Caricatura Política- Muerte feliz…
En opinión de Sergio Dorado
La vida es un regalo de Dios, de la naturaleza, del azar o de lo que usted, estimado y único lector, quiera creer. Recuerde usted que siempre se tiene la opción de ser libre pensador o rehén político. Por mi parte, a pesar de las adversidades de la vida, que en ocasiones se excede, es cierto, vale la pena existir. Esto porque su contraparte es la no existencia (en caso de nunca haber nacido) o la muerte (en caso de que usted lea esta opinión esta mañana antes de que un sicario le meta un plomazo al azar en un gimnasio).
Y francamente a mí, estimado y único lector, no me gustaría ser humano en potencia; es decir, no me gustaría no haber nacido.
Seguramente usted, como su seguro servidor, siente felicidad intermitente y entonces se ha de sentir como la luciérnaga, ese insecto extraordinario que cada vez que enciende su abdomen ha de sonreír al cielo con una especie de privilegio feliz similar a lo que aquí se intenta encuadrar. O como un león que libera un gruñido de clímax para perpetuar la especie con gallardía,o simplemente por satisfacción felina superior, ¡qué diablos! O como usted quiera, estimado y único lector, quien de cualquier forma sabe bien a lo que me refiero.
Mi felicidad, aunque infortunadamente más espaciada e irregular que la de la luciérnaga (o acaso del león, pues la edad no pasa en vano), tiene momentos gozosos, como cuando le doy un abrazo a un nieto y comparto el pan y la sal con la familia un domingo cualquiera en el jardín. O como cuando un hijo alcanza un escalón posterior con éxito gradual que ayuda a entender mejor un entorno no pocas veces indescifrable. O como cuando pongo los dedos sobre el teclado de la computadora e intento describir una maravilla del Parque Melchor Ocampo o, en su defecto, una atrocidad humana más del lobo.
Es cierto, por lo demás, que en nuestra naturaleza humana impera el caos con asiduidad y luego tiramos garrotazos desequilibrados al aire, con los ojos vendados e intentando despanzurrar una piñata de Navidad azarosa que a propósito se avecina. Y así va Morelos, dando palos de ciego y sin rumbo alguno, a oscuras y sin acertar a solucionar el problema de la inseguridad del estado, que a todas luces empeora, muy a pesar del discurso demagógico que ya nadie, mas que los funcionarios que nos gobiernan, creen.
Asegura el súper delegado de Morelos que debemos estar felices porque los criminales solamente se matan entre ellos, pero que nosotros, los ciudadanos comunes, como usted y yo, debemos caminar tranquilos por entre la balacera habitual, pues el único peligro que corremos es que los sicarios tengan mala puntería y desatinen en el blanco. De lo que se infiere, por cierto, que la gente debe dejar de temblar porque los criminales son profesionales de su oficio y no otra cosa.
Gracias, señor delegado, pero la realidad es que los morelenses vivimos aterrados. Porque no nos dejará usted mentir al afirmar nosotros, los de a pie, que una de las cosas que opaca nuestra felicidad, y que es el tema que nos ocupa con preocupación, es la muerte violenta. Digo, a mí me gustaría mucho morir un domingo de madrugada y sin sentir más que una sonrisa soñada que quién sabe a dónde diablos me llevará, pero así, flojito y cooperando.
Incluso, por otra parte, me he imaginado mi muerte con escenario violento y al azar, y créame usted, señor delegado, estoy casi seguro que moriré de un infarto con mermelada de maní involuntario antes del plomazo aventurado. Pero no lo sé realmente, no soy adivino; por eso, y por muchas otras cosas más, encarecidamente le solicitamos a usted, con remitente respetuoso de los de abajo -que a propósito es mi querido barrio-, que por favor nos desee una muerta tranquila y, ni modo, aunque trampee usted la próxima posada, se quite ya la venda de los ojos para despanzurrar la piñata con un garrotazo enfurruñado certero y caigan así los dulces que felices y con risa los niños pepenan en el suelo, y luego unos buñuelitos con ponche y piquetito ardiente para los adultos, ¿qué le parece?