De guerras sucias y otras guerras.

En opinión de Aura Hernández

De guerras sucias y otras guerras.

“La vela no arde por nosotros, sino por todos aquellos a quienes no conseguimos sacar de prisión, a quienes dispararon camino de la cárcel, a quienes torturaron, secuestraron o hicieron ‘desaparecer’. Para eso es la vela.”

Peter Benenson, Fundador de Amnistía Internacional

 

Por Aura Hernández

El reciente fallecimiento del expresidente mexicano Luis Echeverría, enfrentó al país de nuevo a sus peores fantasmas. El primero es el de ese México ambivalente que protegió a ciudadanos chilenos víctimas del asalto al poder de Augusto Pinochet tras el asesinato de Salvador Allende, pero cuyo ejército, al igual que el de los gorilatos del cono sur, desaparecía, torturaba y reprimía a sus ciudadanos. No cabe duda de que en eso eran idénticos.

En la década de los setenta, México se convirtió en la segunda patria de exiliados de países sudamericanos en los que la democracia fue sometida por la bota militar, pero también fue el México en el que con más impunidad se persiguió a las voces disidentes y se violaron derechos fundamentales como el de la libertad de expresión, de asociación, de libre tránsito, el derecho a la vida y muchos más.

Ahí están los archivos de la Dirección Federal de Seguridad -la siniestra DFS-, para constatarlo, el halconazo, el golpe al Excelsior de Julio Scherer, la guerra sucia y su devastadora acción sobre organizaciones sociales y personas, los miles de desaparecidos, la represión a los guerrilleros de Madera, Lucio Cabañas, Génaro Vázquez, la represión y desaparición de los líderes de la Colonia Rubén Jaramillo de Temixco.

pero también están los intelectuales coptados y la esquizofrénica campaña para proyectar una imagen progresista en el exterior, y están también los incontables expedientes de personas que fueron víctimas del brazo judicial del régimen, y a quienes se juzgó por asaltar bancos, por motines, por asonada, por disolución social y tantos otros “delitos” cuando en el fondo se les castigaba por sus ideas.

El de esa época, fue también la del país que alcanzó el cenit de lo que muchos estudiosos han denominado “desarrollismo” o milagro mexicano aun cuando era un país con una desigualdad y un autoritarismo rampante, pero en el que aún no se había desmantelado la riqueza del Estado y en el que, con sus matices, se podía ser optimista. Sin duda, la impunidad de que se señala al expresidente no compete solo a él, sino a todo un sistema que, en su turno, él operó magistralmente.

Hoy, la memoria venció al olvido y las redes sociales fueron protagonistas inmejorables. Pocos como él han recibido el repudio social tan abrumador y pocos lo han merecido tanto. El juicio de la historia no se equivoca.

Ahora que se han conformado, desde el Estado, estructuras para conocer el paradero de los miles de desaparecidos con motivo de la guerra contra el narcotráfico y de la guerra sucia del siglo pasado, es indispensable que esa búsqueda soporte el derecho a la verdad y a la memoria histórica.  Queremos saber, qué pasó con Jesús Piedra, con Florencio “El Güero Medrano”, con Victor Pineda Henestrosa, con Rosendo Radilla, con José Ramón García Gómez y con muchos que como ellos pensaron que se podía cambiar el mundo.