Árbol inmóvil - Voracidad legislativa

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Voracidad legislativa

“La ambición es el último refugio del fracaso”. Esta frase de Óscar Wilde describe el devenir de los actuales legisladores. Ante la inminente sucesión de los órganos de control (Mesa Directiva y Junta Política y de Gobierno), no pueden camuflar su concupiscencia. El gobernador se está entrometiendo también. Pretenden un contubernio, para dirigir esos hilos tan frágiles, que penden de la voracidad. Aunque lo nieguen, como recién lo hizo Alfonso Sotelo, no pueden disimular lo inobjetable: la ansiedad por hacinarse en el poder.

            Las reglas específicas pasan a segundo término (o al tercero). No hay una actitud sistémica. La avaricia convirtió a este parlamento en un poder fáctico legal. Los pendientes, ante esta coyuntura, son baladíes. ¿Cómo darles seguimiento, si lo idóneamente necesario es la satisfacción del dominio?

            La postura de algunos es renovar las áreas; es decir, no dar seguimiento. “Morena” se siente con la prioridad de escoger cualquiera. ¿Y los consensos? Son una quimera. En sus declaraciones pueriles, hablan sobre validaciones consensuales; de “respetar” los veredictos que emanen de la Conferencia. No se sigue tal situación… Son hacedores de lubricidades… Se sumergen en el piélago del apetito desmedido, el cual, tarde o temprano, los conducirá a la delación. Al fin y al cabo, cada diputado es mentor del abandono (de la prístina inconsecuencia).

            “El Gato”, Héctor Javier García, se agazapó todo este tiempo, luego de ser objeto de innumerables críticas, debido a la sordidez que irradió en su momento (quiso ser el coordinador parlamentario). Ahora, se cree listo para presidir un armónium.

            El efecto de la editorialización mediática no les interesa. En parte, porque éste es incólume, dado la pleitesía que se yergue a partir de los convenios subrepticios (inexorablemente visibles). No se oculta, en este caso, ni lo más mínimo. Todo reposa a la sombra de su nombre. Se trata de una cuestión filológica.

            Insisto: la definición de los puestos saldrá de una dicotomía casi indisoluble: gabela e impostura. El efecto coercitivo de José Manuel Sanz (con el desconocimiento a flote) va a propiciar frenesí y consternación; movimiento y enroques; hipocresía e inconformidad. Los huéspedes de “Guillermo Gándara” son figuras endebles, por tres matices:

  1. Ignorancia evidente. Sus desaciertos son del dominio público.
  2. Receptáculos de manipulación. Al saber que está ahí por efectos de la inercia política, acatan su sino.
  3. Alternancia interna. Algunos son comparsas de los cambios. En términos prosaicos: no sirven más que para levantar la mano… A veces.

   

            En suma, lo que se vaya a dar estará estigmatizado por la indecencia… El halo ensombrecido de tinieblas. Luego, tras las erosiones del tiempo y el desdén de los medios frente a la coyuntura y su muerte contumaz, todo será olvido y la supuesta “calma” encauzará la cotidianidad de la Legislatura, que va en el camino al patíbulo.

 

TRAICIÓN

            Así, sobrevendrá la traición. Suele pasar; sobremanera, cuando se erigen expectativas, de manera previa. Cuando se prometen adhesiones y apoyos; guías y acomodos… Todo es una pifia que se engrandece en el sendero de la vaguedad. Hay algo bueno en este parlamento: el error. Éste provee material para escribir. Gracias.

            Para Nicolás Maquiavelo, la traición (política) es el único acto de los hombres que no se justifica. Y agregaba: “los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias; los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos”.

            Van hacia el erebo, señores. Ustedes, de modo deliberado, se han trazado ese camino. Les guste o no, su caída va a ser estrepitosa. Se lo merecen.

 

ZALEMAS

            La escisión que pretende el bienquisto es innecesaria, si nos abocamos a dilucidar que la muerte está cerca. El día y la oscuridad de la noche no son tales. No inciden en el aliento; son sistemas de desorientación de la nada… Donde la angustia se recalcitra. El habla no tiene sentido… Sólo silencio, que también diserta o genera signos descifrables: alejamiento y amargura.

            En “La Herida”, Luis G. Urbina me hace llorar:

 

¿Qué si me duele? Un poco; te confieso

que me heriste a traición; mas por fortuna,

tras el rapto de ira vino una

dulce resignación… Pasó el exceso.

¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso?

El amor es un huésped que importuna;

mírame cómo estoy; ya sin ninguna

tristeza que decirte. Dame un beso.

|

            Ha de volver ese tiempo de aparente calma. Lo sé y lo dudo. Confío sólo en Ti. (Hasta el próximo jueves…).