Árbol inmóvil - Covid: retorno incierto

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Covid: retorno incierto

Morelos no está preparado para el retorno a la “normalidad”. Nada es trémulo en este escenario ataviado de parsimonia legislativa y menosprecio gubernamental. Ambos poderes son insensibles ante la propagación de la pandemia de covid-19.

            No existe capacidad de reacción (las muertes van en ascenso). El “pico” de la enfermedad llegará por una inercia súbita y, al mismo tiempo, acelerará la muerte. Carl Jung expresó: “El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología, y tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar”.

El sector salud está sumergido en la esterilidad. Sólo se advierten movimientos singulares (rescatables). El contagio está, al igual que la inexistencia, a un lado de la respiración. La incertidumbre metamorfosea a nada. Desde el vacío de la nebulosidad se despeña el silencio del halo oscuro…

Camilo José Cela externó: “La muerte es dulce; pero su antesala, cruel.” Por medio de este aforismo, el amanuense nos indica que lo que resulta acerbo no es la muerte en sí, sino el sufrimiento anterior.

Por ejemplo, la angustia se subleva cuando un hermano yace en el estentóreo sepulcro de las lápidas agitadas. Por ende, no alcanzo a comprender a quién ha divisado el final. Ésa es la razón del gemido. Desde la elevación de la insuficiencia (de lo árido) se observa la intranquilidad del alma (de alguien que sólo presiente, como una piedra).

Octavio Paz escribió en “La calle”:

 

Es una calle larga y silenciosa.

Ando en tinieblas y tropiezo y caigo

y me levanto y piso con pies ciegos

las piedras mudas y las hojas secas

y alguien detrás de mí también las pisa:

si me detengo, se detiene;

 

La senda está abandonada (ahora más, a causa de la pandemia). No hay manera de llegar al final (umbral) del dédalo de la inmundicia. Las lágrimas caen sobre la tierra infértil. Cada crepúsculo es otro; el mismo, pero con lascas de indiferencia (como la ausencia).

            El camino es un tiempo inmedible (ataviado de inhalaciones). No hay nadie en el alba. El virus se disemina… Tu rostro se ensimisma entre el calabozo de la expiración. Los cuerpos caen. Son hojas asidas a ningún árbol.

Las clínicas son un receptáculo de desasosiego y pensamientos de anatema. Algunos han de esparcir la palabra hialina (del Ungido). La adversidad se transformó en un hálito de la cotidianidad. Los sitios de paganismo (incluso con gente) segregan aridez, como un desierto bajo una precipitación pluvial intempestiva.

            El vate continúa:

 

si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.

Todo está oscuro y sin salida,

y doy vueltas en esquinas

que dan siempre a la calle

donde nadie me espera ni me sigue,

donde yo sigo a un hombre que tropieza

y se levanta y dice al verme: nadie.

 

            No hay un subterfugio incierto. La otrora imperturbabilidad es un símbolo de amargura: fenecen vastigas, padres, hermanos, consortes, ancianos…

            No hay retorno. La calle es de un solo sentido, por la que nadie camina.

 

ZALEMAS

            ¿Hasta el próximo jueves? ¿Habrá retorno? El polvo no cesa…