El tercer ojo - ¨No te cases con minero¨
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
No te cases con minero,/ su novia es la dinamita;/ que ella en un beso violento/ cualquier día te lo quita/ (…)/ Yo soy minero, muchacha/ y te digo no me quieras,/ Aunque ahora traiga sonrisa,/ casi siempre traigo pena./ (…)/ No te cases con minero,/ la silicosis lo ama/ y a dos metros bajo tierra,/ le está tendiendo la cama./ (…).
Horacio Guarany, No te cases con minero
Aunque mi amo me mate/ a la mina no voy,/ yo no quiero morirme/ en un socavón./ Don Pedro es tu amo,/ él te compró,/ se compran las cosas,/ a los hombres no./ (…)/ En la mina brilla el oro,/ al fondo del socavón,/ el blanco se lleva todo/ y al negro deja el dolor.
Esteban Cabezas Rher, A la mina no voy.
Amables lectores que siguen esta columna semanal, no quiero dejar de expresar un conjunto de reflexiones con respecto al suceso más reciente y lamentable —que no el primero, ni probablemente el último—, de un accidente de trabajo —léase laboral— donde un derrumbe, en una mina situada en Coahuila, y una inundación, “atraparon” a diez mineros que, a más de diez días del suceso original, sin que sepamos si aún se mantienen con vida o ya perecieron, no han podido ser rescatados.
Como registra la historia nacional y regional, desde la conquista por la Corona española, la actividad minera ha sido una de las fuentes de saqueo, pillaje y explotación tanto de las riquezas que se hallan en nuestro territorio, así como de quienes se encargan de extraer de las minas sus productos codiciados, es decir, los mineros.
Territorio, oro, plata, bronce, carbón y otros minerales y metales y elementos, vidas humanas, enfermedades laborales, etcétera, han sido el producto y las consecuencias obtenidas de esta actividad.
No omito resaltar el hecho de que tal actividad económica, a lo largo de nuestra historia, ha acarreado un conjunto de problemas económicos, político/sindicales, sociales y ecológicos que trascienden, sin duda, la propia actividad extractiva.
Desde la Colonia, hasta nuestros días, una serie de “accidentes” de trabajo —imputables no sólo a las características de la propia actividad, sino también a las condiciones infrahumanas de trabajo y seguridad, a la impunidad de la cual gozan los empresarios de la industria minera y extractiva, nacionales y extranjeros, a la corrupción de las autoridades gubernamentales que permiten tal estado de la cuestión, a la complicidad de los poderes legislativo y judicial, etcétera— han cobrado vidas que no debieron haberse perdido.
Huérfanos, viudas, madres que han perdido a sus hijos y el sustento para sobrevivir, angustia, duelos incompletos, son los acompañantes perpetuos de una miseria que empuja a los mineros a soportar tales condiciones de vida y de trabajo.
Siendo como lo son, parte de la clase obrera, los trabajadores mineros han constituido sindicatos que les permiten organizarse colectivamente en una búsqueda por la mejora de sus condiciones de vida y de trabajo; los trabajadores de la industria minera, por ello, además de lo resaltado párrafos antes, han enfrentado la represión tanto de los patrones y “dueños” de los recursos mineros, que se valen de grupos paramilitares y de choque, o con el apoyo directo de las policías, ejército, gobiernos locales y federal, legislaciones y medios de información —ahora también con las “redes sociales”— y, desde luego, con la “colaboración” de las direcciones sindicales “charras” y “neocharras” que en “santa alianza” tratan de asegurar las ganancias de los patrones al menor costo posible, tanto de la fuerza de trabajo, como de la normativa fiscal y de seguridad de los trabajadores.
Nuestra América Latina posee una riqueza a este respecto, desde Chile, Argentina, Perú, Bolivia, hasta nuestro México, se tiene memoria y recuerdos de los grandes sucesos en torno a la vida de los mineros, sus sueños, esperanzas, luchas y derrotas.
No olvidemos que los “accidentes mineros” son parte de la vida y existencia de los propios trabajadores; Pasta de Conchos, con 63 mineros muertos, está presente en la memoria; según un informe, “Carbón rojo”, en México, a partir del año 1883 y llegando hasta 2017, se pueden registrar, por lo menos, 310 “accidentes”, con un total de 3,103 mineros muertos.
El suceso lamentable que ha dado pie a esta colaboración muestra fehacientemente que los patrones y empresarios de la industria minera carecen de manera irresponsable y criminal, y protegidos por los diversos gobiernos, estatales y federal, a lo largo de muchos años, de las condiciones mínimas de seguridad y protección de los trabajadores.
Resaltemos algunos nombres de esta naturaleza de sucesos para comprender la impunidad, la corrupción y la irresponsabilidad de gobiernos y patrones, como condiciones propicias para mantener estos riesgos de trabajo. Barroterán (1969) con 153 mineros muertos; Mina La Esmeralda (2011) con cuatro mineros muertos; Pata de Gallo (2011), tres mineros muertos; El Pocito (2012) 14 mineros murieron; Múzquiz (2021) con siete mineros muertos.
Ya va siendo la hora de imponer mecanismos y procedimientos que favorezcan las condiciones de trabajo de los mineros y los instrumentos necesarios para la protección y resguardo de sus vidas y condiciones de salud.