Escala de Grises - ¿Vamos bien?
En opinión de Arendy Ávalos

El primer día de septiembre, para inaugurar el mes patrio, Claudia Sheinbaum rindió su primer informe de gobierno. A once meses de asumir la presidencia de México, la mandataria siguió la tradición de su antecesor y celebró avances en materia de salud, economía, seguridad y, por supuesto, bienestar.
Desde Palacio Nacional, Sheinbaum Pardo, acompañada de figuras relevantes de la política nacional, aseguró que “por nuestra patria, vale dar cada hora, cada minuto y cada aliento de nuestros días”. Bajo esta línea, se comprometió a caminar con rectitud y honradez (una palabra que se ha puesto en duda durante el último mes dentro de Morena).
Sin dejar pasar la oportunidad de mencionar el acontecimiento histórico de su llegada a la presidencia, Claudia Sheinbaum señaló que su objetivo es reconocer a las mujeres mexicanas y garantizar derechos como el de vivir libres de violencia. Entre sus anuncios, la presidenta destacó que los feminicidios disminuyeron un 34% durante su gestión.
Lo que podría parecer una cifra esperanzadora en la disminución de violencia de género en México, es una cifra que debe mirarse con cautela. A pesar de lo que arrojan los datos oficiales, es indispensable recordar que las agresiones en contra de las mujeres no se mide únicamente con estadísticas.
Y es que en nuestro país hay un subregistro de feminicidios. Debido a una ausencia de perspectiva de género, hay casos que se clasifican como homicidios dolosos o simples accidentes. Una aparente disminución en las cifras de manera aislada no representa un avance.
El contexto importa. Un 34% de disminución no dice nada sobre la violencia estructural que enfrentan las mujeres en su vida cotidiana: acoso, amenazas, agresiones sexuales y la impunidad que rodea estos delitos. ¿Esta disminución es resultado de políticas efectivas o de cómo se contabilizan los casos?
La cifra es relevante, pero no termina con la necesidad y la exigencia de indicadores más amplios y específicos, como el número de sentencias condenatorias en delitos contra mujeres, la disponibilidad en refugios y el presupuesto que se destina a la atención integral de las víctimas.
El número puede aplaudirse en Palacio Nacional, pero lo que necesitamos es que la integridad de las mujeres, niñas y adolescentes sea protegida de manera real. ¿Qué tan importante puede ser una presunta reducción del 34% de feminicidios si el presupuesto a los refugios sigue disminuyendo con cada año de administración?
La representación importa, pero un hecho histórico no basta si la estructura sigue reproduciendo las mismas violencias de siempre. Para celebrar la reducción porcentual de los feminicidios, primero es indispensable transparentar los métodos de registro e invertir esfuerzos y recursos en la atención del problema estructural.
Un enfoque efectivo de perspectiva de género exige políticas tan integrales como medibles: campañas de prevención, programas escolares sobre nuevas masculinidades, protocolos adecuados en las fiscalías estatales, capacitación para personal de ministerios públicos y policías, atención especializada a víctimas y un acceso garantizado a servicios de salud sexual y reproductiva.
Para que las mujeres podamos vivir “libres de violencia”, como promete la presidenta, necesitamos que la disminución de agresiones no sean sólo cifras, sino una realidad tangible en todos los espacios. Esa disminución debe traducirse en una mejora estructural; de lo contrario, sólo es una variación en los registros.
Un informe puede presumir avances, pero eso no garantiza que estemos cerca de disminuir (no digamos erradicar) la violencia de género. Claudia Sheinbaum tiene el reto de actuar con la misma coherencia que presume, porque mantener la narrativa no es lo mismo que sostener un Estado donde la violencia de género es cuestión de todos los días.
¿Vamos a ir mejor? Ojalá
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