una figura pública con proyección mediática, lo que la convertía en una persona “normal”. Sin embargo la manera excepcional en que resolvía problemas que no eran los suyos y el compromiso y la pasión que imprimía en ello, la hicieron una persona excepcional.

Excepcional, porque representaba esa clase de profesional del derecho que una sociedad como la nuestra, tan desigual, requiere por miles; excepcional por su denodado esfuerzo de transformar la realidad; excepcional por su coherencia más allá de los formalismos legales; excepcional porque no necesitó el poder para llevar a justicia a muchas personas que lo necesitaron y,  excepcional porque nos enseñó a muchos el valor de la amistad.

Hoy, cuando esta pandemia nos ha privado de la presencia física de Diana, su caso viene a cuenta por las diversas maneras en las que la justicia se está poniendo a debate en estos momentos y nos hace patente las diversas dimensiones de la misma, así como la, no suficientemente probada, eficacia del sistema de judicial  formal para resolver realmente problemas de nuestra vida cotidiana.

A respecto, y de acuerdo con la Encuesta a Población General del World Justice Project (WJP),  solo 30% del total de mexicanos con un problema buscó asesoría o representación legal. Asimismo, estos problemas surten un impacto profundo en las vidas de quienes los sufren, especialmente en su salud y estabilidad financiera.

De acuerdo con este estudio, el 40% de los encuestados reportó al menos una consecuencia negativa que derivó del problema, por ello la labor de profesionales del derecho como la de Diana llevaba a cabo, tal vez sin proponérselo, es tan imprescindible, pues los problemas legales cotidianos impactan en nuestra salud, en nuestra estabilidad social y hasta en nuestra economía.

Otro aspecto a considerar es señalado en un estudio de la OCDE, según el cual “la incapacidad para resolver problemas legales reduce el acceso a oportunidades económicas, refuerza la trampa de la pobreza y debilita el potencial humano y el crecimiento incluyente” y,  de acuerdo con la ONU, aproximadamente 1,400 millones de personas en el mundo tienen necesidades de justicia civil o administrativa sin resolver.

En México, donde desgraciadamente prevalece el formalismo jurídico en sus sistemas de justicia, el tema de la justicia cotidiana ha sido abordado de manera limitada; varias reformas al marco normativo de nuestro país que se dieron hace unos cuantos años, fueron resultado de estudios realizados por el CIDE a petición de la Presidencia de la República, pero sin embargo sus alcances en la vida de las personas está a debate.

Por ello, es incomprensible que quienes formalmente tienen las condiciones para hacer realidad la justicia cotidiana abdiquen a ella, por formalismos legales, por falta de vocación y hasta por ambiciones políticas. Los servidores públicos que desde el ámbito de la impartición de justicia, se atascan en el atolladero del formalismo legal, deberían replantearse si están en el lugar correcto.

Por ello, es tan útil recordar y emular a quienes como Diana, le dieron un sentido práctico al acceso a la justicia para muchas personas que de otra manera no lo hubieran logrado.

Pero más importante sería, intentar repetir la hazaña que a lo largo de su vida ella se empeñó en llevar a cabo, ganándole tiempo a su tiempo y compartiéndolo con quienes se lo pedimos, el tiempo privado, el tiempo familiar. Sus amigas y amigos lo sabíamos, y eso le dábamos más valor a su acción

Hoy toca despedirla, y decir, como lo escribió el gran Gabriel García Márquez con motivo del fallecimiento de Julio Cortzar en 1984: “Preferí́ seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo”. Así.