INE: estabilidad social.

En opinión de Dagoberto Santos Trigo.

INE: estabilidad social.

El Instituto Nacional Electoral tiene la función estatal de organizar comicios libres, transparentes, periódicos, independientes, imparciales, objetivos y paritarios. Por tanto, contribuye, inescrutablemente, a la estabilidad social.

            El consenso democrático (que se deposita en las urnas) es salvaguardado por el organismo y, al emitir -de modo oficial- los resultados, se da legitimidad a las autoridades electas (presidente de la República, gobernadores, ediles, diputados y senadores). En seguida, éstas tienen la encomienda de resolver las demandas más emergentes: pobreza, alimentación, abastecimiento de servicios, generación de empleos, respeto a los derechos humanos, a la inclusión; combate a la violencia política en razón de género, a la corrupción; fomento a la cultura de la legalidad, establecimiento de un diálogo constante, tolerancia y demás.

La democracia en el país no surgió por generación espontánea; es el producto de una lucha histórica e ininterrumpida, compuesta de movimientos insurgentes que instauraron sus ideales en el afianzamiento de la independencia, la libertad y el sentido de reconstrucción del Estado.

No obstante, estamos en ciernes: aún hacen falta innumerables ciclos de avance social para arribar a una madurez política, la cual es tarea de todas y todos: autoridades de los tres niveles de gobierno, organismos comiciales, partidos políticos y la sociedad en su conjunto.

            Hoy día, el anhelo (al unísono) sigue incólume: ERIGIR UNA CULTURA DE PAZ, que tenga su fundamento en la consolidación de la democracia, garantizando, en gran medida:

 

ü  Elecciones cíclicas y cristalinas.

 

ü  La construcción de una ciudadanía cada vez más crítica y participativa.

 

El INE continúa fusionando esfuerzos para sostener el espíritu republicano antes, durante y después de los procesos electorales, lo que quiere decir, en términos globales, que estamos inmersos dentro del compromiso de velar por la difusión y el asentamiento de los valores democráticos, como agentes garantes de concordia.

A más de 30 años de autonomía, el árbitro sigue poniendo las reglas claras en cada competencia política, al aplicar la ley sin distingos ni miedos. El objetivo es nítido y contundente: la diligencia de procedimientos elementales, con el apoyo de la ciudadanía, para certificar la organización y legalidad de las elecciones en México.

En ese sentido, el siguiente silogismo es genuino y veraz: A quienes laboramos en el INE no nos importa el resultado, sino la sistematización de los mecanismos de defensa del sufragio soberano.

            De ahí la importancia en insistir de que los actores y fuerzas partidistas deban despojarse de sus hábitos fácticos, que sólo ensombrecen las justas cívicas, enrarecen el clima y propician pugnas sociales, que nada abonan a la calidad democrática.

La manipulación deliberada que ejercen algunos estratos de las élites tiene que ser desterrada (sí o sí). Los grupúsculos que acumulan una cantidad desmedida de potestad política son oligárquicos, lo que es antítesis de la democracia (lo sostienen Max Weber y Alexander de Tocqueville).

En conclusión, EL INE ES UN BASTIÓN DE LA DEMOCRACIA MODERNA. Su labor es inagotable; sobre todo, ante una realidad que no cesa: la alternancia y la pluralidad, donde los emblemas partidarios experimentan discrepancias constantes (a veces, estériles).

La cultura cívica es un insumo indispensable en la búsqueda de una coexistencia social armónica. La pacificación inicia desde casa. Sófocles lo encapsuló así:

 

“El que es bueno en la familia es también un buen ciudadano”.