El tercer ojo - Sobre violencia estructural, pobreza, delincuencia y “justicia por mano propia”

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El tercer ojo -   Sobre violencia estructural, pobreza, delincuencia y “justicia por mano propia”

 

Amables lectores, esta semana hemos sido testigo del impacto mediático que un suceso relacionado con la delincuencia urbana (como parte de la violencia estructural que vivimos) y la expresión de formatos, violentos también, de expresión de la “ira”, el “enojo”, la “desesperación” contra delincuentes menores que, seguramente presionados por las circunstancias de desempleo, pobreza, falta de justicia, impunidad e incapacidad por parte de todos los gobiernos en turno, además del encierro y distanciamiento físico por la incontrolable aún epidemia-pandemia de COVID-19, se dedican a robar a sectores del propio pueblo (Karl Marx, se refería al “lumpen proletariado”), para subsistir.

 

Alejandro Hope, por su parte, en dos artículos publicados esta semana en el diario de circulación nacional, El Universal, el primero, titulado La Furia de la Combi y, el segundo, bajo el rubro La Furia de la Combi, también, presenta algunas reflexiones que, considero, merecen recuperarse.

 

En el primero de ellos, sin tapujo alguno expresa: “No podemos aplaudir la venganza. No podemos ver con buenos ojos que una turba muela agolpes a una persona”; en el segundo, matizará un poco y expresará: “Para entender la relación entre pobreza y delito, hay que analizar un grupo que no figura en estas discusiones: los pobres que no cometen delitos”.

 

Por otro lado, las redes sociales (Twitter, Facebook y YouTube) han sido una caja de resonancia no sólo del suceso, sino que también han sido redes de expresión de opiniones, comentarios, adhesiones, repudios, pretendidas explicaciones o justificaciones y descalificaciones del evento referido.

 

Un corrido, una cumbia o un poema, como pretendida narrativa del hecho, exaltan la acción de “autodefensa”, “venganza”, “catarsis” y lisa y llanamente aplicación, in situ, de la “Ley del Talión”.

 

Desde luego que no podemos poner en tela de juicio que es inobjetable la correlación positiva entre la existencia de las variables económicas y sociales tales como la pobreza, el desempleo, la marginación, la exclusión social, entre otras, y la delincuencia (dijeran los políticos a la usanza) de “bajo impacto”; asimismo es admisible que la participación de amplios sectores de la sociedad en la delincuencia (otra vez dicen los políticos a la usanza) de “alto impacto” se correlaciona positivamente con tales variables económicas.

 

Ahora bien, tratando de limar las asperezas que ello genera, Alejandro Hope agrega como elemento de juicio la innegable existencia de sectores sociales “pobres” que no delinquen, como intentando adosar al individuo la existencia de fenómenos sociales como la violencia estructural, la delincuencia y, desde luego, la autodefensa violenta y vengativa de otros ciudadanos afectados por ambos “tipos” de delitos.

 

Pensará, supongo, Alejandro Hope: “Si hay personas pobres que no delinquen, luego entonces la delincuencia no es imputable a la pobreza y a las condiciones sociales; sino que es, más bien resultado de “flaquezas” morales o psicológicas de los individuos”.

 

Pese a la lógica argumentativa del articulista comentado y quienes le sigan en este contenido de pensamiento, considero que el análisis es trunco, sesgado o equívoco, porque otros elementos o variables, también de naturaleza social, tales como la impartición de justicia, el aseguramiento de las condiciones de paz y tranquilidad, el abatimiento de la “Delincuencia Organizada” (¡¡¡Vaya eufemismo!!!) y “Común o menor” no es responsabilidad del individuo, pobre o no. Es responsabilidad irrenunciable de los gobiernos federal, estatales o municipales.

 

La impunidad y la corrupción no se hallan dentro del individuo que delinque (o no solo); él, o ellos, sabe perfectamente que no les sucederá nada si cometen algún delito. La sociedad en general cree y piensa que ello es así, y no únicamente lo cree, se comporta como si efectivamente fuera así. Es más, así es.

 

Los sistemas de “impartición de justicia” están podridos y llagados por la corrupción y las complicidades.

 

La sociedad lo asume de esta manera. Ergo, es comprensible que al percibir, así sea ligeramente, la oportunidad de descargar esa impotencia, esa ira acumulada, esa frustración y desesperanza en las estructuras de Estado y gobiernos, se responda de la manera en que hemos visto esta semana.

 

Empero aún más, es entendible que quienes observan y se adhieren favorablemente al suceso, lo hagan porque aprecian y perciben esa incapacidad, irresponsabilidad y declinación del deber por parte de quienes deben atender estas cuestiones.

 

No es un asunto moral, psicológico o neuropsicológico el que nos permitirá afrontar esta cuestión.

 

Es necesario, por ello, exigir al gobierno en turno que no esconda la cabeza bajo la tierra y trate de minimizar eventos como estos. Es su responsabilidad ofrecer alternativas efectivas de atención a la violencia, la delincuencia, la impunidad y la corrupción.