Cuando sea demasiado tarde… - El regreso a clases.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Pues henos nuevamente aquí, de cara al inicio del semestre y del nuevo año escolar a unos días de cumplir 17 meses de pandemia, ya deje usted el encierro, apreciado lector. Los últimos meses se vivió una especie de bonanza con las vacunas, las personas que no pudieron o no quisieron mantener el encierro, así como los que sí quisimos y pudimos mantenerlo, vivimos un pequeño esquicio de esperanza. Las cifras oficiales son de alrededor de un cuarto de millón de mexicanos que hoy en día ya no están con nosotros, pero también tengo entendido que hay algo así como medio millón de individuos que tampoco están con nosotros, pero que representan un excedente al respecto del periodo anterior. Si esos números son correctos, estamos hablando de que para fin de año estaremos llegando al millón de individuos que ya no están con nosotros (y ojalá esté yo equivocado), nada más en mi gloriosa República Mexicana por coronavirus o razones desconocidas, en exceso al periodo anterior. Hoy en día el histograma con los contagios activos señala que en este momento hay más personas con Covid19 que durante el punto más alto de la ola anterior, lo que quiere decir que no hemos llegado a la cima de la tercera ola. Además, observando el mismo histograma, del pico de la segunda ola al valle entre la segunda y la tercera, hubo un periodo de más de 4 semanas. Esto quiere decir que, si la frecuencia de contagios activos se empezara a reducir el día de mañana, faltaría más de un mes para poder siquiera considerar retomar la movilidad social. Ese es el contexto epidemiológico en el cual arranca el año escolar.
Me llamó la atención todo el borlote que se ha armado por la necedad del presidente López en retomar las clases presenciales, y creo que tiene tres aristas importantes. Empecemos con el Coneval. La semana pasada se publicaron las estadísticas de la actividad política del país, y adivinen, ¿quién salió reprobado? Resulta que la pobreza extrema se aumentó en un 4%, y el rezago educativo regresó a los niveles de ANTES del sexenio de Enrique Peña Nieto. Eso quiere decir que el señor que se autoproclama “el mejor presidente de la historia” tiene números PEORES que dicho señor (con lo que todo ello significa). El presidente López no parece haberse preocupado, se sigue manteniendo en su “yo tengo otros datos”, y mantiene su lógica de que todos aquellos que lo contradicen, mienten. Todos los presidentes padecen, por un lado, el legado heredado por el antecesor, pero por el otro también padecen las crisis que acontecen durante su mandato. El fecalísimo expresidente Calderón emprendió la guerra contra el narco, y ese fue el tenor de su administración. ¿Qué podemos decir del sexenio de Peña Nieto? Sólo me viene la imagen de un andamio cayendo sobre nuestra hermosa y amada bandera y dejándola completamente destruida en el centro del campo militar más importante del país. ¿Qué va a definir el sexenio del presidente López? Habrá que decidir entre las mañaneras (que si me pregunta usted es una majadería convocar al país entero a adularlo por una o dos horas todos los días y tener el mal gusto de poner videos musicales), el manejo del coronavirus (la supuesta domada de la pandemia en abril del año pasado, el subsecretario López Gatell con su camiseta amarillo fosforescente en las playas de Oaxaca, etc), el colapso de las ballenas de la Línea 12 del metro (dado, no compete a gobierno federal, pero un gran número de los miembros del gabinete están involucrados y ni uno tuvo la dignidad de presentar su renuncia), o el fracaso absoluto del populismo lopezobradorista. Todas las universidades del bienestar, las becas a los jóvenes, y las pensiones a los abuelos, se tradujeron en un rotundo retroceso social, político, y económico que tomará varias décadas superar. “Ustedes piensan que es difícil gobernar,” sostenía con ironía el presidente de primero los pobres. Pues al día de hoy, los asesinatos están por los cielos (estables, pero por los cielos), el coronavirus descontrolado, los pobres más pobres, y el nivel educativo con una pendiente claramente hacia abajo.
¿Cómo resolver las consecuencias de sus propias ideas geniales? Pues mandando a los niños a la escuela. Total, los dejan salir a las fiestas, ¿no? Están igual de vulnerables en todos lados, ¿no? Lo que tiene detenida a la economía del país es que los niños no están yendo a la escuela. ¿Sintió usted algún alivio económico por tales razones? Posiblemente se deba a que gastó menos en transporte y alimentación, principalmente, lo que se traduce en menos consumo de combustibles fósiles por más de año y medio. ¿Sabe usted en qué está basada la economía mexicana casi en su totalidad? ¡En los combustibles fósiles! Pues bien, si los niños regresan a la escuela, toda la maquinaria económica comienza a moverse nuevamente (dado, la economía sí llegará al punto en el que simplemente no podrá reiniciarse y todo el edificio gubernamental se vendrá abajo como una casa de naipes, pero los niños son el futuro del país). Así que bien, ahora veamos unos números de contagio.
Un aula de clases contiene alrededor de 40 niños. Los pocos experimentos que se hicieron de retomar las clases (que más bien tuvo el fin de sostener la democracia) demostraron que no pasaría una semana antes de que saliera el primer niño contagiado. Efectivamente, muchos niños ya han estado contagiados, y el índice de mortalidad es sólo del 10%. Más o menos estimo que si su hijo asiste presencialmente a clases en un salón completamente lleno, no tardará más de 10 días en estar expuesto a algún compañerito que porte el virus. Recuerden que son 5 días a partir de la exposición para que comiencen a aparecer los síntomas, si es que le aparecen. Durante esos cinco días, todos aquellos individuos que estén en contacto con él tendrán una probabilidad fuerte de verse contagiados. Yo estimo que, nada más con esos números, hay sólo un 5% de probabilidad de que un niño, cualquiera que sea, que asista a clases presenciales la semana entrante, no vivirá para ver el amanecer del 31 de septiembre de 2021. Digo, también tiene usted que considerar la posibilidad de que pierda la vida por plomo (en dosis bajas y altas), y todas las demás vicisitudes inherentes a la reactivación de la movilidad social de niños en edad escolar, que es más o menos representa una cuarta parte de la población del país.
La idea de detener la movilidad social no sólo alude a resguardar la vida de aquellos que se contagian, sino también detener el contagio mismo. La hipótesis es que, estando un gran porcentaje de población vulnerable ya vacunada, se puede reiniciar la movilidad sabiendo que el contagio no se detiene, pero de cierta manera se atajó la probabilidad de muerte. Yo le pregunto a usted, apreciado lector, ¿es 5% demasiada probabilidad como para apostarle a la comprobación de la hipótesis del presidente y mandar nuevamente a sus hijos a las clases presenciales? Afortunadamente yo no tengo hijos, y sigo insistiendo en que la gente que no tiene bendiciones de tal naturaleza no puede opinar sobre las acciones de aquellos que sí las tienen. Sin embargo, si usted me pregunta a mí, yo no mandaba mis hijos a la escuela. ¿Qué tal si su servidor está equivocado, y la probabilidad es menor? ¿Qué tal si es mayor? Por ahora no dejo de preguntarme, ¿qué gana el pelmazo en turno poniendo a todos a discutir sobre dilemas de esta naturaleza?
La pandemia no ha muerto, y de todo corazón le deseo que usted y los suyos se encuentren con bien por ahora y por mucho tiempo. También le hago llegar mi sentir a todos aquellos que han perdido a alguien, pronta resignación y los mejores deseos.