El Tercer Ojo - El significado y el sentido de ser o decirse psicólogo
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
A las psicólogas y psicólogos de México
La pregunta “¿qué es la psicología?” parece más embarazosa para cualquier psicólogo que la pregunta “¿qué es la filosofía?” para cualquier filósofo. Porque, a la filosofía, la cuestión de su sentido y de su esencia la constituye, mucho más de lo que la define, una respuesta a esa pregunta. El hecho de que la pregunta renazca constantemente, a falta de respuesta satisfactoria, constituye para quien quiera poder denominarse filósofo, una razón de humildad y no una causa de humillación.
Pero para la psicología, la pregunta sobre su esencia o, más modestamente, sobre su concepto, pone en cuestión también la existencia misma del psicólogo, en la medida en que al no poder responder exactamente sobre lo que él es, se le hace difícil responder por lo que hace. Sólo le queda entonces buscar en una eficacia siempre discutible la justificación para su importancia de especialista, y a más de un psicólogo no le disgustaría en absoluto que esa eficacia engendrará en los filósofos un concepto de inferioridad.
Georges Canguilhem
Hoy, día 20 de mayo, día que en México se celebra el “Día del psicólogo”, en esta hora que escribo mi colaboración semanal para el diario El Regional del Sur, El Tercer Ojo, no deseo ser omiso frente a la conmemoración de esta profesión —que no de la disciplina del conocimiento científico— de la cual, sin duda alguna, formo parte.
Sin embargo, más allá de los hosanas y albricias esperables, sin que este breve texto pueda tornarse en una arma para realizar un sepuku o un harakiri, me dispongo, autocríticamente, a plantear algunas reflexiones sobre la práctica profesional de aquéllos que se asumen o definen como profesionales de la psicología, o psicólogos.
Debo precisar, en principio, que la psicología —como una disciplina del conocimiento científico—, diferenciada nítida y claramente de la práctica que realizan quienes se ostentan como profesionales de la misma —léase la psicología como práctica profesional— aparece tiempo después a la práctica misma concebida como psicológica.
Según refieren muchas de las historias de la psicología, esta disciplina de carácter científico puede reconocerse desde el preciso momento en que el insigne Wilhelm Wundt hubiera fundado el primer laboratorio de psicología experimental, por allá del año de 1879, en Leipzig, Alemania; por su lado, las historias de la piscología soviética hallan el momento de tal suceso cuando el fisiólogo Iván M. Séchenov hubiera publicado, en el año de 1862, en Rusia, su famosísimo libro Los Reflejos del Cerebro —en este texto, su autor presenta dos grandes apartados temáticos: Los movimientos involuntarios y Los movimientos voluntarios—. Como podemos apreciar sin mucho esfuerzo intelectual —y más allá de la insulsa discusión de quién fue primero o dónde fue—, dos criterios de demarcación parecen ser la fuente de la diferencia; a saber: O es “el carácter experimental de la investigación en psicología” lo que le imprime el carácter de científica, o es “el objeto de análisis”, en este caso, la actividad voluntaria o la voluntad como fenómeno psicológico que, por lo demás, también fue abordado de manera experimental.
“Haiga sido como haiga sido”, fuera en 1879 o en 1862, en Alemania o Rusia, la práctica profesional que podemos concebir como psicológica, antecede, sin duda, a la atribución de actividad científica de ésta y, no se diga más, precede a la formación profesional de los psicólogos en instituciones encargadas para ello mediante procesos de acreditación y certificación.
Es decir, que la psicología como disciplina del conocimiento científico, como práctica profesional y como teoría y práctica educativa debe ser diferenciada claramente.
Es aquí donde podemos percatarnos de que es el lugar preciso donde “la puerca tuerce el rabo”, dado que al tratar de responder la interrogante que propone Georges Canguilhem podemos caer en un yerro o sesgo de confusión de niveles de análisis sobre un mismo objeto de análisis. Es decir, que partiendo desde la práctica —léase el quehacer de los psicólogos— hacia los otros niveles de análisis o viceversa, de cualesquiera de los otros a la práctica misma, hallamos el terreno farragoso de los desencuentros y las descalificaciones.
Es así que podemos escuchar expresiones como las siguientes: “el psicoanálisis no es científico, cuando más es literatura y no sirve, por ello”, “los psicólogos aplican test”, “Sólo quienes tienen título y cédula profesional son psicólogos”, etcétera. Esto es, si no se coloca dentro del ámbito de la disciplina considerada científica es charlatanería; si no se halla sustentada en la psicología como teoría y práctica educativa, acreditada y certificada, es charlatanería y no se es profesional de la psicología; en fin…
Si la psicología es lo que hacen los psicólogos ergo es un galimatías porque “mientras no podamos diferenciar la psicología por su objeto de estudio y su metodología de otras disciplinas, jamás podremos impedir a nadie decirse psicólogo, ni decirle psicología a lo que hace”.