Secreto a voces - Bolivia: Quijano y la racialización del indio (4)

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces - Bolivia: Quijano y la racialización del indio (4)

Dice Wallerstein, mientras visitaba África en la búsqueda de respuestas con respecto a si los valores sociales se sostenían sobre acuerdos consensados al interior de la sociedad, en un contexto de irrupción de las luchas anticoloniales y la creación de estados nacionales independientes y, como consecuencia, el “despertar” que traía el cambio de ideas, entre los jóvenes principalmente. Ahí cuenta, que los jóvenes miraban con agudeza el proceso de descolonización y aprendían rápidamente que “… la maquinaria política estaba basada en un sistema de castas en la que el rango y, en consecuencia, los beneficios, venían determinados en razón de la raza” (ver: El moderno sistema mundial, 1979, Siglo XXI, p. 9).

En ese sentido, cómo es, se pregunta Anibal Quijano (Ver: (2014). La colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina) que las diferencias biológicas se convirtieran en una marca que, en la vida cotidiana, consideraba a los conquistados como diferentes de los conquistadores, lo que implicaba la existencia de jerarquías sociales, y de una narrativa, más allá de la conquista, orientada hacia la dominación y legitimación. Es probable, responde, que las ideas de blanquitud (primero y de raza después) surgieron entre los colonizadores británicos y estadounidenses, que trasladaron a millones de personas de África hacia EU. Dice Quijano que en los archivos de la conquista española la palabra “raza” no existía.

El término “raza” fue aplicada por primera ocasión a los indios y no a los negros, o a la relación entre esclavistas y esclavos. La conversión de la conquista y las consecuencias que tuvo al relacionar a personas con características biológicas distintas y que esa relación entre poblaciones se tradujera en la invención de la sociedad en “razas” distintas y que, bajo ese criterio, se considerara a la población india como un tipo de mujeres y hombres inferiores física, intelectual y culturalmente, fue la consecuencia de la conquista y de la invención de una narrativa para legitimar el poder de los europeos sobre los conquistados. Por lo que la idea de “raza” no es una simple diferenciación biológica sino la creación de una narrativa de superioridad de los conquistadores sobre las poblaciones indias.

Entonces, si eres inferior, como dice la narrativa racista, puedo disponer de ti, tomar ventajas en la relación. La inferiorización de la población mesoamericana no fue una casualidad. Dice Quijano que: “El hecho es que ya desde el comienzo mismo de América, los futuros europeos asociaron el trabajo no pagado o no-asalariado con las razas dominadas, porque eran razas inferiores. El vasto genocidio de los indios en las primeras décadas de la colonización no fue causado principalmente por la violencia de la conquista, ni por las enfermedades que los conquistadores portaban, sino porque tales indios fueron usados como mano de obra desechable, forzados a trabajar hasta morir…”. A lo que llevó esa narrativa fue a una inhumana explotación.

La racialización no surge de cuerpos distintos, sino de ideas creadas por unos para dominar a los otros. Bajo esa lógica, dice Quijano en un pie de página que: “La idea de raza es, literalmente, un invento. No tiene nada que ver con la estructura biológica de la especie humana. En cuanto a los rasgos fenotípicos, éstos se hallan obviamente en el código genético de los individuos y grupos, y en ese sentido específico son biológicos. Sin embargo, no tienen ninguna relación con ninguno de los subsistemas y procesos biológicos del organismo humano, incluyendo por cierto aquellos implicados en los subsistemas neurológicos y mentales, y sus funciones. Véase: Mark (1994) y “¡Qué tal raza!” (Quijano, 1999a)” (p. 780)”.

Como era lógica la deriva, de manera particular, durante la conquista, lo expuesto en la cita anterior le dio legitimidad a una división del trabajo que apuntaba, en parte, hacia lo mundial dominado por las naciones europeas. Localmente, la población de tez blanca se colocó en los puestos de la administración colonial. A partir de esa posición privilegiada los criollos y luego los herederos de los criollos se hicieron del poder de la industria ferroviaria y las minas, incluidos los extranjeros como propietarios dominantes. En tanto que los empleos vinculados a la servidumbre, el trabajo no pagado, la agricultura, el pastoreo, el cultivo y recolección de frutas, así como la extracción de minerales, lo hizo la población indígena.

Bajo esta lógica, dice Quijano (ver: La Colonialidad del poder y la clasificación social, 1994) se gesta la colonialidad del poder, en un sentido clasificatorio geopolítico, étnico y racial en la que se incrustará a naciones, subcontinentes y continentes completos como Latinoamérica y el Caribe, África y Asia. La clasificación en su versión racializadora se extenderá ya no solamente a los indios, sino que igualmente serán contemplados como razas inferiorizadas las poblaciones de piel aceitunada, amarillos, negros y mestizos, así como las naciones y contenientes en donde habitan. Precisando que el centro de poder es Europa y luego compartido con EU, el resto será la periferia o, como dicen ahora los españoles: el jardín y la jungla.

Esta concepción racializada, clasificatoria (primitivos y civilizados, superiores e inferiores, tradicionales y modernos) de una parte del mundo fue “naturalizada” como la única existente durante siglos. La razón fue muy simple: en los centros de poder cultural del “centro” se generó un pensamiento creador de narrativas hegemónicas a la que se le denominó ciencia. De donde surgió, cínicamente, una narrativa en la que la pobreza e indigencia de nuestras naciones y sus poblaciones era el resultado inequívoco del atraso y de que para salir de esa condición pues era necesario replicar lo que hacían las naciones desarrolladas. Para ello, habría que apoyarse en la ciencia occidental cuyas premisas niegan la existencia a todo aquello que no se haga bajo sus reglas.

Para Quijano (ver: “Colonialidad del poder y des/colonialidad del poder”. Conferencia dictada en el XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, el 4 de septiembre de 2009), América Latina y el Caribe, han desempeñado un papel central en la historia presente, desde la conquista hasta nuestros días. Por lo anterior, esta parte del continente fue pionero y caso único, en el sentido negativo, del surgimiento de algo que no existía en otro lugar, que es la idea de la “raza”. Esto es lo que analiza Quijano y aporta al estudio de las insubordinaciones de los indígenas en la época actual, como ha ocurrido en Bolivia. Subraya el autor de que trata de una creación subjetiva, de un hecho sin precedentes, que inicia con la violencia que impone la conquista.

Lo que llevó, dice Quijano, a la destrucción parcial de una de las más brillantes culturas que se han desarrollado en la historia de la humanidad. Mientras Europa tuvo que esperar al siglo XVIII, a la revolución francesa, de la que emerge un tipo de subjetividad reivindicativa de la igualdad; entre los incas estaba prohibido la existencia del hambre. Lo anterior, lo expone Fausto Reinaga en un texto ya referido en la entrega anterior. En la actualidad el hambre se impone al mundo periférico y las estrategias que se establecen para eliminarla se amplían siempre hacia una nueva meta temporal porque nunca se cumplen los propósitos; asimismo, el aleteo de una mariposa en algún lugar del mundo estropea las “buenas intenciones”.

Recordemos, dice Quijano, que quienes conquistaron esta parte del continente fueron los católicos que se opusieron a las reformas protestantes que se produjeron en el centro y norte de Europa. Que esa mentalidad, asociada con las prácticas de un tipo de violencia asociadas con la expulsión de los árabes de sus territorios y de quienes ocupaban el “santo sepulcro”, son quienes, llegaron a invadir y conquistar. Y dada esa experiencia previa, difícilmente podría haber sido de otra manera. La superioridad impuesta allá vino a reproducirse y a crear una narrativa, o una interpretación particular, de lo que en realidad eran simples diferencias fenotípicas: la racialización del indio, como poder colonial.

Continuará.