De fuerza a chiste
En opinión de César Daniel Nájera Collado
Hace poco menos de 100 años, Plutarco Elías Calles y otros revolucionarios fundaban el PNR. Aprendiendo de líderes fuertes y autoritarios como Benito Juárez y Porfirio Díaz, Calles entendió que para un país tan turbulento como el post-revolucionario, era imperante centralizar el poder, controlando todo lo posible. Así, con el PNR, logró legitimidad al unificar a los dispersos caudillos, consolidándose como “Jefe Máximo de la Revolución”, y a la postre, mandatario de toda la nación. Lo anterior sentaría las bases para lo que se conoce como el “hiperpresidencialismo mexicano", período mediante el cual la figura presidencial conservaría el autoritarismo que caracterizó a muchos gobernantes procedentes del PNR (que después se convertiría en PRI).
Sin embargo, a raíz de atrocidades como la del 68 y varias crisis económicas, hasta el ya ineficiente e impopular Peña Nieto, los presidentes perdieron más y más poder. Esto lo notó muy bien López Obrador, que con una aprobación abrumadora y crítica implacable a las anteriores administraciones, se dispuso a restaurar, a como de lugar, el hiperpresidencialismo durante su mandato. Desafortunadamente para él, continúa fallando en un aspecto; si bien ha intentado centralizar el poder, eliminando o invalidando instituciones por doquier, se ha dedicado más a continuar con su campaña de desprestigio que a verdaderamente establecerse como un mandatario fuerte y de resultados. Porque por más popularidad que tenga, la figura presidencial sigue siendo poco más que un chiste.