Árbol inmóvil - El féretro de Tania
En opinión de Juan Lagunas
Si se pudiera burilar un epitafio político, el de Tania Valentina Rodríguez Ruiz diría lo siguiente: “Feneció por polarizarse -antes de tiempo- contra el Ejecutivo”. El mensaje que ésta emitió, en la máxima tribuna del Congreso, cuando se dio cabida al segundo año de ejercicios legislativos (el primero de septiembre pasado,), fue vehemente (y, para las condiciones en que el rumbo de este régimen se sitúa, no tuvo parangón ni clepsidra -aludiendo al mar-). El contenido de su soflama, entonces, fue de reclamo: un recipiente de reproches contra Blanco Bravo, cuestionando su investidura.
Su ansiedad, que siempre le causa felonía, la está haciendo sucumbir (en el piélago prolijo de la batalla superflua del imperio). Al gobernador aún le quedan cinco años de mandato; a ella, sólo dos. Y, si tomamos en cuenta el boato de este Constituyente (ataviado de sinsabores y desencuentros, así como de intereses insaciables), la petista sigue hundiéndose en el lodo cenagoso de la extinción del poder. No dudo que algo trae entre manos. No ha hecho acto de presencia en el Congreso. Algo “trama”, coinciden los reporteros experimentados.
Empero, los hematomas que ella misma se produjo (ahora), se resumen así:
1- Enemistad con el mandatario. Error. Ni un esfuerzo hercúleo la hará recuperar la confianza (que nunca se tuvo).
2- Aferramiento a la Junta Política y de Gobierno. Busilis. El artículo 46, fracción IV, de la Ley Orgánica para el Congreso del Estado de Morelos, señala “La Presidencia de la Junta Política y de gobierno será rotativa y anual, al Pleno del Congreso, por el voto de las dos terceras partes de sus integrantes, designará al grupo parlamentario que deba presidirla, siempre y cuando el Grupo Parlamentario esté integrado por lo menos del quince por ciento de los Diputados integrantes de la Legislatura”. Siguiendo el espíritu de este ordenamiento, ella está fuera de la lucha concupiscente que se ha desatado en torno a los órganos de gobierno (mal llamados así). No tiene oportunidad. Alejandra Flores, de Morena, ya se ve ahí… Irónicamente, a lontananza…
No sé qué esté maquinando. La perversidad no tiene límites; sobremanera, en el instante en que ésta se circunscribe a divisar los vacíos de la ley, para, con base en eso, erigir una estratagema. (Atrás está su “Rasputín”. Ergo, la perfidia se acentúa, con un baldón imborrable, que se estaciona en la alquería del ventajismo).
La congresista, así, está cavando su propio hipogeo. Como si el camposanto del Pleno la resguardara; sobre todo, dentro de las voces inexactas de sus homólogos, que tienden a subir a tribuna a decantar su falta de preparación. Algunos, de plano, se ausentan y, en esa línea, justifican su vaguedad.
Tania va, por voluntad propia, hacia el Gólgota. Nadie la conduce. Sus propias manos son un faro fúnebre. Su derredor es un conjunto de zalemas involuntarias, que se resignan a la soberbia (que renace cada día).
ZALEMAS
Las lágrimas son desenlaces. Simbolizan una muerte momentánea, en que la respiración se detiene y, a la vez, los latidos del corazón se vuelven veleidades de la inexistencia (como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada y… al voltear, no se ve nada, salvo la desolación del camino oscuro, en plena luz). En el “Soneto II”, Garcilaso de la Vega, musita:
En fin a vuestras manos he venido,
do sé que he de morir tan apretado
que aun aliviar con quejas mi cuidado
como remedio m’es ya defendido;
mi vida no sé en qué s’ha sostenido
si no es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese probado
cuánto corta una ’spada en un rendido.
Mis lágrimas han sido derramadas
donde la sequedad y el aspereza
dieron mal fruto dellas, y mi suerte:
El llanto es sollozo, precipitación de angustia y dolor. Agonía. Preludio de expiración. Lenguaje no verbal. No tiene fin, aunque sus esquemas taxativos, que escurren en el rostro, se volatilicen, conforme la amargura acude a su óbito: la calma aparente e innecesaria. Más adelante, el aedo agrega, con una voz llena de avidez:
¡basten las que por vos tengo lloradas;
no os venguéis más de mí con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte!
En este caso, las gotas que descienden de los ojos caen en la tierra de la muerte. Allí, en esa grieta insondable, se deslizan hacia el subsuelo, donde vuelven a descender, convertidas en vapor, hacia el cielo. Van en contra de la ley de gravedad. (Hasta el próximo jueves)…