El tercer ojo - Sobre educación inclusiva e integración educativa (Quinta parte)

En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara

El tercer ojo - Sobre educación inclusiva e integración educativa  (Quinta parte)

Algo sobre las palabras y sus usos.

 

«No quiero ser gracioso. Considere lo que le ocurrió al lenguaje en el siglo XX, qué pasó con las palabras. Me atrevería a decir que el primer y más impactante descubrimiento hecho por los escritores de nuestro tiempo fue que el lenguaje, en la forma que se nos ocurrió, un legado de cierta cultura primordial, simplemente se había vuelto inadecuado para transmitir conceptos y procesos que alguna vez habían sido inequívocos y reales. Piense en Kafka, piense en Orwell, en cuyas manos la vieja lengua simplemente se desintegró. Era como si le estuvieran dando vueltas y vueltas en un fuego abierto, sólo para mostrar sus cenizas después, en las que surgieron patrones nuevos y desconocidos».

 

Imre Kertész (2002) al recibir el Premio Nobel de Literatura

 

En la precedente colaboración del Tercer Ojo (https://www.elregional.com.mx/el-tercer-ojo-sobre-educacion-inclusiva-e-integracion-educativa-cuarta-parte) decía que: “ (…) las discusiones se han tornado en verdaderos galimatías nominalistas, es decir, qué nombre o términos utilizamos para referir lo que se expresa; de esta manera la cuestión consiste en elegir términos eufemísticos que limen las “asperezas” e interpretaciones “excluyentes” y estigmatizantes” y muestran conceptos “inclusivos”. Pensarán, tal vez, que nombrando de manera distinta la realidad, cambia ésta. Sueño idealista verdadera y lamentablemente falso”.

 

En su más reciente colaboración en la Revista Proceso (Proceso, 14/11/20) el Poeta Javier Sicilia expresa, adicionando una idea importante que pudiera matizar lo dicho por Imre Kertez:

 

Las palabras develan la realidad. Pueden sacar a un ser humano de sus brumas y sus angustias, hacerlo florecer, preservar la memoria de la historia, contener el sentido e iluminarlo. Pueden, en un profundo y largo diálogo, unificar la vida de la polis, orientarla en el común y crear sólidas políticas públicas. Pueden, en cambio, mal usadas, encubrir la realidad, reducirla a un asunto maniqueo, alimentar el odio, desvirtuar la memoria, fabricar ilusiones, explotar la ignorancia, hacer que el resentimiento y la violencia adquieran en la vida pública derecho de ciudadanía. Pueden por lo mismo, proyectar sobre las personas que las malversan la fuerza creadora de Dios: yo soy la palabra que, por el acto de ser palabra, encarna sus ilusiones y sus sueños. En la simplicidad de mi palabra el mundo vuelve a nacer”.

 

Es decir, son dos formas distintas de su uso. Uno, sirve para develar o mostrar la realidad; otro, para ocultar o velar. Empero, sin un acto realmente existente en la realidad que se quiere mostrar u ocultar, las palabras solo tienen efecto sobre las creencias o representaciones que los seres humanos que las escuchan o leen encuentran tras ellas.

 

Por lo expuesto puedo considerar que siendo preses, hoy por hoy, de una creciente moda discursiva en torno a la validez, pertinencia, oportunidad, necesidad o inexorabilidad ética, moral y política, del impulso de acciones de Estado o Gobierno que propicien, favorezcan y aseguren, la inserción, integración e inclusión al desarrollo y bienestar –dentro del conjunto de condiciones socio-económicas, socio-políticas o socio-culturales— de todas aquellas personas que permanecen lejos de tales «beneficios» u «oportunidades» que nuestras naciones ofrecen –o deben ofrecer— a toda la población.

 

Pareciera ser obvio que determinados sectores sociales –por pertenecer a un conjunto de grupos que el propio Estado-Nación, a través de los gobiernos, legislaciones o Aparatos Ideológicos de Estado, considera o define como «minorías»— han  sido marginados o excluidos, invisibilizados o silenciados, cuando no eliminados; ergo, se piensa, permanecen más allá de la frontera simbólica que separa a dichas «minorías» de las «mayorías», así como de las oportunidades que tales «mayorías» tienen para asegurar su bienestar.

 

Tengamos presente que, dentro de la clase o conjunto denominado «minorías», sin mayor sustento que la ideología que profesan quienes detentan los poderes económico, político o cultural, incluyen a los conjuntos de personas, pueblos o comunidades pertenecientes a las «comunidades originarias», a los migrantes, los usuarios de «lenguas originarias», las personas con discapacidad y, faltaba más, quienes son clasificados dentro de los baremos de la «pobreza extrema», entre otros.

 

Más aún, con el propósito de limar semántica, moral o ideológicamente todos estos términos de sus aristas espinosas, recientemente han sido envueltos con el manto benévolo de un nuevo eufemismo; a saber: el concepto de «sectores sociales vulnerables» que, desde luego, no dejan de ser «una minoría».

 

Pareciera que el Estado-Nación únicamente se encuentra al servicio de las «mayorías» y ha mantenido al margen de los beneficios de sus acciones a las «minorías» o «sectores sociales vulnerables»; en virtud de ello, una vez identificada la «esencia» del problema, pareciera también evidente que estos sectores sociales –por razones éticas, morales o políticas— deben ser beneficiarios de las mismas oportunidades de desarrollo y bienestar que el Estado-Nación debiera brindar al conjunto de la sociedad y así reducir al máximo la «vulnerabilidad social».

Por tal razón, a modo de una conclusión silogística derivada de las premisas expuestas, al parecer incuestionables, resulta incontestable que la estrategia necesaria y naturalmente correcta o acertada para afrontar los problemas sociales referidos, consiste en impulsar políticas públicas orientadas hacia la «Inclusión», en sentido amplio, de tales sectores sociales a las mismas oportunidades que los demás grupos sociales tienen.

 

Bajo el manto de esta ideología, pensarán que una parte importante de la solución a los grandes problemas sociales que se han sido señalados y que derivan de la falta de oportunidades pudiera encontrarse al alcance de la mano. Tal vez, de este modo, podría también eliminarse la dicotomía o contradicción «minorías» vs «mayorías», así como la existencia de los «sectores sociales vulnerables».

 

De este modo, la amplia mayoría de los gobiernos en los distintos países de nuestra América Latina, siguiendo los preceptos y dictados de las naciones y poderes fácticos que han impuesto y mantenido relaciones de dominio-subordinación internacional, bajo el eufemismo de «Comunidad Internacional», representada por los «organismos multilaterales internacionales» (ONU, OMS, UNESCO, UNICEF, OPS, OEA, CEPAL, etc.), han promovido e impulsado una serie de políticas orientadas hacia estos sectores sociales, de modo que puedan, dicen pomposamente, ser «integrados» o «incluidos» dentro del curso del desarrollo y la dinámica social bajo los principios derivados de la «Declaración Universal de los Derechos Humanos».

 

Sin embargo, el simplismo y voluntarismo que subyace a esta creencia es inadmisible como «modelo explicativo», verosímil y plausible, de la realidad social que observamos y vivimos porque, además, nos inmoviliza o paraliza, dejando en manos de otros, los otros que no son nosotros, la acción y el poder de actuación en los diferentes ámbitos de realidad objetiva.

 

Por ello, se considera necesario replantear la cuestión de modo tal que dispongamos de una herramienta teórico-práctica, fundada y viable, para diseñar un programa de acción que nos permita afrontar la problemática de la «exclusión», como un fenómeno de orden social, desde el lugar que ocupamos los ciudadanos, comunidades y pueblos latinoamericanos y más allá de paternalismos y caudillismos que nieguen nuestra existencia como sujetos históricos y como sujetos de la actividad transformadora, guiados por el precepto que reza: «Nada de nosotros sin nosotros». Llámesele como se le llame.