Escala de Grises - Camino de Guanajuato
En opinión de Arendy Ávalos
En diciembre del 2019, el secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, dio a conocer la lista de los mandatarios que se habían negado a participar en las reuniones de seguridad, convocadas por Andrés Manuel López Obrador. En esa lista, se encontraba el nombre de Diego Sinhue Rodríguez, gobernador de Guanajuato, quien declaró que no asiste porque “en esas reuniones no se toma ninguna decisión (…) sólo se leen las partes policíacas”.
El pasado fin de semana, en Guanajuato se cometieron 48 homicidios dolosos, número que concentra el 20% de los asesinatos a nivel nacional. Según el presidente de México, la violencia en dicho estado se debe al enfrentamiento entre bandas criminales dedicadas al narcomenudeo y al huachicoleo.
“Nos está moviendo todo, porque en la mayoría del país estamos logrando disminución”, dijo el mandatario; para luego asegurar que en estados como Durango, Nayarit, Sonora e, incluso, Tamaulipas, se han reducido el número de homicidios. “Guanajuato se está saliendo de lo normal (…) es algo que estamos atendiendo, porque está descompuesto, viene de tiempo atrás y se fue agravando la situación”, aseveró.
La violencia no es un problema reciente, es algo que se desarrolla de manera paulatina y por diversos factores, eso no podemos negarlo. Sin embargo, en la declaración hay algo muy importante. ¿Qué será “lo normal” para AMLO? ¿Que en Guanajuato se concentre el 15% de los homicidios nacionales? Al parecer, el presidente y su gabinete de seguridad han considerado renombrar el promedio de violencia como “lo normal”. ¿No le parece increíble?
Hay que recordar varias cosas. En el 2019, el estado en cuestión se llevó el premio al “lugar en el que más se cometen asesinatos del país” con más de tres mil homicidios registrados. En ese mismo año se convirtió el lugar más violento para los policías, pues se asesinó a más de 70 elementos.
En lo que va del 2020, se han registrado 310 delitos del mismo tipo, registrándose poco más de 200 durante las primeras dos semanas. Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), la incidencia delictiva en 2019 es de 137,658 entre extorsiones, secuestros, robos y desapariciones.
No sé cómo vea, pero a mí ninguna de las cifras anteriores me parece “normal”. Las palabras importan mucho y esta palabra en específico tiene una carga simbólica fortísima. Normalizar la violencia es invisibilizarla, pretender que es algo de todos los días significa que no es relevante, que no es preocupante.
Aunque, déjeme le cuento, que caer en al absurdo de decir que todo es culpa de la presente administración tampoco es la opción. Sí, la violencia —en la presentación que sea— lleva años creciendo, pero lo sustancial es la forma en la que se aborda y se pretende solucionar el problema. Hay que tener cuidado.
Los conflictos entre el PAN, al que pertenece Diego Sinhue Rodríguez, y Morena, partido hegemónico, no son nuevas y se han manifestado en la mayoría de los tópicos importantes para el óptimo funcionamiento de la sociedad: salud, economía, educación y, por supuesto, seguridad. El debate político es vital para la democracia; empero, la situación que se vive en el Bajío necesita atención de ambos niveles. La cooperación del gobierno estatal y el respaldo del gobierno federal son imperativas.
Si en algunos estados no hay homicidios, pero el 20% se concentra tan sólo en uno de ellos, la estrategia de seguridad sigue fracasando. No se trata de distribuir la violencia para que las 32 entidades tengan el mismo porcentaje de ella. Se trata de generar programas y estrategias que se adecúen a las necesidades de las zonas rojas.
El discurso de Andrés Manuel tiene un eje histórico notable y resulta curioso que, actualmente, uno de los estados con mayor trascendencia para la formación del país como lo conocemos —según los libros— se encuentre en una situación tan deplorable. Guanajuato pasó de ser la cuna de la independencia nacional a ser una de las entidades más peligrosas de México.
“Callaron como momias”
Luego de que la Caminata por la Paz se diera por terminada, el presidente de la República criticó a organizaciones y activistas que callaron los errores de administraciones anteriores. “¿Cómo hasta ahora están abriendo los ojos? Guardaron silencio”. Según López Obrador, las personas que protestan en contra de la violencia, no lo hicieron con sus antecesores.
“Los que ahora gritan como pregoneros callaron como momias, basta de hipocresías, fuera máscaras”, dijo para, posteriormente, agregar que respeta a los familiares y opositores que se manifiestan; no sin antes aclarar que su gobierno ejercerá el derecho de réplica siempre que lo crean necesario.
Aunque parezca un tanto obvio, ser parte de la oposición y ocupar la silla presidencial no son la misma cosa. Basta una buena búsqueda avanzada en Twitter para comprobar que las opiniones y declaraciones de López Obrador son abismalmente distintas; parecería que el AMLO del 2012 critica las acciones del AMLO actual.
Sin embargo, más allá de stalkear al mandatario, a lo que quiero llegar es a la poca sensibilidad con el que se está tratando un tema tan delicado como las heridas y víctimas que ha dejado la violencia en todo el país. ¿Cómo se puede otorgar respeto mientras se descalifican las acciones de quienes protestan? Por contradicciones aquí no paramos.
Declaraciones tan desafortunadas como la anterior, hechas sin empatía, deslegitiman la causa, el dolor, las consecuencias. López Obrador dijo que gobernaría para todos y todas, eso también incluye encontrarles justicia a quienes ya no están.
La recomendación: Ya puede ver la nueva adaptación de Mujercitas en su cine favorito. Esta nueva adaptación de la novela de Louisa May Alcott acumula seis nominaciones al Óscar.
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