Cuando sea demasiado tarde… - Mis vecinos.

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - Mis vecinos.

Llegué al pequeño conjunto de tres viviendas en el que todos ustedes tienen su casa en marzo de 2018. Voy a cumplir viviendo aquí 6 años, en ninguna ocasión me he atrasado en la renta y tengo todos los servicios al día. A veces me quedo sin gas porque en el verano hace tanto calor que no me apetece ducharme con agua caliente y apago el calentador, lo que hace que no me dé cuenta de que se está acabando el gas hasta que ya se haya acabado, pero es peccata minuta. Soy un hombre reservado y solitario, en las pocas ocasiones que llego a hacer un desfiguro trato mucho de que no sea donde vivo. No es que me importe mucho, es sólo que aprecio mucho la tranquilidad de mi hogar. La hija del dueño vive en una de las tres casas, por lo que también me interesa mantener buena relación con ella y que no opine demasiado mal de su servidor (cosa en la que no he tenido mucho éxito en estos últimos meses, por lo que le ofrezco una disculpa).

            Hace unos tres años, llegaron a vivir a la tercera casita un joven matrimonio, tendrán unos 30 años. Tienen dos niñas, de alrededor de unos 10 o 12 años, y por los uniformes que portan los papás, me da la impresión de que trabajan en cosas de automóviles, tal vez en una concesionaria o una refaccionaria de gran tamaño. Son de clase media, tienen dos autos (ambos de color blanco, imagino habrá un taxista por ahí entre las figuras paternas, o tal vez sea parte de un gran plan B en caso de que la economía nos siga llevando por donde nos lleva), y me parece que el esposo compra y vende autos, aunque no me he querido fijar demasiado y tampoco he visto mucha rotación. Cuando llegaron al conjunto, vieron que contaban con una pequeña terracita en el jardín que compartimos y decidieron que sería un excelente lugar para invitar a sus amigos y tener reuniones. Para no hacerles el cuento largo, a la tercera semana que tuvimos gente ebria gritando majaderías en el jardín a las 6 de la mañana, decidí apersonarme en su puerta para manifestarles mi inconformidad. De mala gana dejaron de hacer reuniones al calor de las copas hasta altas horas de la madrugada.

            Cuando terminó la pandemia, mi novia se regresó a su departamento en la Ciudad de México y decidimos darnos la oportunidad de reanudar nuestra relación a distancia, esfuerzo que se hizo por alrededor de dos años. Su servidor se trasladaba a casa de ella los fines de semana y el conjunto se quedaba sin uno de sus habitantes en ese tiempo, imagino que al poco tiempo mis agradables vecinos lo notaron y reanudaron su gusto por compartir espíritus con amistades hasta altas horas de la madrugada (sin tomar en cuenta que las dos niñas se encontraban en casa durante ese tiempo). Lamentablemente, hace algunos meses me terminaron y retomé mis actividades solitarias en la casa de ustedes, enfocándome en mi trabajo y en seguir haciendo de cuenta que estoy bajando los kilos que adquirí durante la pandemia.

            El hecho de las fiestas con las niñas en casa ya me había llamado la atención, no me parecía correcto, pero en el fondo no es problema mío y tampoco hay mucho que pueda yo hacer al respecto. Noté que a veces el esposo sale de viaje, comenzó hace como uno o dos años: cuando llegaron por primera vez al conjunto sólo tenían un coche, el señor se ausentó durante una semana y cuando volvió había dos. En esa semana tuve que salir de casa sobre las siete de la madrugada, y noté que un hombre en un automóvil de color negro depositaba a la señora en la puerta del conjunto, para despedirse de ella calurosamente y dedicarme a mí la mirada más amenazadora que pudo conseguir en ese momento. Su servidor no es de meterse en los asuntos de sus vecinos, por lo que agradecí que dicha problemática no correspondiera conmigo y emprendí mi marcha.

            Pues bien, cuando vuelvo a pasar los fines de semana en la casa de todos ustedes, descubro que efectivamente, hay gente ebria gritando en el jardín hasta altas horas de la madrugada nuevamente. Así que decido interrumpir sus risas espirituosas para manifestarles que ya es la una de la mañana y no pueden estar ocupando las áreas comunes para hacer fiestas, para que por favor se metieran a su casa. Hacen caso omiso y se quedan hasta las 3, pero las siguientes semanas ya no hay fiestas. La estrategia cambia: alguien vierte orines de perro en el tapete de la entrada de mi casa y embadurnan mi coche con heces de perro. Aguanto el chaparrón, vivir en convivencia no es fácil y dado que me dio la impresión de que los invitados de la última reunión eran compañeros de trabajo de mis vecinos (había algunos hombres de mayor edad que yo, tal vez el jefe o el gerente o una cosa así), por lo que entendería que estuvieran molestos y yo estaba agradecido de que ya no hubiera gente gritando en el jardín.

            No conozco por completo la teoría freudiana, pero sí conozco la manera en la que la Formación Reactiva y otros mecanismos de defensa de naturaleza histérica dan forma al ser humano. ¿Sabe usted cuál es el ejemplo clásico de todos los libros de texto que describen este mecanismo? El manipular heces de perro para agredir a los vecinos. Llevo ya un par de meses encontrando mi coche embadurnado con heces y orines de perro, pues al parecer el disgusto que les he hecho pasar ha sido mayor (o tal vez alguien me esté queriendo decir algo y sus mecanismos de defensa le hacen interferencia, suelo tener ese tipo de suerte con las mujeres y uno que otro hombre). Esta semana adquirí un par de cámaras de seguridad para empezar a documentar el fenómeno, y ya les estaré contando por aquí cómo nos ha ido en tal empresa. No soy una persona violenta y en definitiva no soy de hacerle daño a nadie, pero la hora de entrar en la ofensiva ha llegado. Así que, si conoce ustedes a alguien con dichas características, les sugiero que no vivan con ellos, o si tienen ustedes a un amigo que acostumbre a conducir un auto negro, tal vez ande al pendiente de que su esposa no pase la noche sola.

Recuerden: hay que ser el vecino que quisiéramos tener. Porque la convivencia no ha muerto, pero a ver cuánto dura el matrimonio de mis vecinos.