Cuando sea demasiado tarde… - Bitácora del Capitán: Maniobras.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
El Capitán salía de la sala de Almirantes, en el corazón del astillero principal. El Gran Almirante había convocado a todos los almirantes y capitanes para dar una noticia que nadie esperaba. Había recibido señales de la tierra, al parecer un pequeño porcentaje de las personas que se quedaron atrás en la superficie del planeta había logrado sobrevivir al virus que había amenazado con borrar a toda la vida humana. Se instaba al Gran Almirante a girar la instrucción de inmediatamente aterrizar todas las naves. Ninguno de los presentes se movió un solo milímetro (dado que todos eran militares), pero hubo una extraña sensación, cuando todos al unísono contuvieron la respiración. ¿Regresar a la Tierra? ¿Así como así? Dado que todos estaban en presencia de la máxima autoridad, todos continuaron escuchando en silencio. El Gran Almirante dio la instrucción de tomar posiciones de control a lo largo de toda la flota.
No estoy convencido, le dijo el Capitán a su Teniente mientras ésta le extendía su arma de cargo. Tras cerrarse las puertas del elevador, se revisó el uniforme en el reflejo del espejo, y aseguró bien el arma. No había habido señales fidedignas de vida extraterrestre en toda la historia de la humanidad, y en todo el tiempo que se llevaba en órbita no había habido ningún conflicto armado de relevancia en ninguna de las naves. Algunos grupos de la población general había ocasionado pequeñas revueltas en algunos de los buques, pero la mayor edad y experiencia de los militares había derivado en que ninguna de las revueltas hubiera llegado muy lejos. Durante los últimos meses, el orden era casi palpable en el aire. No podía ser que así, sin más, se tomara la decisión de volver a la tierra, sobre todo cuando no se habían tenido noticias al respecto, y las pocas comunicaciones que se habían recibido referían a caos absoluto, contagio incontenible, e imágenes de pilas y pilas y pilas de cadáveres siendo consumidos por las llamas.
El Capitán y la Teniente llegaron al hangar, el oficial de cubierta dio las instrucciones de preparar el trasbordador y regresar a la nave de telecomunicaciones. Ambos abordaron, la escotilla se cerró, y el piloto informó sobre la ruta y el tiempo estimado de arribo. Todos se colocaron el arnés y la nave atravesó la esclusa. Estaban en el vacío del espacio, surcando entre los grandes buques y el tráfico de cientos de otras naves. Se había dado la orden de tomar sus puestos, y se esperaba que en breve se recibieran los protocolos para iniciar el descenso, porque bien pensada la cosa no era sólo cuestión de echar a andar los motores y todos a casa. Muéstrame la ruta de descenso calculada por la Navegante, por favor. La Teniente operó algunos instrumentos en su antebrazo, y frente a ellos apareció un holograma de la Tierra, con la flota completa en órbita. El esfuerzo más rápido por aterrizar todas las naves llevaba irremediablemente al desierto del Sahara, labor que tardaría por lo menos 15 días en completarse. El panorama no era bueno, la comunicación que el Gran Almirante había mostrado a los mandos indicaba la necesidad de ayuda humanitaria sobre la superficie antes de 10 días, de lo contrario se perderían los bastiones que quedaban libres del virus. Toda la idea olía a pescado podrido.
El Capitán operó los controles en su propio antebrazo. Las provisiones con las que contaba la flota podrían abastecer a la población en órbita por un año más, tal vez 18 meses, si las raciones se reducían a la mitad de ahora en adelante. La flota no necesitaba aterrizar con urgencia, y la petición de “ayuda humanitaria” no contenía demasiados detalles. Al final del mensaje, el holograma mostró a un empequeñecido individuo de cabello blanco con apariencia de retrasado mental sostenerse de su púlpito para declarar el fin de la pandemia y la necesidad de regresar al ejército a la Tierra, para la protección de la población que había sobrevivido. El Gran Almirante confirmó él mismo los códigos de seguridad, y todo indicaba que ése era el máximo representante, aunque su dosier no contenía gran información al respecto de su experiencia. Había sido militante de varios partidos políticos a lo largo de su trayectoria, pero todos los cargos que había ocupado habían tenido poco impacto y más bien estaban plagados de circunstancias dudosas, pequeñas tragedias y otros detalles imprecisos. Constantemente señalaba a otras personas como culpables de cualquier cosa.
El trasbordador entraba por la esclusa de la nave de comunicaciones; aún no se había posicionado en la zona de desembarque, pero el Capitán ya estaba parada junto a la escotilla, esperando a que ésta se abriera. La Teniente, conociéndolo, procedió a desabrochar el arnés de seguridad con rapidez porque el Capitán saldría disparado en dirección del puente de mando. La maniobra por reanimar a la Navegante lo había dejado un poco intranquilo al respecto de las cosas que podrían salir mal de improviso. Pocos minutos más tarde, ambos se encontraban ya en la sala de mando, frente al domo. Vamos al límite de la órbita, Navegante. Quiero ver la Tierra más de cerca. Tras esperar algunos segundos, la nave no se movió. ¿Algún problema? Cambiar la nave de posición requiere de autorización del Almirante cuando menos, Capitán, le devolvió la Navegante. No puedo acatar la orden. La respuesta provino sólo del altavoz de la silla de mando, pero la Teniente lo escuchó y jaló aire audiblemente. El Capitán se sonrió. Navegante, me imagino que ya habrás recibido la comunicación sobre el aterrizaje de la flota en las siguientes semanas. ¿Qué datos de telemetría tienes al respecto de la superficie, con énfasis en el desierto del Sahara, el de Utah, el de Sonora, el de Gobi, el de Atacama, y el de Thar? La información de mi banco de datos precede a la fecha de la puesta en órbita, Capitán. La telemetría de la flota a penas alcanza a tocar la superficie de la Tierra, y se limita casi exclusivamente a las telecomunicaciones.
El Capitán esperó unos segundos, asegurándose que la Navegante hiciera algunos cálculos y observando desde la orilla de su mirada la sonrisa que esbozaba la Teniente. Eran raros los momentos en el que el Capitán se adelantaba a la Navegante, pero llegaba a ocurrir. Quiero ver el desierto del Sahara, Navegante. A la orden, Capitán. La nave empezó a vibrar intensamente, los motores principales comenzaban a encenderse. La maniobra era algo peligrosa, aunque la computadora de navegación se encargaba de todos los cálculos, la superficie de la atmósfera a lo largo de la línea de Armstrong no era suave. Aunque el famoso agujero en la capa de ozono sobre Groenlandia había sanado un poco a lo largo de los últimos años, no era la única imperfección de la atmósfera. Un error en el cálculo, aunado a una eventualidad inesperada, podría significar la pérdida irremediable de la órbita.
A través del domo, se podía observar el gran bullicio que había en la flota entera. Trasbordadores iban y venían de una nave a otra, los motores de los buques parpadeaban en pequeños destellos. Un año en desuso podría significar el desahucio de una nave entera. La nave de comunicaciones comenzó a desplazarse. ¿Qué noticias nos tiene la red de comunicaciones? Las inteligencias artificiales de las otras naves tratarán de absorber el volumen del tráfico de información que nos corresponde a nosotros. Estimo que tendremos por lo menos un par de horas antes de que noten nuestra ausencia, si es que nadie se molesta en mirar en dirección al centro de la estrella de comunicaciones. Bien, tenemos unas tres horas. El Capitán se puso de pie y caminó hasta la orilla de la estación de mando, para poder observar más de cerca el domo. El movimiento de la nave era casi imperceptible, aunque, por la velocidad con la que cambiaba el panorama, era considerable.
Pocos minutos más tarde, la nave se detuvo. Estamos directamente sobre el desierto del Sahara, Capitán. Consideré el primer destino a visitar debido a que es la opción más viable y al parecer la más consensuada en las comunicaciones de la flota. Telemetría, quiero ver imágenes de la superficie. Aunque se podía observar la superficie de todo el desierto desde el domo, la porción del desierto más ideal para el aterrizaje parecía ser al norte de Argelia, por su cercanía con el mar Mediterráneo. Tendrían que comenzar las operaciones de transformar algunas de las naves en navíos marítimos, para poder realizar misiones de reconocimiento y establecer una red de comunicación.
Las imágenes comenzaron a aparecer frente al Capitán. El holograma mostraba hectáreas enteras de cadáveres petrificados por la arena y el sol. Millones de individuos habían perecido ya sea por el virus, o por el éxodo de atravesar el desierto más grande del mundo por los mejores medios disponibles. La ruta parecía partir desde Nigeria, atravesando Níger, el parque nacional de Tassili N’Ajjer en el centro del desierto, buscando atravesar las planicies de Argelia en dirección de Túnez. Navegante, cuál es el estimado de…
La Navegante no lo dejó terminar. Alrededor del medio billón, poco menos de la población total de todo el continente africano. El panorama es desolador, Capitán. Aterrizar la flota en este momento es la peor opción disponible.