El Tercer Ojo - Lenguaje, pensamiento y realidad. Notas sobre ¨Lenguaje Incluyente¨
En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara
“Lo que han hecho hasta ahora los filósofos es interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ya, por anticipado, es de transformarlo”.
Karl, Marx. Tesis 11 sobre Feuerbach
Aún no podemos asumir que se ha agotado ya la discusión en torno a los usos de la lengua y la inclusión dentro de ella a los grupos de personas que han permanecido históricamente más allá de los baremos de lo que concebimos como sociedad, en su sentido más amplio.
Algunos grupos de feministas consideran que los usos de la lengua —en tratándose del castellano— han invisibilizado a las mujeres y su papel dentro de la historia y, todavía más, han omitido las condiciones de violencia estructural que viven; grupos de personas con discapacidad también han sido objeto de estrategias de exclusión, negación e invisibilización sociopolítica y sociocultural desde los usos de la lengua; pueblos y comunidades originarias, usuarios de lenguas originarias o lenguas de señas, grupos de personas afrodescendientes, comunidades LGBTIQ+, entre otros grupos considerados “minoritarios”, han resaltado esta realidad inadmisible ética y políticamente. Quizás por ello estos grupos se han constituido en el segmento de la sociedad —muy amplio en números y, por supuesto, en distribución geográfica y poblacional nacional— que más ha impulsado el uso generalizado y regulado de un “lenguaje incluyente”.
Por su parte, otros grupos de personas, siguiendo los criterios y acuerdos arbitrarios impuestos por la Real Academia de la Lengua Española (RAE), consideran que tal apreciación es insostenible dado que la lengua posee la riqueza suficiente para no excluir tales segmentos de la sociedad.
Pero todavía más, en el caso de los movimientos que bajo la óptica o mirada de género, sugieren cambios para resaltar el hecho que venimos tratando aquí, sus opositores piensan y creen que “destruyen” la lengua española y su riqueza, por ello reprueban tales cambios en los usos de la lengua.
Ahora bien, y más allá de la lengua y los sistemas de representación, más allá de los usos de ésta y de aquéllos, el conjunto de condiciones materiales, ideales, culturales o políticas que enfrentan, y han enfrentado desde tiempos inmemoriales tales grupos de personas es una realidad que no podemos negar u ocultar y que pervive gozosa de cabal salud; por ello mismo debemos transformarla para lograr una sociedad justa, equitativa, plural, incluyente y diversa.
Bajo esta mirada, otros segmentos de la sociedad consideran que en ningún caso las modificaciones a los usos de la lengua o la aprobación de normas y reglamentos, manuales y documentos normativos y, aún más, la aprobación del uso de “lenguajes incluyentes”, han tenido un impacto favorable para la transformación de la realidad lacerante que comento; es decir, que es inútil esta polémica y esta búsqueda sin término de lograr la tan anhelada inclusión mediante un “lenguaje incluyente”.
Reconocer que los medios predilectos para la realización de tal transformación, en principio, como punto de partida, se han concentrado en la realización de convenciones, acuerdos, leyes y reglamentos o, de la misma manera, en la confección y diseño de manuales, guías y documentos orientados hacia la promoción de un uso generalizado de un “lenguaje incluyente”, para nada, han sido útiles en términos de calidad de vida y bienestar de tales grupos sociales.
Itero, como punto de partida, pareciera ser que, hasta ahora, y sin trascender los espacios ubicados dentro de lo que podemos denominar “recomendaciones”, “acuerdos” o “leyes”, no han tenido el peso real en la dinámica social.
Entonces, ¿han sido inútiles e innecesarios tales esfuerzos? ¿Debemos trascender las discusiones nominalistas y buscar acciones concretas y prácticas que impacten más significativamente la dinámica social?, por ende, ¿Serán mutuamente excluyentes tales opciones de acción política?
Considero que esta falsa dicotomía o disyuntiva es parte de un galimatías ideológico y político que alcanza, en cierto modo, la lengua —o lenguas— y sus usos.
Parto de la premisa elemental de que bajo ninguna circunstancia son mutuamente excluyentes tales acciones políticas. Asimismo, es admisible el supuesto de que quedarse en este punto de partida es un craso error dado que, en efecto, los cambios en los usos de la lengua no necesaria ni mecánicamente impactan el pensamiento, las prácticas o la realidad social excluyente.
Quedarse en este punto de partida bajo la creencia de que ello sí cambia la realidad referida por la lengua y sus usos, nos condena al fracaso y al inmovilismo, pero más grave, nos hace creer que estamos cambiando lo representable al modificar los instrumentos de representación.
Por lo que he venido describiendo y exponiendo, me parece pertinente decir que es necesario trascender los usos de la lengua y los medios, para transformarlos, a su vez, en una herramienta que favorezca la toma de conciencia de la necesidad de ir “más allá de lo evidente”, de promover la organización y participación de estos grupos sociales en formas de acción política y comunicativa e ir, todavía más, allende los usos “políticamente correctos” de la lengua.